Me
tiene un poco descolocada el escándalo en que se han visto inmersos el cantante
de la banda Izal
y el humorista radiotelevisivo Antonio
Castelo. Para quienes no estéis al tanto, varias chicas les han acusado en
redes sociales de ser unos acosadores babosos y han difundido conversaciones privadas
subidas de tono, enmarcadas en el típico y torpe intento de ligue, que los
susodichos mantuvieron con ellas. Me empieza a asustar seriamente lo fácil que
resulta cargarse la reputación de alguien y hundirle en la miseria con un
simple tuit o retuit. Y me inquieta sobremanera ese empeño por convertir
Twitter en un patíbulo. Algunos han visto en esta red social el lugar perfecto para librar batallas ocultos tras el escudo del avatar y se han aficionado a representar el papel de vengadores, porque
jugar a ser Dios les queda grande.
En
alguna ocasión os he contado que yo era muy fan de Miguel Bosé. Lo sigo siendo,
pero la edad te hace perder efervescencia. El caso es que suspiraba por él,
soñaba con él, incluso me tocaba pensando en él. Fantaseaba con que un día me
lo encontraría y ocurriría algo mágico. Gilipolleces de adolescente. Pero
bueno, a lo que iba. Un día logré acercarme a él e intercambiar una breve
conversación. Narré el episodio en este mismo blog hace un par de años,
coincidiendo con el
60 cumpleaños del cantante. Empezaba a estudiar Periodismo y debía hacer
una entevista como trabajo de clase. Tenía claro a quién quería entrevistar.
Aprovechando que estaba de promoción, me las apañé para abordarle cuando salía de
la desaparecida Radio Vinilo. Le conté mi propósito y él, tan amable como
hábilmente, se escaqueó remitiéndome a su manager mientras se dirigía a su
coche caminando a mi lado, con su mano pegada a mi espalda. Luego se fue dejándome
con el subidón de haber sentido su tacto en mi cuerpo.
Técnicamente
yo no era una grupi, término con el que se conoce a esas chicas que persiguen a
sus ídolos y merodean por el backstage de sus conciertos para ver si se pueden
enrollar con ellos, pero entonces debí parecerlo. Yo tenía 18 o 19 años. Él 12
más. Si Bosé en ese momento me hubiera invitado a subir al coche con él, lo
habría hecho. Si me hubiera pedido mi teléfono, se lo habría dado (por el
Pleistoceno no había móviles, así que tendría que haber anotado el número de la
residencia de monjas donde me alojaba… ). Si me hubiera cogido de la mano y
llevado al hotel más próximo, creo que habría ido sin dudarlo. Quiero decir que
si hubiera habido la más mínima posibilidad de que ese día se hicieran realidad
mis sueños, tengo la certeza de que no la hubiera desaprovechado. Habría ido
voluntariamente y tan feliz. Y si luego en
las distancias cortas resultaba ser un imbécil sin magia, me la envainaría.
Pero no tendría ningún derecho a pedirle explicaciones ni a gritar mi
frustración a los cuatro vientos. Eso sí, siempre que en aquel encuentro no
fuera forzada a hacer algo sin mi consentimiento. Lo de siempre, vaya. En caso
contrario, lo que procedería habría sido la correspondiente denuncia siguiendo
los cauces reglamentarios.
Conocí
a una chica que tuvo un leve roce sentimental con un famoso compositor integrante
de un mítico grupo español. Su breve romance la dejó un poco trastornada, pero
todas la enviadiábamos. Conocer al músico, haber besado sus labios, sentarse a
su vera en el escenario durante la prueba de sonido, que le cantara canciones, que
se inspirara en ella para componer, nos parecía de película. Ella no fue la
única, sino una más de la ristra de chicas que tuvieron lo que para el resto
parecía suerte y para ellas desgracia, cuando asumían que no eran especiales,
sino un simple entretenimiento pasajero. No sé qué habría pasado de haber
existido entonces Twitter.
Volviendo
a las confesiones, yo tuve una época -ya seriamente emparejada y madre- que me
volvía loca Mario Casas y no me perdía un capítulo de la serie ‘El Barco’. Poco
después viví otra fase en la que suspiraba por Alex González y por Morey, su
personaje del agente del CNI en ‘El Príncipe’. Imagino que si hubiera tenido
unos años menos y alguna oportunidad más, les hubiera aguantado cualquier
ordinariez, vía whatsapp o de viva voz, y habría valorado seriamente cualquier
proposición indecente que hubiera salido por sus bocas. Siempre mayor de edad, consciente
y decidiendo yo qué me apetecía o qué me convenía en cada momento.
En
esto la edad es muy importante. Pienso en mi hija de 15 años que –imagino-
sueña con que la bese o sepa de su existencia alguno de su lista de 50: Dani de
Gemeliers, Shawn Mendes, Harry Styles, Tom Holland, Óscar Casas, Álex Puértolas…
Evidentemente yo no toleraría que un artista mayor de edad se aprovechara de su
condición para persuadirla de hacer algo que aún no está preparada para hacer. Ni
que la atormentara con mensajes calentorros al móvil o le pidiera fotos
desnuda. Y además sería ilegal y perseguible penalmente. Pero entre adultos,
los arrebatos soeces de un famosillo incapaz de gestionar el poder de seducción, el carisma y el atractivo que le confiere salir por la radio o la tele, hasta donde yo sé
no figura como delito.
Conclusión:
Mientras todo lo que se les reproche a estas personas sea que, supuestamente, aprovechan su celebridad para conquistar más fácilmente, que en su vida íntima
mandan mensajes más o menos guarros a fans que les siguen por las redes y que
por pillar cacho estilo cromañón les permiten traspasar la línea que las separa
el olimpo de los dioses, no me sumaré a ningún linchamiento popular. Y menos
surgido de manera tan cobarde y ladina, ensuciando de mierda internet,
cargando de metralla la bomba mediática para amplificar todavía más el destrozo
reputacional, aprovechando el río revuelto de las últimas denuncias por
agresiones sexuales y en nombre de un supuesto #MeToo ibérico.
Si las denuncias
contra Izal y Castelo fueran un poco serias, buscarían otros cauces. Si no lo
hacen es porque simplemente con pantallazos de Whatsapp no se sostienen. Parecen más bien fruto de una baja tolerancia a la frustración de quien ha creído que la vida es Disney Channel. ¡Vaya! Alguien se escandaliza porque su ídolo en vez de hacer el papel de héroe romántico, se dedica a mensajearle guarradas... Puede que el músico y el humorista
deban revisar su catálogo de técnicas de ligoteo porque no funcionan y provocan rechazo. Puede que haya que hacérselo saber. Pero meter estos comportamientos en el mismo
saco que los verdaderos delitos sexuales ofende a las víctimas reales. Por favor, no perdamos la perspectiva.
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