Si os pidieran que dibujarais a una persona con capacidad de
liderazgo, ¿cómo sería? ¿Qué rasgos tendría? ¿Qué destacaríais? Ese ejercicio es
el que propuso la profesora universitaria Tina Kiefer a un grupo de ejecutivos con los que estaba trabajando. El resultado fue que la
mayoría garabateaban algo sospechosamente parecido a un hombre. También las
mujeres que participaban en la experiencia. Me alerta mi amiga Natalia sobre
este curioso caso que publicaba el New York Times hace unos días y me lo lanza como cebo porque sabe cuánto me gusta filosofar sobre la
igualdad de género. Así que no me puedo resistir. A ello voy de cabeza.
Este hallazgo fortuito de la profesora Kiefer, en el que podéis profundizar en esta versión en castellano, tiene más recorrido que la simple anécdota. Hay tan pocas mujeres en proporción liderando organizaciones que nos resulta inevitable obviarlas al pensar en esos niveles de responsabilidad y, lo que es más peligroso, cuando surge alguna mujer que alcanza un puesto directivo con cierto poder, no la valoramos de la misma manera que a sus colegas. No es misoginia ni prejuicios de género, no creáis, es simplemente falta de costumbre. Tenemos los oídos acomodados al discurso con voz masculina y la vista habituada al traje y la corbata, hasta el punto de que cuando quien lidera no reúne esas características, no le damos el mismo crédito que al líder tradicional. Da la sensación de que no nos inspira tanta confianza. La única solución es aumentar la presencia de mujeres en puestos de liderazgo y dejar pasar el tiempo, porque el tiempo hace la costumbre.
Este hallazgo fortuito de la profesora Kiefer, en el que podéis profundizar en esta versión en castellano, tiene más recorrido que la simple anécdota. Hay tan pocas mujeres en proporción liderando organizaciones que nos resulta inevitable obviarlas al pensar en esos niveles de responsabilidad y, lo que es más peligroso, cuando surge alguna mujer que alcanza un puesto directivo con cierto poder, no la valoramos de la misma manera que a sus colegas. No es misoginia ni prejuicios de género, no creáis, es simplemente falta de costumbre. Tenemos los oídos acomodados al discurso con voz masculina y la vista habituada al traje y la corbata, hasta el punto de que cuando quien lidera no reúne esas características, no le damos el mismo crédito que al líder tradicional. Da la sensación de que no nos inspira tanta confianza. La única solución es aumentar la presencia de mujeres en puestos de liderazgo y dejar pasar el tiempo, porque el tiempo hace la costumbre.
Esto me recuerda un enigma
que ha estado circulando últimamente por las redes sociales. Seguro que os
sonará. Un padre y un hijo viajan en un coche y tienen un accidente. El padre
muere y al hijo se lo llevan muy grave al hospital. Deben someterle a una
compleja intervención quirúrgica para salvarle la vida, por lo que llaman a una
eminencia médica, pero cuando llega dice que no puede operar a ese paciente
porque es su hijo. La respuesta correcta a este acertijo es que
esa eminencia médica era la madre, pero la gente no suele pensar en esa opción
como solución al enigma. Tiende antes a imaginar que el joven es hijo de una
pareja homosexual o que el que fallece en el accidente era el padre adoptivo, mientras que el
médico era el padre biológico; incluso que en el coche viajaba con el hijo un sacerdote.
Pero pocos caen en la cuenta de que el médico podía ser su madre. Así de
triste. Cuando oímos la expresión ‘eminencia médica’ se nos viene a la mente un
doctor, no una doctora. Son muchos años de eminencias varones. La fuerza de la
costumbre. Lo explican muy bien aquí.
Pero no perdamos la esperanza. La costumbre puede cambiar. Aquí tenéis un
último ejercicio revelador de que el futuro será distinto. En este vídeo que viene a continuación, se les propone a niños y niñas que trabajen juntos para
ordenar una sala. Para premiar su esfuerzo, cuando terminan se les paga con
golosinas. Pero hay un pequeño detalle que diferencia ambas recompensas. El vaso
de los niños está más lleno de chuches que el de las niñas. A todos los críos les
extraña. Les explican que ellas tienen menos porque son chicas y siguen sin entender.
Les parece injusto y terminan decidiendo por sí mismos equilibrar la cantidad
de chuches para que ambos ganen lo mismo por el mismo trabajo.
A los adultos nos piden que imaginemos a un líder y nos
viene a la cabeza un hombre. Nos hablan de una eminencia y pensamos en un
hombre. El problema está en nosotros, los adultos, que aún vivimos mediatizados
inconscientemente por estereotipos pasados. Consuela comprobar, en cambio, la
reacción de los niños. Es un paso adelante que empecemos a ser capaces de
identificar nuestros propios prejuicios para no trasmitírselos a los futuros
adultos. Con suerte, de aquí a unos años todos seremos más iguales.
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