Una se pone a revisar las últimas noticias en Twitter para estar bien informada y de repente, haciéndose un hueco a codazos entre las últimas ocurrencias de Trump y las disputas escolares de Podemos, aparece el siguiente titular: “¿Eres capaz de dormir sin bragas?”. Es el digital The Huffington Post el que recoge este –por supuesto- interesantísimo artículo de opinión de una sexóloga pero que, tal y como se nos presenta, recibimos como si fuera una última hora más.
Diréis que eso me pasa por seguir cuentas no tradicionales. Bien, pues abro la edición digital de un diario histórico y serio, El País, y me encuentro un reportaje de alcance que leerás con avidez, sobre todo si eres o aspiras a ser astronauta: “¿Cómo es la vida sexual en el espacio?”.
Voy al ABC, que no es sospechoso particularmente de modernidades, y leo “Suspendido «a divinis» el cura de Padua que tenía un «sex shop» en la casa parroquial con fustas y vibradores”.
Pero, ¡qué narices le ha pasado al periodismo! ¿Qué le han hecho al concepto de noticia? Ya cuando en la Facultad nos decían aquello de que la verdadera noticia no era que un perro mordiera a un hombre, sino que un hombre mordiera a un perro, debí intuir que algo así podía ocurrir.
Las redes sociales se ha terminado convirtiendo en fuente de noticias. Los medios construyen historias noticiables a partir de cuatro tuits y sondean el interés de la audiencia a base de publicaciones plagadas de likes y compartidas hasta hacerlas virales. No me extrañaría que en breve se considere periodismo de investigación rastrear Twitter y Facebook.
Lo peor es que, inexplicablemente, como poseída por una extraña y desconocida atracción, me he leído el artículo de dormir sin bragas hasta el final.
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