Imagina por un instante que hoy, 8 de marzo, las mujeres decidiéramos secundar masivamente la convocatoria #NosotrasParamos
Imagina que entre las 12 y las 12:30 todas las mujeres abandonaran su puesto de trabajo, interrumpieran sus quehaceres, no consumieran o dejaran sin cuidado y vigilancia a las personas dependientes a su cargo. Trata de visualizar los colegios sin maestras, los hospitales sin enfermeras, el gobierno sin vicepresidenta, Madrid y Barcelona sin alcaldesas, Podemos sin portavoz en el Congreso, los hoteles sin camareras, los juzgados sin magistradas, los niños sin niñeras, los laboratorios sin investigadoras, la comida casera sin hacer, la colada sin tender, las oficinas sin trabajadoras, las tiendas sin dependientas... Quizá es exagerado decir que el mundo se pararía pero, como poco, seguro que nuestra ausencia se haría notar.
Coincidiendo con este Día Internacional de la Mujer, las organizaciones feministas de España se han sumado al primer paro mundial de mujeres convocado en 45 países para reivindicar medidas urgentes que acaben con la violencia de género, el machismo y la desigualdad. Las acciones que se proponen van desde los paros laborales simbólicos de media hora hasta la huelga de tareas domésticas y de consumo. Y no hay que militar en ninguna organización feminista para encontrar razones más que suficientes para parar. Las mujeres seguimos cobrando menos por el mismo trabajo; solemos ser por defecto quienes asumen la tarea de cuidar a los bebés, enfermos y dependientes; mayoritariamente se nos adjudica el seguimiento escolar y pediátrico; cuando se habla de conciliación se emplea el femenino, como si no fuera con ellos; en el ámbito laboral se nos plantean cuestiones relacionadas con nuestra vida privada y familiar que a los hombres ni se les mencionan; aún encontramos gente que desconfía de nuestras capacidades solo por el hecho de ser mujeres; nuestro aspecto físico pesa más que nuestros logros; hay quien justifica el acoso sexual porque 'algunas van pidiendo guerra'; es más difícil encontrar directivas en los consejos de administración de grandes empresas que una aguja en un pajar; somos las hijas, mujeres o madres de; y podría seguir así hasta mataros del aburrimiento.
Hace algunos días un eurodiputado polaco de cuyo nombre prefiero no acordarme –ni sería capaz de reproducirlo de memoria- defendía que las mujeres percibiéramos un salario inferior a los hombres porque éramos más débiles y menos inteligentes que ellos. Hablando de fuerza, sí, probablemente las mujeres no podemos cargar tanto peso como los hombres -salvo si eres Lidia Valentín y ganas medalla de bronce en Halterofilia en los juegos olímpicos de Río por levantar 250 kg-, pero nuestro organismo está preparado para soportar las contracciones de un parto, un dolor insoportable que dejaría KO a cualquier eurodiputado polaco. Y en cuanto a la inteligencia, poca ha demostrado este servidor público manifestándose como un cromañón. Aunque en una cosa tiene razón: hombres y mujeres no somos iguales. A la vista está y ni falta que nos hace. Solo reivindicamos las mismas oportunidades y similar trato. Somos la mitad de la población y queremos tener acceso a la parte proporcional que nos corresponde. Ni más ni menos.
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