Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 25 de marzo de 2018

Un riñón, un ojo de la cara, un cojón de pato y un corsé de termoplast


Acaban de operar a mi madre. Afortunadamente todo ha salido bien. Os ahorro los detalles médicos de la intervención. Solo os comentaré que le han separado algunas vértebras para descomprimirle el canal y le han fijado la columna, todo con el propósito de aliviarle unos dolores en las piernas que la tenían amargada.

Para su correcta recuperación, el médico le ha prescrito un corsé que deberá llevar puesto durante tres meses. Por lo visto se trata de una medida habitual que favorece que el paciente mantenga la columna recta y así evitar ciertos movimientos contraindicados. Al tratarse de un elemento que forma parte del tratamiento, uno tiende a pensar que podría estar incluido en la prestación asistencial, como los Nolotiles. Pero no.  Hay que pagarlo. Aunque luego te ofrecen la opción de solicitar a la Seguridad Social el 80% del gasto. Te informan de ello cuando al paciente ya le han abierto en canal y le han atornillado como a un transformer. ‘Un ortopeda pasará por la habitación a tomar medidas para fabricar un corsé adaptado a su cuerpo’, te dicen. Entonces empiezas a calcular: ‘Serán unos 100 o 200 euros. A lo mejor ni siquiera merece la pena solicitar el reintegro’. Pero rápidamente cambias de opinión y palideces cuando aparece el artesano en cuestión y te saca de dudas. El corsé, de un material llamado termoplast -lo que toda la vida hemos llamado plástico duro-, cuesta 770 euros (IVA incluido) y hay que abonarlo en efectivo, a la entrega de la mercancía, allí mismo, a los pies del lecho del dolor.

Ahí me tenéis, contando los billetes que había estado custodiando y protegiendo con mi vida durante las horas que tardó en llegar aquella pieza de artesanía más valiosa que la lencería de María Antonieta. Una vez que esa pequeña fortuna pasó del bolsillo de mi pantalón al bolsillo del pantalón del empleado de la ortopedia, aproveché para sugerirle que, ya que manejaban esas cifras, quizá debían plantearse dar mayores facilidades de pago. Si no ofrecer el abono a plazos, sí quizá un datáfono para facilitar el cobro con tarjeta. Incluso valorar, de acuerdo con el centro sanitario, el establecimiento de un sistema de alquiler. También le insinué que, si dentro de tres meses estaba interesado en un corsé usado, se lo revendíamos. Con media sonrisa me explicó que el producto estaba hecho a la medida de las curvas de mi señora madre y no le serviría a otro cuerpo que no tuviera sus mismas características. Viendo que no se mostraba muy receptivo, le anuncié que entonces tendría que recurrir a Wallapop. No sería la primera ni la última que trata de darle una segunda oportunidad a un invento como este. De hecho gracias a esto he descubierto una interesante iniciativa nacida con ese mismo objetivo y denominada Más Válido. Se dedica a la compra-venta de artículos de ortopedia de segunda mano entre particulares a través de internet. Y, ¡adivinad! Sí, también hay entre los productos ofertados algún corsé como el de mi madre. Por cierto, es este.


¿Qué os parece? Bonito, ¿eh? Y también caro. Sugiero que desde ahora incorporéis el corsé de termoplast a vuestra lista de cosas valiosas junto con el riñón, el ojo de la cara y el cojón de pato. 

Mi madre es afortunada. Disponía de 770 euros. Pero, ¿qué pasa si el enfermo no puede costearse este producto de lujo? Pensemos, por ejemplo, en esos jubilados que se manifiestan en la calle estos días para denunciar sus pensiones miserables. Si tuvieran que elegir entre pagar la luz, la comida, el alquiler o el corsé en termoplast, ¿qué elegirían? La salud es lo primero, claro, y ese desembolso no deja de ser un adelanto que casi se recupera por completo dentro de un tiempo. Pero, ¿qué pasa si el paciente se niega a hacer ese gasto? ¿Resulta completamente necesario llevar corsé después de esta intervención? Por lo que he estado mirando, no hay estudios que indiquen nada al respecto. Así que, ¿tiene algún sentido recetar esa herramienta unipersonal y con una utilidad limitada a tres meses? No es como una prótesis de cadera o de rodilla, que te implantan y te la llevas a la tumba. Demos gracias que esas no nos hacen abonarlas antes de salir del hospital. Demos gracias también a que vivimos en un país con una sanidad pública y que no hay que pagar la intervención, la estancia, las curas y el tratamiento. Pero, volviendo al tema corsé, yo me pregunto: ¿No hay otra manera de ayudar a la recuperación del paciente menos onerosa, tanto para la Seguridad Social como para el contribuyente? Y que conste que no se me pasa por la cabeza que el médico al prescribirlo piense en otra cosa que no sea únicamente la buena salud del paciente (nunca en cooperar en el sostenimiento del rentable negocio del señor ortopeda).

Antes de terminar, querréis saber qué tal le sienta el corsé a mi madre, si está cómoda con él y si evoluciona favorablemente dentro de ese armazón de termoplast. Pues esa es otra. Digamos que ese material da un poquito de calor y, a pesar de que no va pegado a la piel, sino sobre una prenda de ropa fina, es inevitable sudar y así no hay manera de que sequen los puntos. De modo que, por recomendación facultativa, tendrá que esperar a que su herida cicatrice para empezar a sacarle partido. Para lo que no esperaremos es para solicitar ya mismo la correspondiente devolución del 80% de los euros que ha costado esta joya que, de momento, descansa solitaria en una esquina de casa, esperando impaciente el momento de cumplir su valiosa función.

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