Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 6 de noviembre de 2021

La jungla a la puerta del colegio

Una de las cosas que más agradecí cuando mis hijos crecieron y pasaron del colegio al instituto fue dejar de tener que llevarlos o recogerlos. Quien no tiene críos en edad escolar ignora que el salvaje oeste era un juego de niños comparado con el entorno de un colegio a la hora de entrar o salir de clase. No imagina la transformación que sufren padres, madres y resto de adultos encargados de la penosa tarea de acercar a la chavalería hasta los centros educativos o recogerla una vez que concluye la jornada escolar. 

Afortunadamente, por incompatibilidad de horarios, yo no llevé mucho a mis hijos al colegio, fue su padre quien se encargó. De lo que no me libré fue de recogerles a la salida. Y puedo asegurar que ese ejercicio cotidiano lo vivía como un martirio. 

La mayoría de las veces, como la proximidad a nuestra casa lo permitía, solía ir andando, aunque lloviera, que para eso están los paraguas. El problema surgía aquellos días que coincidían extraescolares -natación, tenis, gimnasia, música…- y los horarios nos obligaban a salir pitando de un lado a otro. La situación requería entonces llevar el coche al lado del colegio con media hora de antelación para encontrar sitio donde aparcar y esperar. En ese rato era testigo de la locura. Mi propio coche conserva en sus laterales las huellas de los golpes recibidos por las puertas de otros vehículos introducidos casi a presión en un hueco imposible. 


En esos años que no añoro he visto cosas que no creeríais: madres sin ninguna discapacidad aparente aparcando “un minutito” en plazas para personas con discapacidad; padres estacionando en pasos de peatones sin ruborizarse; adultos hechos y derechos tirando el coche en doble fila delante de la puerta del colegio para evitarse andar 50 metros. Incluso recuerdo que una vez una conductora pretendió retirar a algunos padres de la acera para aparcar su coche allí. No lo consiguió, a pesar de echar sapos por la boca. 

El colegio donde han estudiado mis hijos, Los Jarales, colinda con otro, La Encina, cuyo terreno a su vez limita con una escuela infantil, Juan Ramón Jiménez, que tiene en su parte trasera un colegio de educación especial, el Monte Abantos. En total se concentran cuatro centros escolares de Las Rozas en una misma manzana con plazas de aparcamiento limitadas, lo que se traducía entonces en colapsos de tráfico de unos quince minutos cada mañana y tarde. 

Las alternativas para evitar ese estrés al volante eran ir caminando, en autobús o en bicicleta. Caminando íbamos quienes vivíamos cerca y no teníamos nada urgente que hacer después. La opción del autobús solían utilizarla las cuidadoras sin vehículo que acompañaban a los alumnos que vivían a cierta distancia del colegio. En cuanto a ir sobre dos ruedas, era un mínimo porcentaje el que se animaba, pese a poder utilizar el carril bici que llega hasta la puerta y dejar la bici en los aparcamientos específicos de que dispone el colegio. Por cierto, en la época en que mis hijos eran alumnos nunca los vi ocupados. 

Al principio pensaba que la alta concentración de centros escolares públicos en poco espacio, el escaso aparcamiento y la falta de civismo tenían la culpa del caos. Pero resulta que con el tiempo vi esa misma estampa en otros dos colegios de barrios próximos. Casualmente ambos eran concertados. Además, ellos sí que contaban con aparcamientos ‘disuasorios’ en los que dejar el vehículo para recorrer andando el último tramo de unos 100 metros hasta la puerta del colegio. Pero se ve que hay conductores que no están dispuestos a que les digan dónde tienen que estacionar y lo hacen donde les apetece, en doble fila, impidiendo el paso de los demás vehículos, o en la acera, obligando a los peatones a salir a la calzada. Es decir, que lo único que compartían unos y otros colegios es el poco civismo exhibido por los adultos en las entregas y recogidas. 

Tras el atropello en el que perdió la vida esta semana una menor a la salida de un colegio en Madrid y otras dos resultaron heridas, ha vuelto a surgir el debate sobre la conveniencia de restringir el tráfico en los entornos escolares y hacerlos más seguros. Yo no tengo dudas. Aunque ya no me afecte, o porque ya no me afecta, digo sí.

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