Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 30 de enero de 2021

No contéis conmigo para lapidar al Rubius

No conozco a nadie que disfrute pagando impuestos. ¿Os imagináis a alguien sucumbiendo a la arrebatadora excitación de ver entre los movimientos de su cuenta bancaria, por ejemplo, el cargo del IBI? ¿O a un contribuyente eligiendo la opción menos favorable de su declaración de la renta porque le pone cachondo? No digo que no exista, que de todo hay, pero no suele ser frecuente en este país donde todavía te preguntan eso de “¿La factura con IVA?”. 

Aunque soy muy de soñar despierta, me reconozco incapaz de imaginarme ganando un sueldo de 6.000 euros al mes. Tampoco me arriesgo a afirmar con rotundidad si, en ese hipotético y más que improbable caso, me molestaría que la Agencia Tributaria se quedara la mitad. Supongo que sí, como a cualquiera, aunque esté claro que con 3.000 euros tendría más que suficiente para mantener mi austero estilo de vida en pandemia. La única certeza que atesoro es que esta circunstancia concreta no me empujaría a emigrar. Debería haber algo de más peso que solo la posibilidad de duplicar el saldo de mi tarjeta oro para hacerme abandonar el lugar donde tengo mi vida. 

El caso es que no queda otra que pagar. El argumento siempre es el mismo: "Hacienda somos todos" y cada uno tenemos que aportar en función de nuestros ingresos para sostener el país, construir infraestructuras o costear servicios para el ciudadano, como la sanidad y la educación públicas. Al final, vendido así, parece que recibimos más de lo que damos. 

A pesar de todo, no seré yo quien critique al Rubius. En mi modesta opinión, el único error que ha cometido ha sido contar que se iba a mudar a Andorra. ¿Qué necesidad había de desvelar públicamente sus intenciones? ¿Es que va a cambiar algo el contenido que ofrece a través de Youtube o Twitch? No. Sus seguidores van a seguir viendo sus vídeos o directos, y la escenografía seguirá siendo la misma, una habitación que podría estar en Madrid, Oslo, Andorra o Castelflorite

Si hubiera omitido ese pequeño detalle que pertenece a su vida privada y es totalmente legal, por cierto, ahora no estaría siendo objeto de un desproporcionado linchamiento público, ni se habría orquestado esta operación de acoso y derribo, por otra parte, muy de este país. 


Qué queréis que os diga. El youtuber está en su derecho de cambiar su país de residencia por el motivo que considere. Por estar más cerca de sus colegas, buscar tranquilidad, conseguir mejores condiciones de vida o pagar menos impuestos. Faltaría más. Lo mismo que han emigrado a otros países un montón de jóvenes sobradamente preparados en busca de una oportunidad laboral que no encontraban aquí. Os recuerdo que España tiene un 40% de paro juvenil, casi triplica la media europea. 

Los que salimos perdiendo con la marcha de todos ellos, también del Rubius, somos el resto, los que nos quedamos. España no se puede permitir el lujo de dejar escapar el talento, en el campo que sea, porque es un activo para el país. Y sí, aunque a algunos os caigan como una patada en el estómago, más por envidia que por otra cosa, y otros no entendáis este fenómeno, lo único cierto es que cuantos más youtubers multimillonarios tengamos cotizando en el país, mayores ingresos reportarán a las arcas públicas. Y eso es riqueza para todos

A lo mejor lo que había que plantearse es cómo podemos retener al Rubius y al resto de jóvenes youtubers que han cambiado España por Andorra. Y también cómo conseguir que regresen todos los jóvenes sanitarios, ingenieros e investigadores españoles que un día dejaron este país en busca de una oportunidad y se han asentado en Reino Unido, Alemania, Francia o EEUU, donde sí les ofrecieron un presente y un futuro. Ahora los necesitamos a todos más que nunca.

miércoles, 13 de enero de 2021

La pandemia no nos ha hecho mejores, ni Filomena tampoco

Claro que no estábamos preparados para esto. Nos habían avisado, pero nadie podía imaginar la gran nevada que se nos venía encima con el paso de Filomena. Deberíamos haber sabido interpretar lo de la "alerta roja". El problema es que hemos desvirtuado el sentido de esa palabra y ese color. 

Lo de “la nevada del siglo” que anunciaban los meteorólogos también era bastante gráfico, pero después de tantos “partidos del siglo” la expresión ya ha perdido su fuerza. En estos tiempos estamos tan acostumbrados a excesos, exageraciones y fakes, que nos hemos inmunizado frente al peligro y relativizamos cualquier barbaridad y, por extensión, cualquier alarma.

Los avisos eran claros pero las propias autoridades no los vieron o no quisieron verlos. Probablemente por no alarmar y, mucho más, me temo, por lo impopular de imponer a la población otro confinamiento, esta vez por la amenaza climatológica. A ver quién era el valiente que dictaba un decreto que ordenara el cierre de empresas y establecimientos comerciales y la prohibición de circular por las carreteras después de las seis de la tarde del viernes 8 de enero, hora a la que comenzaba la alerta roja en Madrid. Seguro que le caía un recurso judicial y algún magistrado consideraba que la medida vulneraba los derechos fundamentales de los ciudadanos. 

De hecho, Filomena parece habernos hecho olvidar durante unos días que el festín navideño ha vuelto a disparar la incidencia de casos de Covid en lo que ya es la tercera ola, pero nadie se atreve a mencionar la idoneidad de otro encierro.

Resulta estéril discutir ahora por lo que se hizo mal antes de la llegada de la gran nevada cuando lo prioritario, creo yo, es centrarse en solucionar cuanto antes los efectos del temporal. Que la nieve para un rato está bien, pero más de un día se hace pesada.

En el municipio en el que resido las redes sociales están que echan humo por la gestión del Ayuntamiento en esta crisis, en particular por la lentitud en la retirada de la nieve de calles y calzadas para poder recuperar la movilidad. Pero no es el único. La crítica frente a la mayoría de administraciones públicas es generalizada. 

La realidad es que las autoridades no dan abasto con los medios de que disponen para recuperar la normalidad. La estrategia común está siendo liberar en primer lugar las vías principales y las que conducen a hospitales y centros esenciales. Sin embargo, de nada sirve si en tu calle tienes un metro de nieve y no puedes llegar a esos ejes, no ya con tu vehículo, ni siquiera andando, a no ser que te excite el riesgo y la aventura de caminar sobre placas de hielo por las bajas temperaturas.

Somos un país sin tradición de nevadas de este calibre en cotas medias y bajas, así que lógicamente los recursos no se invierten en medios suficientes para afrontar escenarios como el que ahora tenemos en la Comunidad de Madrid. Y no hablo solo de las administraciones públicas. ¿Quién tiene una pala en su casa

Es lo que más he echado de menos estos días. Al margen de un todoterreno, por supuesto. Por eso el domingo no me quedó más remedio que tirarme al patio de mi urbanización con una bandeja de horno para tratar de liberar de nieve un sendero desde mi portal a la puerta de la calle, ante el cachondeo del personal que me miraba como si me hubiera dado un brote sicótico. Menos mal que se me unió otra vecina armada con una tabla de cortar. No era tan grande y resistente como mi herramienta anti-Filomena, pero resultó perfecta para el trabajo fino. 

Por cierto, han pasado tres días y todavía tengo agujetas en lugares del cuerpo que no sabía que pudieran doler: las palmas de las manos, los dedos, los antebrazos, los laterales del cuello, las lumbares… Imagino que si viviera en Quebec, Helsinki o Fargo ya estaría acostumbrada y no acusaría tanto el esfuerzo. Incluso tendría todo lo necesario para moverme con desenvoltura en este ambiente, igual que mis vecinos. 

Porque si de algo me ha servido esta experiencia es para comprobar la cantidad de gente del barrio que guarda en sus trasteros esquíes, tablas de snowboard, raquetas, trineos y la ropa más adecuada para pasar el día en la nieve. Yo que antes del temporal ya me veía fuera de lugar en el vecindario, ahora directamente me he sentido como una intrusa en Baqueira.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Pactar para unir, no para romper

Escribo esto sabiendo de antemano que me voy a meter en un jardín. Pero me arriesgaré como tributo a la Constitución Española cuyo día celebramos hoy, 6 de diciembre, un texto que recoge la libertad de expresión en su artículo 20. 

Estoy aburrida de la cantinela de que España se rompe, de que el Gobierno de coalición ha pactado con secesionistas y con los herederos de ETA y de que este país se va al garete. Quienes repiten como un mantra este discurso suelen acompañarlo del ondear de la bandera. La sacan a pasear como si fuera el guante con el que se desafiaban a duelo los antiguos. O más bien como si fueran los ajos, el crucifijo y el agua bendita con los que se desactiva a los vampiros. 

Pedro Sánchez lo estará haciendo mejor o peor, pero lo cierto es que ha sacado adelante los Presupuestos y no por los pelos, con 188 votos favorables, doce más de la mayoría absoluta. Iba siendo hora de tener unos nuevos, que los de Cristóbal Montoro prorrogados ya olían. Además, el roto que nos ha hecho el coronavirus estaba pidiendo a gritos unas cuentas ajustadas a la nueva realidad. 

Unos presupuestos, en esencia, buscan el bien común de todo el país. Habría sido estupendo que fueran fruto del acuerdo entre todos los partidos llamados “constitucionalistas”, pero ya nos hemos acostumbrado a su incapacidad para hallar puntos de encuentro. 

Congreso de los Diputados tras la aprobación de los Presupuestos

Así que sí, entre el presidente Sánchez y el vicepresidente Iglesias han conseguido el apoyo que les faltaba, concesiones mediante -como es lógico-, en EH-Bildu y ERC, grupos minoritarios de la Cámara, nacionalistas de izquierda que aspiran a separarse de España, sin ninguna esperanza de lograrlo, y en cuya formación militan condenados por sedición o palmeros con restos de una banda terrorista en su ADN. 

Vale. A mí también me repugna Arnaldo Otegui, coordinador general de EH-Bildu. Resulta difícil olvidar que hasta hace nada seguían recibiendo con honores a etarras asesinos de vuelta a casa tras cumplir su condena, que siguen refiriéndose a "conflicto vasco" cuando hablan de los años de la barbarie etarra y que equiparan como víctimas al que recibió el tiro en la nuca y al que se muere de asco en una cárcel a 600 kilómetros de su casa por apretar el gatillo. No hay que leer o ver ‘Patria’ para asumir esta realidad. 

Lamentablemente eso no hay quien lo borre, ni siquiera el tiempo, aunque a veces parezca que a los jóvenes les suena más la Guerra Civil. Pero lo cierto es que EH-Bildu, en este momento, es una formación política legal con discreta presencia en el Congreso gracias a los más de 250.000 votos que obtuvo en las últimas elecciones generales. 

Ya sé que en esta coalición hay gente que ha pisado la cárcel y visitado los tribunales. Sin ir más lejos, su portavoz, Mertxe Aizpurúa, fundadora del diario Gara, fue condenada a un año de prisión por apoyar el terrorismo y tuvo prohibido trabajar como periodista durante ese tiempo. No viene mal recordar que los condenados por sentencia firme, según la Ley electoral, no pueden presentarse a unas elecciones en el período que dure la pena. Pero una vez la han cumplido, recuperan sus derechos. 

No podemos defender un sistema penitenciario en el que privamos de libertad al condenado para reinsertarlo, pero luego, cuando le dejamos libre, una vez fuera, le señalamos y nos negamos a reintegrarlo en la sociedad, no le dejamos jugar el partido, le convertimos en un bicho raro del que hay que desconfiar y con el que no podemos interactuar. 

Imagino que debe ser muy difícil para alguien que ha sufrido la pérdida de un ser querido por la sinrazón del terrorismo seguir adelante sabiendo que quienes aplaudieron ese crimen están haciendo política en las instituciones. Pero hay que sobreponerse para evitar un bloqueo vital. 

Insisto, si la legislación les permite hacer política, no podemos dejarlos al margen, debemos asumir que van a estar en el juego político. No es blanquear, es cumplir la ley. Se acabó la discusión. Lo que toca y nos queda es no quitarles el ojo de encima y pillarles en un renuncio normativo. 

En los últimos días hemos asistido a un par de momentos esperanzadores en el Congreso que nos llevan a aventurar que se empieza a vislumbrar algo de luz al final del túnel. Uno fue durante el homenaje a Ernest Lluch, cuando la portavoz de Bildu participó en el acto de homenaje al exministro socialista asesinado por ETA hace 20 años, la primera vez que este partido participaba en un homenaje a una víctima de la banda. En el otro, el diputado de la formación abertzale, Jon Iñarritu, se solidarizó públicamente con una víctima de ETA, el diputado de Vox Antonio Salvá cuyo hijo guardia civil fue asesinado por ETA en 2009. 

La banda terrorista dejó de matar en 2011 y anunció su disolución en 2018. Sin olvidar nada de lo que ha pasado, ni a una sola de sus 855 víctimas, y sin dejar de contárselo bien a las nuevas generaciones, yo ya solo aspiro a que se esclarezcan los asesinatos pendientes, se juzgue a los que quedan por juzgar, terminen de cumplir su condena los que están encarcelados y que los herederos políticos de la banda continúen dando pasos que nos convenzan de que de verdad lamentan todo el daño sufrido. 

Mientras todo esto llega, creo que deberíamos seguir avanzando tratando de no dejar a nadie atrás y, sobre todo, sin crispar para dividir. Porque el peligro no es tanto que el territorio se fragmente como que la sociedad española vuelva a estar partida en dos. 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Tranquilos, los centros de educación especial no están en peligro

Hace unos años visité por trabajo un centro de educación especial, lo que me permitió aproximarme a una realidad que no suele mostrarse con frecuencia. Las veces que estuve en este colegio vi niños con parálisis cerebral, inmóviles en sus sillas de ruedas, que necesitan que les den de comer y les cambien el pañal. Otros sufren enfermedades degenerativas que les van inhabilitando en el aspecto motriz, pero mantienen intacta su capacidad intelectual, lo que les tiene frustrados y muy enfadados con el mundo. Los hay que presentan menor dependencia, pero difícil grado de integración. Encuentras chavales con diversos trastornos del espectro autista, que a simple vista podrían pasar por alumnos de cualquier escuela pública, hasta que intentas entablar una conversación con ellos y detectas que no razonan o actúan como lo harían aquellos. También hay adolescentes con síndrome de Down y algunos otros que, por sufrimiento fetal en un parto complicado, tardan más que el resto en asimilar conceptos. La mayoría son personas desinhibidas que no se rigen por los patrones sociales que nos coartan la libertad al resto. 

Resulta impresionante ver cómo interactúan con ellos los especialistas y monitores del centro y cómo las terapias de estimulación a las que les someten consiguen resultados que para el común de los mortales podrían parecer discretos, pero que para los expertos en la materia representan verdaderos triunfos.

El centro contaba con abundantes medios y personal para tratar cada una de las patologías de la manera más adecuada. Recuerdo ver sonreír sobre un caballo en una sesión de equinoterapia a una alumna que hasta entonces habían permanecido en un rincón ajena a la llegada de aquellos extraños que invadimos su espacio disturbando su rutina cotidiana. No se me olvidan tampoco las carcajadas silenciosas de un chaval, reclinado en su silla adaptada, cuando le salpicaron los compañeros que chapoteaban en una pequeña piscina hinchable instalada en el patio del colegio cuando el calor de junio invitaba a refrescarse con juegos de agua.

Durante esas visitas entendí que lo más valioso que aprendían todas estas personas era a reconocerse, aceptarse y valerse por sí mismos en la medida de lo posible. Escribir, leer y contar eran también objetivos de aprendizaje, pero no la prioridad. Los éxitos de cada día tenían más que ver con pequeños logros afectivos, como un abrazo, una palabra, un botón que entrara en el ojal o un gesto que confirmara que se sentían queridos y valorados.

Niño con discapacidad
Imagen de falco en Pixabay

Un recurso muy valioso

La importancia de estos centros de educación especial es tan grande que nadie en su sano juicio maquinaría para cerrarlos. ¿Quién querría suprimir un recurso tan valioso? Por eso me extraña que esté circulando como cierta la creencia de que la Lomloe (Ley Orgánica de Modificación de Ley Orgánica de Educación), aprobada recientemente en el Congreso y conocida como ‘Ley Celaá’ por la ministra, pretenda cerrar los centros de educación especial y eliminar este tipo de enseñanza. El texto de la ley no dice absolutamente nada de eso. Si no me creéis, aquí tenéis el párrafo en cuestión para que lo comprobéis vosotros mismos.

Disposición adicional cuarta. Evolución de la escolarización del alumnado con necesidades educativas especiales.

Las Administraciones educativas velarán para que las decisiones de escolarización garanticen la respuesta más adecuada a las necesidades específicas de cada alumno o alumna, de acuerdo con el procedimiento que se recoge en el artículo 74 de esta ley. El Gobierno, en colaboración con las Administraciones educativas, desarrollará un plan para que, en el plazo de diez años, de acuerdo con el artículo 24.2.e) de la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas y en cumplimiento del cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, los centros ordinarios cuenten con los recursos necesarios para poder atender en las mejores condiciones al alumnado con discapacidad. Las Administraciones educativas continuarán prestando el apoyo necesario a los centros de educación especial para que estos, además de escolarizar a los alumnos y alumnas que requieran una atención muy especializada, desempeñen la función de centros de referencia y apoyo para los centros ordinarios.

Resumiendo: lo único que establece es que en diez años los centros educativos públicos deberán tener los recursos necesarios para atender a los alumnos con discapacidad, en un intento por favorecer la inclusión total de estos niños y que no se sientan apartados de los llamados “normales”. Eso es lo que lleva reclamando mucho tiempo el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI). Y, además, subraya que los centros de educación especial seguirán acogiendo a quienes necesiten atención más especializada.

Sobre quién y cómo decidirá el destino escolar de estos niños, la nueva ley apenas modifica la anterior, salvo para introducir un detalle que me extraña que no existiera en la anterior: la opinión de los padres, a los que a partir de ahora se les va a escuchar e informar. Aquí reproduzco exactamente lo que dice la reforma sobre el procedimiento que recoge el artículo 74 que se cita en el texto anterior:

Cincuenta. Se modifican los apartados 2, 3 y 5 del artículo 74 quedando redactados en los siguientes términos:

“2. La identificación y valoración de las necesidades educativas de este alumnado se realizará, lo más tempranamente posible, por personal con la debida cualificación y en los términos que determinen las Administraciones educativas. En este proceso serán preceptivamente oídos e informados los padres, madres o tutores legales del alumnado. Las Administraciones educativas regularán los procedimientos que permitan resolver las discrepancias que puedan surgir, siempre teniendo en cuenta el interés superior del menor.”

“3. Al finalizar cada curso se evaluarán los resultados conseguidos por cada uno de los alumnos y alumnas en función de los objetivos propuestos a partir de la valoración inicial. Dicha evaluación permitirá proporcionar la orientación adecuada y modificar el plan de actuación, así como la modalidad de escolarización, que tenderá a lograr el acceso o la permanencia del alumnado en el régimen más inclusivo.”

“5. Corresponde asimismo a las Administraciones educativas favorecer que el alumnado con necesidades educativas especiales pueda continuar su escolarización de manera adecuada en las enseñanzas postobligatorias; adaptar las condiciones de realización de las pruebas establecidas en esta Ley para aquellas personas con discapacidad que así lo requieran; facilitar la disponibilidad de los recursos y apoyos complementarios necesarios y proporcionar las atenciones educativas específicas derivadas de discapacidad o trastornos de algún tipo durante el curso escolar.”

Así que, a quienes decís que en el fondo todo responde a una maniobra maquiavélica de este Gobierno para ir vaciando estos centros poco a poco hasta hacer que cierren por falta de alumnos, siento deciros que, a la educación especial, lamentablemente, nunca le van a faltar alumnos.

Mucho tendría que cambiar la escuela pública

Me confieso defensora de la educación pública, de que todos tengamos las mismas oportunidades, de la integración y la inclusión. Mi hija ha coincidido en la escuela y el instituto con un niño con discapacidad sensorial, otro con síndrome de Down y varios compañeros con dificultades de aprendizaje a los que las maestras especialistas en PT (pedagogía terapéutica) realizaban adaptación curricular. Creo que enriquece a los niños comprobar que existen otros niños diferentes y socializar con ellos. Pero seamos realistas; esta valiosa experiencia solo es posible en casos leves. Hay muchos otros casos en los que el grado de discapacidad convierte en sencillamente inviable esta opción, por no hablar de que sería, además, perjudicial para el propio menor.

En una escuela pública en la que escasean los recursos me extraña que en diez años vayan a cambiar tanto las cosas como para reforzar el personal, contratar profesores de apoyo especializados, formar a los docentes en diversidad, acometer obras integrales para adaptar los centros o reducir las ratios en las aulas, algo que hasta ahora solo ha conseguido la pandemia. Para todo eso hacen falta medios y me temo que los que manejan las cuentas siempre encontrarán otras prioridades. A las pruebas me remito. Madrid contrató profesores de refuerzo este curso para ayudar a los niños que arrastraban carencias por ese último trimestre de clases que pasamos confinados y no piensa renovarles una vez que acaben estos tres meses de contrato porque económicamente no podrían afrontarlo.

Por no mencionar otra triste realidad. Admitámoslo, tenemos un sistema educativo en el que el alumno que requiere más atención o va más lento resulta un estorbo, porque retrasa a la clase y da más trabajo al profesor. Y se trata de niños sin discapacidad. Me pregunto cómo afectaría a estos 'ritmos' una política educativa realmente inclusiva. 

Si nada de lo que acabáis de leer os ha hecho cambiar de opinión o, al menos, tranquilizaros, siempre os queda la esperanza de que antes de diez años cambie el signo político del Gobierno y el que venga derogue por enésima vez la Ley de Educación vigente.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Sociedad adolescente

¿No os pasa que cuando no podéis hacer algo, más os apetece? Y luego, cuando ya no hay cortapisas que valgan, lo que no tenéis son ganas. O fuerzas. O valor. O interés. O ya es demasiado tarde. 

Hablo del asombroso poder de la prohibición. Prueba a prohibir algo y ya verás cómo seguramente alguien que antes no había reparado en ello sentirá el irrefrenable deseo de probar lo prohibido. Las drogas, sin entrar a fondo en el debate, podrían servir como ejemplo. Aunque el más gráfico lo encontramos en el alcohol y el tabaco, sustancias cuyo consumo está vetado a menores de edad y que, en la práctica, terminan convirtiéndose en el muro que aspira a saltar cualquier chaval que tiene prisa por llegar a la edad adulta. 

Pienso también en la etapa de represión que vivió este país hace décadas, cuando las escenas eróticas en las películas eran censuradas y resultaba imposible ver un pecho, un pene o un culo en la gran pantalla. Ese batallón de guardianes de la moral propició que surgiera una generación de, por un lado, seres disfuncionales que se ponían como motos solo con contemplar un cuello o un tobillo femenino y, por otro, revoltosos que desafiaban al rancio sistema cruzando los Pirineos para refugiarse en algún cine de Perpiñán donde se proyectaba ‘porno de entonces’ sin cortes en los momentos más inoportunos. 

A veces ni siquiera es necesaria la prohibición. Basta con que algo no sea recomendable para asistir en primera fila a un combate de full contact entre tus bajos instintos y tu fuerza de voluntad. Pensad, por ejemplo, en aquellas personas condenadas a una vida monacal por culpa del resultado de una analítica. Su médico de cabecera les advierte de los peligros que entrañan los hábitos poco saludables para sus niveles de colesterol pero, a pesar de la advertencia o precisamente por ella, salen de la consulta deseando atiborrarse a grasa. 

Recomendar o prohibir

Observo que, por lo general, el individuo como parte de una colectividad necesita que le tutelen. Solo funciona con prohibiciones y obligaciones. Si no existieran un código de circulación, unos límites de velocidad, señales que indican cómo proceder y la amenaza de multas sobrevolando, pocos conducirían de manera responsable pensando en proteger su vida y la de los demás. 

Si este fin de semana largo no hubiera un cierre perimetral en la Comunidad de Madrid y otros territorios autonómicos así como restricciones relacionadas con el aforo, los horarios o la mascarilla, la gente seguiría comportándose como si estuviéramos en 2018, a pesar de las cifras que nos está dejando esta segunda ola de la pandemia. De hecho muchos ya lo hacen

Imagen de Wokandapix en Pixabay

Este domingo finaliza La Vuelta en Madrid y el Ayuntamiento de la capital ha recomendado a los vecinos que no acudan a recibir a los ciclistas para evitar aglomeraciones. Apuesto a que, a pesar de ello, el pelotón se encontrará arropado por aquellos que no renuncian a su libertad personal. Somos una sociedad adolescente que no entiende lo de la ‘responsabilidad individual’. De modo que las recomendaciones no sirven de nada. Para que la gente no haga algo hay que prohibírselo, como cuando un padre le dice no a su hijo, aún a riesgo de que se enfade, proteste y te monte una noche de disturbios

Ganas reprimidas

Confieso que desde que la pandemia se instaló en nuestras vidas yo también estoy experimentando más ese deseo de libertad, pero reprimo las ganas de romper las reglas.  Cosas de la madurez. Cuando nos confinaron en marzo el cuerpo me pedía kilómetros, avanzar, moverme, correr, salir, justo lo que no se podía hacer. Eso fue al principio. Luego, cuando llegó la relajación de restricciones, resultó que ya no me seducía la idea de tirarme a la calle con el resto de vecinos histéricos a los que observaba hipnotizada desde mi terraza. El paso del tiempo había contribuido tanto a mi adaptación a la nueva situación que la vida fuera de mis cuatro paredes me parecía sin sentido y peligrosa. 

Repuesta de esa anomalía pasajera, recobré también las ganas de viajar, pero la situación sanitaria era incompatible con la movilidad. De modo que mi pasaporte sigue caducado y mi ‘Lista de lugares que me gustaría conocer antes de morirme’ se mantiene intacta con los mismos tachones que hace dos años. Porque ahora que el coronavirus ha dejado el sector del turismo tiritando y algunas compañías aéreas ofrecen vuelos a precios de risa, la sola idea de tener que someterme previamente a una PCR, la necesidad de rastrear toda la geografía para saber en qué destinos tendría vetado el acceso por ser española o la obligación de ‘cuarentenarme’ diez o quince días al llegar al lugar elegido me retraen profundamente de viajar. 

Por poner algún otro ejemplo ajeno a la maldita Covid, los que tenéis hijos supongo que recordaréis alguna noche en la que os apetecía mucho algo de intimidad con vuestra pareja, pero no había manera de que vuestras criaturas conciliaran el sueño. Probablemente no os quedó otra que refrescar las expectativas y aplazar los deseos a una mejor ocasión. Quizá al día siguiente los críos cayeron rendidos pronto y entre sacar la libido a pasear o sumar valiosas horas de sueño, no hubo lugar a dudas. 

A veces pienso que la vida viene con errores de desarrollo, como algunas apps. Es como si no hubieran hecho todos los test de usuario necesarios para asegurarse de que las funcionalidades se ejecutan sin problemas. Cuando pasa el tiempo y tus hijos empiezan a ser más autosuficientes una vez superada la etapa de la infancia, te encuentras un fin de semana con toda la casa para ti y puede que lo que te pida el cuerpo no sea un maratón de sexo, sino de capítulos de tu serie favorita mientras te tomas un vino. No siempre, tranquilos. También alguna vez se alinean los planetas. Y ya sabéis, con esto pasa como con el comer y el rascar. Todo es empezar.