Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

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martes, 3 de octubre de 2017

Guerra sucia en las redes

Conservo en el móvil un texto, que me llegó a través de una amiga, supuestamente escrito por Isabel Coixet a propósito del conflicto catalán. Nada más comenzar a leerlo me dio por dudar de que aquello lo hubiera vomitado la Coixet. No obstante, para asegurarme, entré en Google, hice un pequeño rastreo y confirmé mis sospechas. El texto ha ido difundiéndose a través de los perfiles de Facebook de distintos periódicos gracias a que un par de ‘ciudadanos’ han tenido a bien compartirlo en el apartado de comentarios de las noticias que van publicando estos medios y donde, por cierto, otros usuarios que sintonizan con el mensaje declaran su admiración por la directora, elogian su arrojo y manifiestan su intención de compartirlo en otras redes por su importancia. Curiosamente nadie lo pone en duda o lo cuestiona. La directora de cine siempre se ha expresado libremente sobre el conflicto pero no en esos términos. Y como muchos otros a los que se les han atribuido textos que no habían escrito, ha tenido que desmentir públicamente su autoría.

Unas horas antes, mi hija, consternada, me vino con la noticia de que un pequeño de 6 años se había quedado parapléjico por los ataques de la policía el 1-O. Se había enterado del suceso por el móvil. No tuve que confirmar nada. Inmediatamente le dije que aquello no podía ser verdad. Le pregunté por qué vía le había llegado la noticia, cuál era su fuente, qué datos le habían aportado y ya, viendo que me estaba pasando de ‘profesional’, le hice ver un pequeño gran detalle de pura lógica. Si una sola persona, adulto o niño, hubiera muerto el 1-O por los sucesos de Cataluña, la noticia estaría en la portada de todos los periódicos, abriría todos los telediarios y habría provocado la dimisión en cadena de todo el gobierno nacional y el catalán. Aún así, para que se quedara más tranquila, pues su móvil seguía recibiendo mensajes airados de amigos que seguían dando por cierta la noticia, le pasé el tuit oficial en el que se desmentía la atrocidad y se desmontaba el bulo.

Hasta ahora, como veis, son anécdotas de poco recorrido; ni mi amiga ni mi hija son creadoras de opinión ni tienen muchos seguidores ni responsabilidad alguna en la sociedad. Lo malo es cuando un eurodiputado como Ramón Tremosa, del PDCat, tuitea esta foto con el hashtag #CatalánReferendum y da a entender que capta un instante de tensión de los vividos en Barcelona entre policías antidisturbios y jóvenes criaturas pacíficas. La realidad es que esa foto no es ni de Barcelona ni de este fin de semana. Es de Chile de hace un año. Pero da igual. Todo vale.

Y podría seguir mencionando mentiras que algunos siembran con el propósito de que florezcan en aquellas cabezas que son terreno propicio para el cultivo. Afortunadamente, arruinando esa burda estrategia, surge quien no deglute sin paladear previamente y que no está dispuesto a que nos tomen por tontos y nos intoxiquen. Os invito a seguir la cuenta Maldito Bulo para seguir sorprendiéndoos con la cantidad de material incendiario que van arrojando los pirómanos en este polvorín. 

Con todo esto quiero apuntar que esta guerra en la que nos vemos inmersos apela al sentimiento más que a la razón y se está librando con todas las armas posibles, incluido el gran altavoz de masas que son las redes sociales, que amplifican también las mentiras. Quien se inventa este terrorífico relato cuenta con varias bazas:

-Hay una buena parte del público que solo se informa en las redes sociales y da todo el crédito a lo que le llega, sin cuestionarse si es una auténtica barbaridad. Se informa en sus medios afines, sigue a gente en la que cree y quiere creer lo que le cuentan.

-Internet es un medio en el que las noticias, también las falsas, circulan a la velocidad de la luz. De tal manera que cuando ya el bulo ha sido desmontado, todavía sigue recibiendo likes de gente que aún vive en la ignorancia.

-Difama que algo queda, deben pensar. Y no se equivocan. Siempre resulta más fácil echar mierda que limpiarla.

Utilizar la guerra sucia de la desinformación para manipular al público es una estrategia vieja, lo nuevo es emplear para ello las armas virtuales que nos proporcionan los social media. Mi consejo: poned en cuarentena todo lo que os llegue por las redes sociales, contrastad si es una fuente interesada y si realmente queréis estar bien informados, recurrid a los medios tradicionales. 

martes, 26 de septiembre de 2017

El fallo del juez Calatayud

Cuando Emilio Calatayud abre la boca, nunca pasa desapercibido. Habitualmente las declaraciones del juez de menores de Granada tienen trascendencia porque suele conectar con buena parte de la población al verbalizar de manera contundente –sin eufemismos- lo que muchos adultos opinan -y callan- sobre asuntos relacionados con niños y jóvenes. Por lo general cuando se menciona su nombre te vienen a la cabeza las originales sentencias ejemplares para menores descarriados que le han hecho célebre. Pero a partir de ayer toda esa larga y brillante carrera ha quedado empañada por sus últimas declaraciones, más transgresoras de lo normal, y en concreto por una frase poco afortunada que le ha puesto en el punto de mira, principalmente en Twitter, donde merodea mucho ofendido con gatillo rápido.


Calatayud participaba en el programa Las Mañanas de la 1, en RTVE. Tomando como percha la muerte de una célebre influencer, se debatía sobre el uso que hacen los jóvenes de las redes sociales. Preguntado al respecto, el juez dijo textualmente: “Perdón por la expresión. Tomarlo bien ¿eh?, pero las niñas actualmente se hacen fotos como putas”. Los allí presentes, los espectadores tuiteros y en general todo el que escuchó la frase se quedó horrorizado. Algunos pensaron que el juez había perdido la cabeza, si no el juicio. Luego Calatayud ha tratado de matizar su frase y ahondar en la cuestión a través de su blog, incluyendo también como víctimas de la situación a los niños, pero la lluvia de piedras no ha amainado. 

Si algo hay que reprocharle al juez es que en esta ocasión no haya calculado bien los daños colaterales de su provocación. Yo sí entiendo lo que quería decir Emilio Calatayud, aunque lo expresara de una manera muy torpe. Lo veo a diario. Cada vez las niñas tienen más prisa por parecer mayores. Les urge abandonar la niñez cuanto antes. Entre los 10 y los 12 años ya tienen un móvil y cuentas en redes sociales donde publican fotos tratando de emular a artistas o modelos a las que admiran o a las que sueñan parecerse. El baño de su casa suele ser un lugar ideal para retratarse frente al espejo vestidas con un top y un short minúsculo, en una postura que puede ser de todo menos natural, mucho menos infantil. Se encierran en su habitación y graban vídeos en plataformas como Musical.ly haciendo playback de éxitos reguetón mientras se mueven como si fueran las protagonistas de un videoclip, con contoneos y caricias incluidas. El mejor tutorial es la discografía de Maluma, baby

Igual que nos espanta a la mayoría contemplar a niñas disfrazadas de adultas en concursos de belleza infantil americanos, imagino que si algunos padres vieran las imágenes que comparten sus hijas en Instagram se quedarían horrorizados. Pero creo que no las ven y por tanto no pueden protegerlas de sí mismas y de los que sí las ven. No digo que les prohíban jugar a ser mayores -todas y todos nos hemos probado los tacones de mamá antes de tiempo- sino que procuren no olvidar la edad real de esas niñas, oculta bajo el maquillaje, y las traten como tal. Eso incluye, por supuesto, estar al corriente del uso que le están dando sus hijas al móvil y explicarles los riesgos que entraña. Porque esas crías sexualizadas, dentro de la inocencia de sus 11 años, no conciben que ese material vaya a despertar más que admiración entre los amigos que las siguen y aumentar su popularidad en el cole. Y lo mismo ocurre con los chavales, más preocupados en su caso por presumir de una tableta -que ni está ni se la espera- con sus correspondientes oblícuos imaginarios, que fotografían y distribuyen vía Whatsapp para que quede constancia entre sus colegas. Tampoco ellos entienden qué hay de malo en algo tan divertido. Y ahí es dónde quería incidir el juez, un tipo por lo general bastante sensato, en la necesidad de que los padres cumplamos con nuestro deber de padres y protejamos a nuestros hijos empezando por conocerles, saber en qué personas se están convirtiendo, y controlar lo que hacen con ese móvil que algunos les compraron pensando en tenerlos controlados y que ha resultado ser todo un descontrol. 

Y dicho esto, no voy a dictar una sentencia ejemplar contra el juez, porque bastante le ha caído ya. Me voy a limitar simplemente a indicarle dónde erró. El fallo de Calatayud fue la expresión “se hacen fotos como putas”. Porque una mujer poniendo morritos en una foto no es una puta. Una mujer posando en bikini no es una puta. Una mujer exhibiendo públicamente su lado más sexi no es una puta. Una mujer que decide libremente buscar likes despertando la libido o el deseo de quien vea su foto no es una puta. Una mujer que simplemente está orgullosa de su cuerpo y se lanza a mostrarlo en una red social no es una puta. Así que las niñas que juegan a ser mayores e imitan a esas mujeres adultas, libres y dueñas de su vida, señor juez, no se hacen fotos como putas. Hablemos con propiedad y respeto. Si no, se arriesga a tirar por la borda años de trabajo bien hecho.

viernes, 3 de febrero de 2017

El concepto de noticia

Una se pone a revisar las últimas noticias en Twitter para estar bien informada y de repente, haciéndose un hueco a codazos entre las últimas ocurrencias de Trump y las disputas escolares de Podemos, aparece el siguiente titular: “¿Eres capaz de dormir sin bragas?”. Es el digital The Huffington Post el que recoge este –por supuesto- interesantísimo artículo de opinión de una sexóloga pero que, tal y como se nos presenta, recibimos como si fuera una última hora más. 

Diréis que eso me pasa por seguir cuentas no tradicionales. Bien, pues abro la edición digital de un diario histórico y serio, El País, y me encuentro un reportaje de alcance que leerás con avidez, sobre todo si eres o aspiras a ser astronauta: “¿Cómo es la vida sexual en el espacio?”.

Voy al ABC, que no es sospechoso particularmente de modernidades, y leo “Suspendido «a divinis» el cura de Padua que tenía un «sex shop» en la casa parroquial con fustas y vibradores”.

Pero, ¡qué narices le ha pasado al periodismo! ¿Qué le han hecho al concepto de noticia? Ya cuando en la Facultad nos decían aquello de que la verdadera noticia no era que un perro mordiera a un hombre, sino que un hombre mordiera a un perro, debí intuir que algo así podía ocurrir. 

Las redes sociales se ha terminado convirtiendo en fuente de noticias. Los medios construyen historias noticiables a partir de cuatro tuits y sondean el interés de la audiencia a base de publicaciones plagadas de likes y compartidas hasta hacerlas virales. No me extrañaría que en breve se considere periodismo de investigación rastrear Twitter y Facebook.

Lo peor es que, inexplicablemente, como poseída por una extraña y desconocida atracción, me he leído el artículo de dormir sin bragas hasta el final.

domingo, 27 de marzo de 2016

De comidas y cenas están las redes sociales llenas

Ayer compartí una cena muy agradable con amigos de toda la vida a los que veo media docena de veces al año, coincidiendo con vacaciones, puentes o fiestas de guardar. Nos juntamos 16 personas entre niños y adultos. Charlamos de lo divino y lo humano, nos pusimos al día, reímos, comparamos la profundidad de nuestras arrugas, hicimos planes para futuras quedadas… todo en dos horas largas de las que no conservo testimonio gráfico. A pesar de que cada uno -o casi- de los que nos sentábamos a la mesa llevaba un teléfono móvil con cámara, a nadie se le ocurrió sacarlo para inmortalizar el momento y guardar un recuerdo en forma de foto. Creo que es una señal inequívoca de que estábamos demasiado entretenidos en disfrutar el encuentro y aprovechar al máximo el poco tiempo de que disponíamos, de modo que se nos olvidó retratarlo. 

No podré subir la foto a ninguna red social para presumir de lo bien que le pasamos. Mis seguidores/amigos virtuales no tendrán la oportunidad de darle al like ni escribir comentarios sobre qué bien nos conservamos para nuestra edad. No quedará una imagen para la posteridad, así que Facebook no me avisará dentro de un año o dos de que tal día como ayer nos juntamos todos a comer, beber, reír y conversar. Nos tendremos que conformar simplemente con hacer memoria, algo que cada vez ejercitamos menos, confiados en que ya vendrá a refrescárnosla la aplicación de turno. Lo malo es que así corremos el riesgo de considerar que los instantes más importantes de nuestra vida son solo los que refleja nuestro muro de Facebook y olvidar que lo que no se ve, porque no lo publicamos, también ocurrió. Lo importante es haberlo vivido, rememorarlo y vivir para contarlo. Aunque sea sin foto. 


martes, 23 de febrero de 2016

De falsas autorías y haches mal puestas

Veo que circula por las redes sociales un texto interminable atribuido a Arturo Pérez-Reverte en el que le da estopa a Podemos. A simple vista, entrando en el enlace que se está compartiendo y echando un vistazo al blog donde se ha publicado, salta a la vista que no lo ha firmado el periodista, escritor y académico, ni siquiera es de su estilo. Vale que la gente en general pase por alto este detalle, pero que profesionales de la comunicación lo difundan y den por bueno tiene delito. Y más cuando resulta fácilmente comprobable. Basta con entrar en la cuenta de Twitter de Pérez Reverte y revisar su actividad para ver cómo retuitea la noticia en que se confirma el bulo.


Esto me lleva a preocuparme por el bajo nivel de autoexigencia de algunos colegas, que olvidan la primera premisa del periodismo, que no es otra que contrastar la información. Entiendo que es tentador hacer que rule un texto contra “la nueva política” justo en este momento, pero es obligación del periodista -o así lo entiendo yo- no dar por buena cualquier historia que caiga en sus manos sin antes escarbar un poco.

Es una pequeña muestra de lo muy deteriorado que encuentro el oficio desde mi “privilegiada” situación de periodista desempleada. Quizá se debe a que últimamente ha coincidido que me he topado con más de un ejemplo de poco rigor a la hora de informar y fallos garrafales en la redacción de noticias. Un profesional de este oficio debería ser capaz de redactar una información correctamente y sin poner faltas de ortografía, qué mínimo.



Tampoco se puede levantar una historia sobre un error de concepto. Me explico, confundir una intolerancia al gluten con una a la lactosa cuando estás hablando de una famosa que ha perdido peso, y sobre cuyo trastorno ya se ha informado anteriormente en ese mismo medio, no es para que se acabe el mundo, pero es una incorrección intolerable, por no llamarlo una cagada.


No voy a entrar en el debate sobre si las redacciones han cambiado periodistas experimentados y caros por becarios poco formados pero baratos, esa no es la cuestión. Tampoco sobre si la situación política ha derivado en un periodismo de trinchera que exige posicionarse para mendigar migajas en las tertulias. Lo que debería preocupar a cada profesional es tratar de hacer de manera impecable su trabajo, para que nadie pueda sacarle los colores. Y a los dueños de los medios, lo que les debería importar es que su reputación no se vea comprometida por una “h” mal puesta. Pero claro, eso a quién le importa.

lunes, 1 de febrero de 2016

La tienda de las palabras olvidadas

A mí que me encanta jugar a juntar palabras, me ha dado un subidón cuando me han llegado noticias de una original propuesta que persigue enriquecer nuestro vocabulario mediante un simpático divertimento. Se llama LA TIENDA DE PALABRAS OLVIDADAS y parte de una penosa evidencia: los castellanohablantes solo empleamos unas 2.000 de las 94.000 palabras con que cuenta nuestro idioma. Así que la agencia de comunicación Proximity se ha inventado este experimento que consiste en revivir términos que utilizaban nuestros abuelos y que corren el riesgo de desaparecer por falta de uso, sobre todo ahora que nos comunicamos preferentemente a través de las redes sociales, unos canales donde prima lo simple en detrimento de lo complejamente bello o hermosamente complejo.


El proyecto se asienta en un portal de ventas que simula las tiendas online, a través del que se ofrece a los usuarios de redes sociales comprar alguno de esos vocablos en peligro de extinción a un módico precio: tranquilos, no hay que soltar un euro, simplemente basta con compartirlo en sus perfiles de Twitter o Facebook.

La mecánica es sencilla, entras en la página, eliges la palabra de entre todas las recogidas, seleccionas sus características físicas en función de la plataforma en la que la vas a difundir y la compartes. Incluso si echas en falta algún término olvidado, puedes sugerirlo a los responsables de la campaña.

Entelequia, picaflor, amalgama, ensimismado, melifluo, batiburrillo… son algunas de las 33 bellas palabras que se pueden “comprar” en esta tienda y regalar a los usuarios de las redes sociales. Los productos se ordenan por categoría –adjetivos, interjecciones y sustantivos- y temática -Bonitas, Burlonas, Catastrofistas, Divertidas, Familiares, Positivas, Románticas, Soñadoras y Vintage-. Y lo mejor es el envoltorio de cada una de ellas. 


A riesgo de sonar RIMBOMBANTE, os pido que tengáis la GENTILEZA de visitar esta web y salvéis de una HECATOMBE alguna de estas palabras que valen más que un POTOSÍ… O soy capaz de montar un buen GUIRIGAY. Espero que este deseo no se quede solo en una ENTELEQUIA.¡Venga! CARAJO… No seáis PUSILÁNIMES.

Por cierto, si alguien quiere regalarme una de estas palabras en Twitter (@abeatocordoba), la recibiré gustosa.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Eso que llaman amigos de Facebook

Me ha pedido amistad en Facebook un camarógrafo moldavo. Así, a primera vista, creo que no me suena, me da que no le conozco de nada, pero no me atrevo a asegurarlo cien por cien. Me he cruzado con tanta gente en mi vida que lo mismo yo tengo peor memoria que el resto. O quizá dejo más huella en los demás que ellos en mí, vaya usted a saber. Puede que simplemente busque a alguien con mi mismo nombre y me ha confundido con otra. Esta posibilidad es, sin duda, la más factible.

El caso es que esta circunstancia me ha hecho plantearme lo de las relaciones en las redes sociales. Siempre he considerado que el perfil de Facebook era algo muy personal que debías tener cerrado y solo dar acceso a los que realmente considerabas tus amigos. En mi caso así empezó, como vínculo con mi tribu, pero con el tiempo he llegado a aceptar a familiares en distintos grados de consanguineidad y abrir la puerta de mi cuenta a otra mucha gente con la que he coincidido sin llegar a intimar pero que, en esta realidad virtual paralela, se aproxima a una velocidad inversamente proporcional a la distancia que impone el medio. Así que me veo compartiendo instantes de mi vida -cada vez menos, ya he superado el furor inicial- con personas que probablemente no sepan ni cuál es mi color favorito.

Otra de las razones que me animaron a abrir un perfil en Facebook fue recuperar el contacto con personas de mi pasado a la que les había perdido la pista. Pero si lo analizas, hay veces que la vida ya se encarga de ponerlo todo en su sitio y, si hace quince años que no te has relacionado con alguien y no ha pasado nada, quizá será porque puedes seguir viviendo sin esa persona. Mejor no tratar de desvirtualizar. En cualquier caso nunca se me ocurriría pedir amistad a alguien en Facebook si no estoy completamente segura de que nos conocemos mutuamente.

En cuanto a Twitter, uno sigue a quien admira, personajes con los que se divierte o aquellas cuentas que le pueden mantener al tanto de la actualidad. Lo veo más como un escaparate que una red social. Por ejemplo tengo muy pocos seguidores en comparación con las personas que sigo. Sospecho que mis tuits no le importan a nadie y creo saber por qué: me tomo demasiado en serio, voy con pies de plomo, no quiero cagarla. Y, por rematar, no soy todo lo ingeniosa y rápida de mente que requiere esta red social para llegar a ser alguien muy popular.

Por lo que se refiere a Instagram, soy relativamente novata y digamos que de momento trato de emplearlo con un enfoque mucho más artístico que el que parecen darle los usuarios más veteranos.


Lo de las redes sociales es un fastidio, te roban mucho tiempo, son esclavas, te obligan a estar mentalmente al cien por cien y en muchas ocasiones te impiden vivir la vida real –la analógica- y disfrutar de acontecimientos que suceden realmente. Se producen situaciones verdaderamente delirantes con esa obsesión por compartir momentos alegres, tanto que muchas veces no se saborea la felicidad del momento por captar el encuadre perfecto para buscar cuantos más "likes" mejor.

También tienen cosas buenas, pero no vienen al caso. De cualquier manera, como siempre, en el término medio está el verdadero disfrute. Y, volviendo a la petición del camarógrafo moldavo, creo que es lo más exótico que me ha pasado como usuaria de las redes sociales. Engrosaría la pobre cifra de amigos que tengo en Facebook (185), que siempre será el triple de la real. A lo mejor podría ser el principio de una bonita amistad, pero ¿sabes qué? Voy a ignorar su solicitud.