Estimado
Pablo: Esto que has hecho es una locura, pérmiteme que te diga. Un día pides
una hipoteca para comprarte
un chalet con piscina, casa de invitados y amplio terreno, que cuesta más
de 600.000 euros, y al día siguiente te miras al espejo y no te reconoces.
Deberías saber que ya nada será igual. Acabas de hipotecar tu vida. La Caja de
Ingenieros, una entidad bancaria que hasta ahora desconocía –dísculpame-, te da
540.000 euros a devolver en cómodos plazos. Sí, ya sé que solo te pasarás 30 años de tu vida acoquinando el préstamo más los intereses, pero es toda
tu juventud. Si ahora tienes 39, en tres décadas tendrás 69. Quizá hayas
perdido para entonces hasta tu seña de identidad, el pelo de la coleta.
Que
yo lo entiendo, ¡ojo! Que estas cosas o se hacen antes de los 40 o no se hacen
nunca, porque si no, te faltaría vida para pagar la deuda que conlleva
“emprender un proyecto familiar”. Así que imagino que te has visto con tres
perros y en vísperas de ser padre por duplicado y has recibido la llamada. A mí
la vida privada de cada uno me la trae bastante al pairo y la manera en que la
gente decide gastar su dinero, mucho más. Pero comprende que tu mudanza haya
levantado este revuelo y generado todo un debate nacional que os ha obligado a
dar explicaciones.
Se discute sobre si tiene derecho a aburguesarse un tipo de izquierdas cuyo
discurso carga contra los bancos, el capital y la burguesía. O si es coherente
criticar a quienes se gastan ese dinero en un inmueble y luego hacer lo mismo
pretendiendo que no te paguen con la misma moneda. Hasta en tu propio partido se han escuchado críticas encendidas.
Pero
a mí realmente lo que me preocupa es que un día se cruce en vuestro camino
algún escándalo inesperado, algo así como el máster o las cremas de Cifuentes,
y no os quede más remedio que dimitir. ¿Quién afronta entonces el pago de la
letra de 1.600 euros mensuales de la hipoteca? ¿A qué trabajo volvería Irene?
Porque tú, Pablo, al menos conservarías tus puestos de tertuliano y de profesor
universitario. Algo es algo, aunque su remuneración no le llegue ni a la suela
de los zapatos a la de un diputado de este nuestro Congreso, todo sea dicho. Que
entre pitos, flautas, dietas, comisiones y demás, os podéis levantar la
friolera de 6.000 euros al mes. Con ese sueldo en la cuenta, yo también me
mudaría, aunque no sé si a un casoplón. Me gusta más el ático
del ex ministro De Guindos. Es más recogido. Piensa que limpiar 260 metros
cuadrados en una sola planta es un trabajazo. Y todavía más mantener un jardín
de 2.000 metros cuadrados, con su huerto de temporada. ¿Y qué me dices del
curro que da una piscina? Pasar el limpiador de fondos, controlar el cloro,
revisar el esquímer… Bufff. Con el ritmo de vida que lleváis, eso no hay cuerpo
que lo resista. Seguro que os toca contratar asistenta, jardinero y empresa de
servicios. Ojo con los papeles, que todo esté en regla. No vaya a ser que una
tontería burocrática, como un alta en la seguridad social mal hecha o un
permiso de trabajo fraudulento, vaya a pasaros factura.
¿Y
lo próximo qué será, Pablo? Cambiar ese Dacia Sandero rumano de 10.000 euros en
el que se os ha visto trasladándoos últimamente por un Audi alemán de 45.000? Te
advierto que hacia esta zona de la A-6, que es feudo reconocido del PP -salvo la
aldea gala de Torrelodones-, cada vehículo de la flota automovilística cuesta
más que un apartamento en Vallecas. Es
una locura Pablo. Cualquier día te vemos embutido en un traje hecho a medida por
una sastrería del barrio de Salamanca y calzado con zapatos castellanos. O cambiando
tu mochila por un maletín de piel. Mira que se empieza así y al final una cosa
lleva a la otra y terminas casándote por la iglesia y celebrando el convite en
el Palace. O mejor, en una finca pija de la Sierra, de esas donde ponen fundas con
lazos a las sillas y después de cenar regalan manoletinas a las invitadas para
que cuando bailen no se les queden los tacones clavados en la hierba.
¡Ah!
Y ya te voy comentando que, cuando nazcan los peques, vais a tener que bajar un
poco el ritmo. Uno de los dos o los dos. Ya sabéis que los primeros días de
guardería pillan todos los virus, así que hay que quedarse con ellos en casa.
Eso si no te llaman desde la escuela para que vayas a buscarles porque han
vomitado y tienen unas décimas. Y tú trabajando a 40 kilómetros de casa… Lo
bueno es que podréis ausentaros sin problemas porque, como quien dice, sois los
jefes. Lo malo es que, como seguro utilizaréis transporte público, os llevará más de hora y media ir hasta
una estación de Cercanías de Renfe en Madrid, esperar el próximo tren a La
Navata y llegar a vuestro destino. Eso si no
optáis por ir en la línea 632 de los autobuses Julián de Castro, que salen del intercambiador de Moncloa y
dependen del tráfico. Así ya de paso experimentáis eso de estar en una cola con
otros mortales, sufriendo los calores y los retrasos. Quizá entonces
comprendáis por qué muchos residentes en la Siera Noroeste siguen empeñados en
bajar con su propio coche a trabajar a Madrid, aunque se desayunen cada día un
atasco.
A no
ser –estoy pensando- que deleguéis ese marrón de la crianza en unas nannies.
¿Habéis visto Sonrisas y Lágrimas? O quizá hagáis uso de la guardería del
Congreso… ¡Es verdad! No me acordaba. Que ofrece muy buenos precios. Así los
tenéis cerquita y durante los primeros años os ahorráis un quebradero de
cabeza. Y cuando alcancen la edad para ir a ese cole de La Navata que tanto os gusta, ya os habrá dado tiempo a diseñar una
estrategia para enfrentar esos días en que haya que lidiar con los virus.
Ay,
Pablo, ¿qué habéis hecho? Cuando echabas pulsos con Íñigo por el poder dentro
de Podemos jugabas con el as en la manga de la superioridad moral que te daba
haber salido del piso de tu abuela en Vallecas, mientras que tu contrincante
venía de casa de los papás en Pozuelo de Alarcón, el municipio más rico de
España. Después viviendo de alquiler en el refugio rojo de Rivas, erais un modelo de coherencia.
Predicabais con el ejemplo, algo de lo que muy pocos podemos presumir. Yo sé que
es muy complejo. Sin ir más lejos, a mí me aterroriza que mis hijos un día decidan
beber alcohol, pero ahí me tienen bien a la vista, dándole a la caña, al tinto
y al verdejo. Incluso al gin-tonic en ocasiones especiales. Haz lo que digo
pero no lo que hago. Y eso no hay prueba del algodón que lo resista.
Querido
Pablo, no sé cuál de estas dos frases se ajusta más a tu momento vital actual:
“El que al cielo escupe en la cara le cae” o “Es mejor ser rey de tus silencios
que rehén de tus palabras”. Qué maldita coincidencia que el ático del ex
ministro Luis de Guindos le costara 600.000 euros y que tú cargaras contra él
por esa “indecente compra especulativa”. Ahora debes estar cagándote en la
puñetera madre de la maldita hemeroteca. Yo también dije una vez que no me
casaría nunca ni viviría en las afueras de Madrid, y ya me ves. Casada y
viviendo en Las Rozas. Por cierto, no te perdono que eligieras Galapagar
pudiendo haberte instalado en este magnífico pueblo. También tenemos campo y
casoplones. Sin ir más lejos, Mª Teresa Campos vendía su
mansión en el exclusivo barrio de Molino de la Hoz y no hay quien se la
compre. Creo que pedía más de 4 millones de euros, pero seguro que apretándole
un poco ajustabais el precio. Hubiera sido el lugar perfecto. Por lo de la Hoz (y
el martillo), más que nada.
Ay,
Pablo… Definitivamente el capitalismo ha ganado la batalla. Van a tener razón
en Moderdonia cuando
cantan “Con la hipoteca se te cura el comunismo”. En fin… Creo que va a resultar insostenible lo de seguir siendo populista. Que en este país hay mucha
envidia y hasta el más tonto sueña con prosperar. Como imagino que ya no hay
vuelta atrás y es imposible deshacer la compra, me temo que tendrás que afinar
tu discurso y esmerarte un poco más en recuperar el crédito de la ciudadanía.
Es complicado atribuirte el título del político más cercano a la gente corriente y vender Podemos como el partido del pueblo, mientras el común de
los mortales pasamos por esa vida sin atrevernos a soñar siquiera con vivir en
un chalet con un salón en dos ambientes. Y, por supuesto, no tenemos ni
repajolera idea de qué narices es eso del mármol travertino.
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