Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Libertad sin ira

No sé por dónde empezar. No sé si romper el hielo abordando la cancelación del late show del humorista y presentador estadounidense Jimmy Kimmel. Todo porque se le ocurrió comentar en su programa de la cadena de televisión ABC que "la pandilla de MAGA (los del Make America Great Again, próximos a Donald Trump) se ha dejado la piel intentando retratar a este chaval que mató a Charlie Kirk (en alusión a Tyler Robinson) como si no tuviera nada que ver con ellos, mientras trataban de sacar tajada política del asunto". Lo que dijo ni siquiera es un chiste. Porque del pobre diablo que acabó con la vida del influencer ultraconservador norteamericano, ese famoso activista que argumentaba siguiendo los preceptos de la Biblia, solo se sabe que no milita en la izquierda y, sobre sus motivaciones, lo más que ha declarado es que la víctima “difundía demasiado odio”. Y que quede claro que nadie merece ser asesinado, ni siquiera quien pueda desearme el mal a mí por pensar distinto.

En un país cuyo Gobierno alardea de defender la libertad de expresión, su presidente ha celebrado la suspensión del programa por -dice- su baja audiencia. Aunque las cifras de espectadores a quien podrían preocupar es a Disney, dueño de la cadena, no a Donald Trump al que, en todo caso, no debería inquietarle lo que se diga en ese programa si, como comenta, realmente no lo ve ni el tato. Ya ha deslizado el mandatario estadounidense los nombres de otros presentadores de late show que deberían seguir el mismo camino, señalando a quien le molesta para que la opinión pública solo pueda nutrirse de quien piensa como él. Así de triste está el panorama.

En otra tierra de libertad, en Madrid, andamos enfrascados ahora en discutir si lo de Gaza es o no un genocidio

Foto compartida por Más Madrid del paso de uno de los coches de La Vuelta por el edificio de los grupos municipales del Ayuntamiento de Madrid con pancartas contra el genocidio en Gaza.

Sinceramente, no creo que en este momento haya que perder el tiempo en etiquetar la barbarie que el Gobierno de Benjamin Netanyahu está perpetrando a orillas del Mediterráneo. No concibo que haya alguien que discuta la realidad: el ejército israelí no tiene un plan para localizar a los terroristas de Hamas, hacerles pagar por los ataques del 7 de octubre de 2023 y rescatar a los secuestrados supervivientes. No. Eso quizá fuera al principio. Ahora en lo que está centrado es en otra cosa y no quiere testigos, si no permitiría el acceso de periodistas internacionales a la zona y no marcaría como objetivo a la prensa local, con la esperanza de que fuera no se sepa lo que está ocurriendo. Pero, en un mundo global e hiperconectado es complicado mantener oculta una operación que pasa por exterminar familias enteras de palestinos a base de bombas, hambruna, tiros de francotiradores cuando van a recoger la poca ayuda humanitaria que permite entrar y agotamiento en medio de un éxodo forzoso. El plan se completa con la destrucción de todos los edificios para dejar arrasada la franja y convertirla en un solar sobre el que levantar futuros resorts de lujo cuya explotación se repartirán a pachas con EEUU. Y no es ciencia ficción. Ellos mismos lo han confesado sin rubor.


Por eso, me siento un poco ‘gentuza’, como ha calificado el secretario general del PP en Madrid, Alfonso Serrano, a quienes boicotearon la etapa final de la Vuelta por la participación de un equipo costeado directamente por dinero de Israel procedente de bolsillos que justifican la masacre. La mayoría protestaron de forma pacífica frente a una reducida minoría que recurrió al vandalismo. Creo que hubiera bastado con llenar de banderas palestinas y pancartas el recorrido de la etapa por Madrid para que lo captaran las cámaras y lo viera todo el mundo, aunque no discuto que el impacto de reventar el evento ha tenido mayor repercusión.

La polarización en la que vivimos inmersos encuentra un perfecto caldo de cultivo en estos asuntos provocando debates con encendidas discusiones, algunas terroríficas. El resultado es que cada flanco ataca al que piensa diferente y trata de cancelarle. El propio exciclista Pedro Delgado compartió su postura crítica con las protestas. “Estos son grupos antisistema que les da lo mismo lo que pase en Gaza. Quieren violencia, bronca. No quieren proclamarse por esa paz ni buscar que el genocidio acabe. Quieren lío aquí, y me parece fatal que algunos partidos apoyen este tipo de manifestación violenta”, dijo. Sus palabras despertaron una corriente en contra de su continuidad como comentarista del ciclismo en RTVE, lo que me recuerda el caso de Jimmy Kimmel, salvando las distancias. Me gustaría pensar que vivo en un país donde a un experto en ciclismo se le contrata por sus conocimientos acerca de ese deporte y no por sus ideas de geopolítica, sean más o menos acertadas. A ver si vamos a reivindicar la libertad de expresión solo para los nuestros y la mordaza para el resto. Deberíamos empezar por educar el oído y ser capaces de escuchar planteamientos de los otros, aunque consideremos que están equivocados o son poco acertados. Reivindiquemos ese clásico que era la libertad sin ira.

En cualquier caso, el resultado, la suspensión del final de la etapa, incluido el fiasco de la entrega de premios, es incomparable con lo que se está viviendo en Gaza. Por eso me parece una broma que haya quien trate de victimizar a Jonas Vingegaard. Solo se vio privado de su momento podio, pero se embolsó sus merecidos 150.000 euros por ganar la Vuelta. En Palestina, sin embargo, la mayor gesta es mantenerse vivo. 

No se entiende que poco después de que Rusia invadiera Ucrania, los deportistas rusos quedaran apartados de todas las competiciones deportivas y que ahora no ocurra lo mismo con los representantes de Israel cuando el Gobierno de ese país ha hecho saltar por los aires el orden mundial y se está pasando por el forro los derechos humanos. Quien ahora argumenta que los deportistas de Israel no tienen la culpa de las atrocidades de su Gobierno, por coherencia, debería haber dicho lo mismo cuando prohibieron la participación a los rusos. No tendrán la culpa, pero los niños que mueren cada día en ese infierno tampoco, y creo que, entre quedarse sin competir o morirse, claramente los segundos salen perdiendo.

Quizá a algunos se les olvida que los presidentes de ambos países, Netanyahu y Putin, comparten el dudoso honor de haber sido señalados por la Corte Penal Internacional que ha ordenado su arresto por crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Pues, a pesar de todo ello, de manera incomprensible, hay quien todavía defiende al primer ministro de Israel alegando que solo responde a la salvajada terrorista de Hamás, aquel ataque sorpresa en el sur de Israel que acabó con la muerte de más de 1.400 personas y el secuestro de 200 rehenes. Con la excusa de eliminar al grupo terrorista, ya han asesinado hasta septiembre a más de 67 000 personas, entre ellas casi 19.500 niños, unos 1.600 sanitarios, más de 300 trabajadores de Naciones Unidas y más de 250 periodistas. Y sé que las comparaciones son odiosas, pero el desequilibrio en los 'daños colaterales' de ambos ataques es evidente.


De modo que cualquier paso, gesto o iniciativa que ponga en el foco esta barbarie y que sirva para pararla debe ser bienvenida, desde el reconocimiento de Palestina como Estado hasta el plante a Eurovisión. Aunque en este caso lo que lamento es que los Big Five, (Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y España), los cinco países que más aportan económicamente a la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival, no se hayan coordinado para tomar una decisión valiente: presionar para suspender la participación de Israel, como también se hizo con Rusia. Debe ser que la cosa es más complicada de lo que en principio parece desde fuera. O quizá, como diría H.L. Mencken, “para cada problema complejo existe una solución simple, clara y equivocada”.

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