Llevo semanas sin alimentar este blog y regreso para vomitar preocupaciones.
Saber que el cáncer finalmente le ha ganado la batalla a Bimba Bosé resulta
devastador. Una auténtica putada. Tanto como perder a familiares o amigos -seres anónimos- por esa enfermedad, o presenciar el implacable avance de la dolencia cuando ataca a personas próximas aún jóvenes, gente como tú.
Marta lleva en la cama de un hospital 20 días. Cuando
en Navidad todos compartíamos nuestros deseos de año nuevo, supongo que ella debió
pedir salud. Pero 2017, el muy canalla, no se lo ha concedido.
Marta casi no habla. No porque no pueda, es que no quiere
hacerlo. Está enfadada, mucho. No quiere estar en un hospital. Preferiría irse
a casa, con sus hijas, su marido, su perro. Imagino que desearía no sentir
dolor, no tener en las muñecas esas dos vías por donde le enchufan los
analgésicos pautados, ni esos parches transparentes pegados a la piel que van
soltando la sustancia que le permite seguir callada y no estallar en gritos de
dolor o directamente desmayarse. Creo que Marta daría lo que fuera por poder
sostenerse sobre sus piernas para ir
sola al baño. Eso significaría que no había perdido tanto -masa muscular, apetito, fuerza, kilos, pelo, ánimo- y tan rápido en esta fase
del proceso.
Todos los que vamos pasando por la habitación 312 a
visitarla, compartir un rato, acompañarla, charlar -es un decir-.., tratamos de
darle cariño, transmitirle que estamos con ella, que no está sola. Andamos con
pies de plomo a la hora de escoger temas de conversación y no podemos evitar
sentir un inmediato cargo de conciencia después de contarle nuestras preocupaciones,
insignificantes al lado de lo que verdaderamente es un problema. A veces nos atrevemos a probar suerte
intentando arrancarle una sonrisa, decir alguna chorrada que por unos segundos
la evada de la cruda realidad, y cuando lo conseguimos nos damos por satisfechas.
Porque es ahí, en ese instante cuando reconocemos a Marta, una de las
nuestras, amiga reencontrada y compañera de cenas solo para chicas, la última
hace mes y medio, cuando parecía que todo estaba controlado. En esas quedadas nos
iba poniendo al día de su lucha, los duros tratamientos a los que se sometía,
los jodidos efectos secundarios, y siempre con un aplomo, optimismo y fuerza
asombrosos. Y nosotras no podíamos hacer otra cosa más que animarla a seguir
peleando, mientras pensábamos, sin verbalizarlo, si seríamos capaces de
aguantar tanto y con tanta dignidad en una situación similar. Ojalá estos últimos
años de pesadilla hubieran sido solo eso, un mal sueño.
En la habitación de Marta siempre está la televisión
encendida, no solo como entretenimiento para alguien confinado a una cama de hospital, sino también para que no pese tanto
el silencio sobre su acompañante. Espero que hoy, cuando hayan dado la noticia de
Bimba, la tele estuviera apagada.
Ignoro si Marta está asustada, porque no quiere decir nada. Supongo que sí. Yo lo estaría. De hecho, ya lo estoy. Y aunque lo intento, es imposible no pensar.
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