Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 15 de enero de 2023

Todas hemos sido alguna vez la despechada y la otra

La primera vez que me pusieron los cuernos tenía 18 años. El chico con el que había empezado a tontear por los bares con cierta asiduidad se enrolló con una amiga. Yo estudiaba fuera y ambos aprovecharon la distancia que nos separaba para traicionar mi confianza. Cuando me enteré de que no me había ‘guardado ausencia’, le afeé su comportamiento y corté con él. El cabreo (leve) me duró poco. Incluso me fastidió más la traición de la que creía mi amiga. Durante un tiempo, cada vez que me refería a ellos en público, unía a su nombre un insulto. Hasta que un día el odio se diluyó, se me pasó el disgusto y ya estuve lista para enamorarme mil veces más.

No mucho tiempo después volví a lucir lo que yo consideré entonces una cornamenta pero que ahora identifico como simple falta de experiencia sentimental. Varios amigos hicimos un viaje juntos a la playa y terminé liándome con uno de ellos, traspasando esa peligrosa línea que, por lo general, lleva a perder al amigo y al lío. Así fue. Terminado el viaje, sin prometernos nada, nos emplazamos a reencontrarnos un mes después y cada uno siguió por su lado disfrutando de sus planes de verano. Pero en ese tiempo, mientras yo soñaba con el reencuentro, mi querido amigo con derecho a roce repitió la hazaña con otra conocida. Cuando me enteré, con quién más me enfadé fue conmigo misma, por gilipollas y por haber echado a perder una amistad. Él, sencillamente, me defraudó. En cuanto a ella, la sumé a mi lista de personas non gratas hasta que asumí que no tenía sentido odiarla.

Seguro que he sufrido algún otro episodio de este estilo que ahora no recuerdo, porque ya voy teniendo algunos años, pero ninguno llega a la categoría de ‘infidelidad’ con mayúsculas, porque ni estamos hablando de parejas estables ni compromisos formales. En cualquier caso, tengo la sensación de que soy poco de actuar llevada por el despecho. Más bien, tiendo a pasar página para avanzar. No le veo el sentido a forzar a nadie a quererte o a estar contigo si no le sale de dentro. Así que, en caso de vivir lo de Shakira, no me imagino vengándome y haciendo escarnio público de mi ex. Maldecirle, sí, por supuesto. Y si hay que llorar, se llora. Y si hay que recoger pedazos, se recogen. Y después, a otra cosa, mariposa. Esto es todo lo que puedo decir sobre el tema de la semana, la millonaria venganza musical de Shakira tras su ruptura con Piqué por serle infiel con otra.

Por cierto, con algunos años más, interpreté el papel de ‘la otra’ siendo consciente de que estaba convirtiendo en cornuda a otra mujer. Aún no se estilaba lo de la sororidad. Incluso una vez descubrí que compartía el título con más ‘otras’, así, en plural, y lo permití. Estupideces del amor. La mayoría de las oficiales vivieron en la ignorancia y creo que no llegaron a saber de mi existencia ni de mi papel activo como cómplice de su cornamenta, sobre todo porque esas aventurillas no sirvieron para romper sus fuertes vínculos afectivos, y eso que llegué a desearlo en algún caso arrastrada por la lela romántica que llevaba dentro. Solo una vez mi aparición forzó una ruptura. Imagino que ella hoy, si hubiera sido Shakira, podría haberse marcado una sesión con Bizarrap. Afortunadamente no. Han pasado ya tantos años que seguro que de aquellas heridas ya no le quedan ni cicatrices. Lo mismo, hasta le hice un favor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario