El
primer atentado de ETA que se quedó grabado en mi memoria fue el que perpetró
la banda terrorista contra la Dirección General de la Guardia Civil de Guzmán el Bueno. Por aquel entonces acababa de trasladarme a Madrid para estudiar
Periodismo. Me alojaba en una residencia para chicas cerca de Princesa. Mi vida
consistía en ir de la Ciudad Universitaria a la residencia y de la residencia a
la Ciudad Universitaria, con alguna escapada a los bajos de Moncloa o los bares
de la zona de Alonso Martínez.
Me
pareció escuchar el estallido al filo de la medianoche, mientras estudiaba. Encendí
la radio y a los pocos minutos las noticias confirmaron el desastre. Por la
mañana no pude evitar acercarme hasta allí. Me impresionó ver el boquete provocado
por la furgoneta-bomba en la fachada del edificio, los cristales de las
ventanas hechos añicos por toda la zona, el despliegue de seguridad, los muchos
curiosos que como yo miraban embobados aquel escenario tan desolador. No podía
quitarme de la cabeza a las dos víctimas inocentes. En realidad todas las
personas asesinadas por ETA eran inocentes, aunque las de esa noche tenían la
peculiaridad de no pertenecer a ningún cuerpo de seguridad, ni residir en una
zona militarizada, ni tener más papeletas que el resto para terminar en el
punto de mira de unos desalmados. Es este caso no había bonus de peligrosidad. Las
víctimas de ese atentado simplemente pasaban por allí.
Uno
tenía dos años y medio, se llamaba Luis y viajaba en un coche con sus padres de
vuelta a casa. La mala suerte quiso que la trampa mortal estallara a su paso con
más de 60 kilos de amonal y 40 de tornillería, un impacto letal para un
cuerpecito tan pequeño y frágil. Sus padres también sufrieron heridas muy
graves. De hecho, su madre, embarazada de cuatro meses, estuvo un tiempo en
coma. Consiguieron recuperarse medianamente, sobrevivir, pero ya nada fue
igual. El otro fallecido se llamaba Jaime, tenía 38 años, estaba soltero,
trabajaba en TVE, le gustaba el fútbol y con el dinero que había ganado en la lotería iba a comprarse un piso para independizarse. Aquella noche
volvía conduciendo a casa de sus padres. Nunca llegó. Un amigo que era técnico
de la COPE se temió lo peor cuando llegó a la zona a trabajar y vio que uno de
los coches afectados tenía una matrícula que le resultaba familiar. El balón
que había en el maletero, el que siempre llevaba su amigo por si había que
echar un partidillo, confirmaba el peor de los presagios.
Ahora
que la banda terrorista ha decidido comunicar
su disolución y, para asegurarse un final honroso, montar todo un teatrillo
que sobra y ofende, yo solo puedo pensar en esas dos víctimas inocentes y en el
resto de asesinados hasta llegar a las 853
vidas arrebatadas. Pensaba que la solución estaba en la disolución, que
sentiría euforia cuando llegara este día, pero solo siento indiferencia. Debe
ser porque siempre he vivido en un país acosado por una banda terrorista; cuando yo
nací ETA comenzaba a utilizar la sangre como estrategia de intimidación, así
que no he conocido otra cosa. Cuando nacieron mis hijos, el grupo armado todavía
seguía hablando el lenguaje de las balas, pero ya vivía sus últimos coletazos.
De hecho ellos están más familiarizados con el terrorismo yihadista que con el
etarra. Pertenecen a una generación que se libró de los años duros de ETA y no son conscientes de la magnitud del drama y el horror que provocaron. Por eso
deberíamos hacer como en las tribus ancestrales donde las historias se
transmitían de generación en generación y pervivían gracias a la tradición
oral. Por respeto a las víctimas y por responsabilidad con nuestros hijos, tenemos
que pasar página, sí, pero no arrancarla. Mirar al futuro sin olvidar el pasado. Contarles lo ocurrido para que el
paso del tiempo y la retórica propagandística de ‘los malos’ no borren de un plumazo la
realidad. Sé que lo más efectivo con ellos es un vídeo, una infografía o una
canción de trap, pero mientras le doy una vuelta al formato, aquí voy ensayando
con algunos conceptos básicos sobre ETA para dummies:
-ETA son las siglas de Euskadi Ta Askatasuna, que quiere
decir en euskera País Vasco y Libertad. Este grupo patriota, nacionalista y revolucionario
aspiraba a que Euskadi fuera un estado independiente y para ello optaron por
emplear estrategias tan finas como el asesinato, el secuestro, el chantaje y la
extorsión.
-Para ETA el enemigo era todo aquel que no compartiera sus
principios o que representara al Estado opresor. Así que puso a tiro en su
diana a policías, guardias civiles, políticos de la contra, funcionarios de prisiones,
empresarios poco afines o periodistas. Ser pariente de cualquiera de estos
también otorgaba un bonus de peligrosidad.
-Los métodos para sembrar el terror eran variados: desde el
tiro en la nuca hasta la bomba lapa en los bajos del automóvil de su objetivo,
pasando por el coche-bomba cargado de amonal y metralla, con temporizador o
accionado a distancia. Disponían de una red de soplones que vigilaban a las
víctimas e informaban sobre sus movimientos al asesino. Aunque donde ponían la
mirilla, ponían la bala, resultaba inevitable que muchas veces hubiera daños
colaterales, víctimas civiles que solo cometieron el error de estar en el
momento y lugar equivocados.
-La banda nunca se ha arrepentido de sus crímenes ni ha
pedido perdón. Hace poco, antes de su disolución, sí se han dignado a lamentar
las víctimas
inocentes, lo que no incluye, por ejemplo, a los hijos de los ‘enemigos’.
-Sus
60 años de actividad no les han servido para nada. No han conseguido sus
propósitos. Solo causar dolor,
enfrentamiento, odio y división. El libro 'Patria', de Fernando Aramburu es ejemplo gráfico del odio que han sido capaces de sembrar. Aunque parezca que ahora se retiran y nos
perdonan la vida, no penséis que han ganado, más bien todo lo contrario. Han
sido derrotados por las fuerzas de seguridad, la Justicia y el Estado de
Derecho.
-ETA
es una pandilla de fanáticos demodé. Una organización enferma desde sus inicios
y en fase terminal desde que anunció el cese de su actividad armada en 2011.
Pistoleros analógicos del siglo XX a los que les sentó fatal el cambio del
milenio y que quieren disolverse
porque ya no tienen guerreros, ni infraestructuras, ni fondos. Porque la Euskadi
libre que propugnaban es ya más libre y más rica que cualquier otra zona del
país -concierto vasco mediante- sin necesidad de excisión o revolución ninguna.
De modo que si quieren disolverse, que se disuelvan. Pero, para esa reconciliación que
piden, falta algo más:
-Que
se entreguen todos los huídos.
-Que
confiesen para esclarecer los cientos de casos
sin resolver.
-Que
se les juzgue por los crímenes cometidos.
-Que
pidan perdón.
-Que
cumplan las penas que se merecen.
Después de todo esto, quizá los que por su culpa han sufrido un infierno en vida, logren
perdonar y vivir en paz. Y para ello, insisto, es imprescindible que nadie retoque la realidad ni la reescriba. Que seamos
capaces de explicar lo vivido clara y objetivamente a quienes no saben lo que
es ETA ni cómo se las gastaba. Todo sin utilizar expresiones que pervierten el
lenguaje y la historia. Ni conflicto armado ni lucha. Años de plomo que
padecimos todos, los que aprendieron a vivir
señalados y con miedo, y los que nos acostumbramos a los sobresaltos y las
vilezas abriendo el telediario a la hora de comer. Lo único que ha existido
durante 60 años ha sido la dictadura del terror de un puñado de asesinos
incapaces de defender sus ideas sin apretar un gatillo. Una dictadura que en los últimos tiempos agonizaba, de la que ya casi nadie se acordaba y que definitivamente se ha apagado.
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