Parece que en breve va a abrir sus puertas en España la Escuela Neurocientífica del Amor, un lugar donde van a enseñar a sus alumnos a “enamorarse de la persona adecuada”. Según leo, su objetivo es que los clientes se conozcan bien mediante test sinápticos (que determinan los niveles de dopamina, testosterona, estrógenos y serotonina que tiene cada sujeto) y de mapas del amor que les ayuden a identificar a su media naranja.
Ignoro si será un pelotazo, pero creo que tratar de emplear la razón para gobernar ámbitos donde manda el corazón es una pérdida de tiempo. Además, ¿quién quiere encontrar a su pareja ideal? La gracia está precisamente en ir probando y equivocándote. Sentir mariposas en el estómago tantas veces como te enamoren, caer rendida, sufrir y -resiliencia mediante- volverte a enamorar.
Y sobre todo es fundamental asumir que el enamoramiento es pasajero, que tiene fecha de caducidad, como los yogures, y la pasión del inicio termina evaporándose a fuerza de aplicarle tanto ardor, por mucho que hayas tenido la fortuna de dar con tu otra mitad. Así que, llegado a este punto, una de dos: o sigues sufriendo y buscando -con mayor dificultad a medida que maduras- o decides/te resignas a simplemente ‘querer’ y vivir el amor de otra manera, abriendo el abanico y buscándole nuevos puntos, como explorar en tu organismo hasta encontrar otras sensaciones placenteras que, si bien no son como las mariposas del estómago, al menos te dan cierta vidilla: una puesta de sol que te chuta endorfinas, una canción que te arranca un suspiro, la escena de una película que te emociona hasta las lágrimas o una caricia espontánea e inesperada que te eriza la piel.
Una de las cientos de veces que he estado enamorada -la mayoría sin ser correspondida, todo sea dicho-, el tipo en cuestión ‘cortó amarras’ conmigo soltándome una frase demoledora que viene que ni al pelo. "Te quiero, pero no estoy enamorado de ti". Eso fue cuando supe que al final se casaba con la chica oficial. Sí, seguía adelante con sus planes, pese a haber mantenido una extraña relación paralela conmigo, ‘la otra’. ¡Madre mía, lo que lloré! Y eso que me metí en la boca del lobo perfectamente consciente de que no era el hombre de mi vida, el ‘adecuado’, pero es que mi corazón con frecuencia ignora las órdenes de mi cerebro, se salta las señales de prohibido y termina colgándose de los perfiles menos indicados. Eso sí, de haberme ofrecido un cursillo intensivo de fin de semana en la Escuela Neurocientífica del Amor para evitarme este y el resto de desamores, no lo habría aceptado. No cambiaría ninguno de los desengaños amorosos de mi patético currículum sentimental por media naranja.
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