Acaban de operar a mi madre. Afortunadamente todo ha salido
bien. Os ahorro los detalles médicos de la intervención. Solo os comentaré que
le han separado algunas vértebras para descomprimirle el canal y le han fijado
la columna, todo con el propósito de aliviarle unos dolores en las piernas que
la tenían amargada.
Para su correcta recuperación, el médico le ha prescrito un
corsé que deberá llevar puesto durante tres meses. Por lo visto se trata de una
medida habitual que favorece que el paciente mantenga la columna recta y así evitar
ciertos movimientos contraindicados. Al tratarse de un elemento que forma parte
del tratamiento, uno tiende a pensar que podría estar incluido en la prestación
asistencial, como los Nolotiles. Pero no. Hay que pagarlo. Aunque luego te ofrecen la
opción de solicitar a la Seguridad Social el 80% del gasto. Te informan de ello
cuando al paciente ya le han abierto en canal y le han atornillado como a un
transformer. ‘Un ortopeda pasará por la habitación a tomar medidas para fabricar
un corsé adaptado a su cuerpo’, te dicen. Entonces empiezas a calcular: ‘Serán
unos 100 o 200 euros. A lo mejor ni siquiera merece la pena solicitar el
reintegro’. Pero rápidamente cambias de opinión y palideces cuando aparece el
artesano en cuestión y te saca de dudas. El corsé, de un material llamado
termoplast -lo que toda la vida hemos llamado plástico duro-, cuesta 770 euros
(IVA incluido) y hay que abonarlo en efectivo, a la entrega de la mercancía,
allí mismo, a los pies del lecho del dolor.
Ahí me tenéis, contando los billetes que había estado
custodiando y protegiendo con mi vida durante las horas que tardó en llegar aquella pieza de
artesanía más valiosa que la lencería de María Antonieta. Una vez que esa pequeña
fortuna pasó del bolsillo de mi pantalón al bolsillo del pantalón del empleado
de la ortopedia, aproveché para sugerirle que, ya que manejaban esas cifras,
quizá debían plantearse dar mayores facilidades de pago. Si no ofrecer el abono a plazos,
sí quizá un datáfono para facilitar el cobro con tarjeta. Incluso valorar, de acuerdo con el centro sanitario, el establecimiento de un sistema de alquiler. También
le insinué que, si dentro de tres meses estaba interesado en un corsé usado, se
lo revendíamos. Con media sonrisa me explicó que el producto estaba hecho a la
medida de las curvas de mi señora madre y no le serviría a otro cuerpo que no
tuviera sus mismas características. Viendo que no se mostraba muy receptivo, le
anuncié que entonces tendría que recurrir a Wallapop. No sería la primera ni la
última que trata de darle una segunda oportunidad a un invento como este. De hecho
gracias a esto he descubierto una interesante iniciativa nacida con ese mismo
objetivo y denominada Más Válido.
Se dedica a la compra-venta de artículos de ortopedia de segunda mano entre
particulares a través de internet. Y, ¡adivinad! Sí, también hay entre los
productos ofertados algún corsé como el de mi madre. Por cierto, es este.
¿Qué os parece? Bonito, ¿eh? Y también caro. Sugiero que desde ahora incorporéis el corsé de termoplast a vuestra lista de cosas valiosas junto con el riñón, el ojo de la cara y el cojón de pato.
Mi madre es afortunada. Disponía de 770 euros. Pero, ¿qué pasa
si el enfermo no puede costearse este producto de lujo? Pensemos, por ejemplo,
en esos jubilados que se manifiestan en la calle estos días para denunciar sus
pensiones miserables. Si tuvieran que elegir entre pagar la luz, la comida, el
alquiler o el corsé en termoplast, ¿qué elegirían? La salud es lo primero,
claro, y ese desembolso no deja de ser un adelanto que casi se recupera por
completo dentro de un tiempo. Pero, ¿qué pasa si el paciente se niega a
hacer ese gasto? ¿Resulta completamente necesario llevar corsé después de esta
intervención? Por lo que he estado mirando, no hay estudios
que indiquen nada al respecto. Así que, ¿tiene algún sentido recetar esa
herramienta unipersonal y con una utilidad limitada a tres meses? No es como una
prótesis de cadera o de rodilla, que te implantan y te la llevas a la tumba.
Demos gracias que esas no nos hacen abonarlas antes de salir del hospital. Demos gracias también a que vivimos en un país con una sanidad pública y que no hay que pagar la intervención, la estancia, las curas y el tratamiento. Pero, volviendo al tema corsé, yo me
pregunto: ¿No hay otra manera de ayudar a la recuperación del paciente
menos onerosa, tanto para la Seguridad Social como para el contribuyente? Y que
conste que no se me pasa por la cabeza que el médico al prescribirlo piense en
otra cosa que no sea únicamente la buena salud del paciente (nunca en cooperar en el sostenimiento del rentable negocio del señor ortopeda).
Antes de terminar, querréis saber qué tal le sienta el corsé
a mi madre, si está cómoda con él y si evoluciona favorablemente dentro de ese
armazón de termoplast. Pues esa es otra. Digamos que ese material da un poquito
de calor y, a pesar de que no va pegado a la piel, sino sobre una prenda de ropa
fina, es inevitable sudar y así no hay manera de que sequen los puntos. De modo
que, por recomendación facultativa, tendrá que esperar a que su herida
cicatrice para empezar a sacarle partido. Para lo que no esperaremos es para
solicitar ya mismo la correspondiente devolución del 80% de los euros que ha
costado esta joya que, de momento, descansa solitaria en una esquina de casa,
esperando impaciente el momento de cumplir su valiosa función.
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