No importa que el director de TV3 sea independentista.
Como tampoco importa que el presidente de RTVE sea
votante del partido que gobierna. No pasa nada por serlo. Igual que
ocurre con un cronista deportivo al que le toca informar sobre el mismo equipo de
fútbol del que es hincha. Es de lo más común. No pasa nada. No está prohibido. De
verdad os lo digo.
Claro que no pasa nada por ser independentista y dirigir la
tele pública catalana en este convulso momento que atravesamos; pero podría
pasar si pierdes la perspectiva, te dejas arrastrar por la pasión, lanzas
consignas políticas a los empleados que están a tu cargo, te pasas por el forro
no ya el concepto de objetividad, sino el de honestidad periodística y, persiguiendo
tu aspiración personal, olvidas el principal sentido del periodismo, su
responsabilidad social. Entonces ya sí tendríamos un problema, pero no sería en
sí el independentismo, sino tu propia incapacidad para ser un buen profesional
de lo tuyo y, en cambio, bordarlo como comisario político.
Claro que no pasa nada por presidir un medio público
y compartir las mismas ideas políticas de quienes gobiernan. Pero empezaría a
pasar si marcas una línea editorial acorde con esas ideas, arrinconas las de
aquellos que no piensan como tú y
silencias lo que crees que puede perjudicar a la mano que te da de comer.
Entonces el medio deja de ser público para servir solo a los intereses de unos
cuantos. Y ahí sí tendríamos un problema, que no sería estrictamente la
ideología del directivo en cuestión, sino su nulo compromiso con los principios
básicos del oficio.
Claro que no pasa nada por ser un cronista deportivo que
sigue a un equipo de fútbol y a la vez ser socio de ese mismo club, tener en el
armario una bufanda con sus colores, que presida tu salón un poster de la plantilla
y te sepas de memoria la letra y acordes de su himno. El problema surgiría si
durante los partidos, en acto de servicio, te dejas llevar por la pasión,
empleas la primera persona del plural para hablar de las victorias del equipo,
discutes todas las jugadas que lo perjudican y cuando consigue un título, te
exhibes sin pudor embutido en la camiseta oficial, dando botes con lágrimas en
los ojos y coreando ‘loroloroloro’. Ahí vendría el problema, que no tendría
nada que ver con ser madridista, culé o colchonero, sino con renunciar a ejercer dignamente de periodista
deportivo para convertirse en un hincha más.
Seamos benevolentes. Estas tres clases de periodistas se
enfrentan a una gran misión, ser capaces de separar lo personal de lo
profesional, o lo que es lo mismo, sobrevivir a la lucha entre el deber y el
querer, entre el ángel y el demonio, algo que a veces se antoja complicado. Pero
no solo en esta profesión. Porque imaginad dirigiendo una empresa de productos
cárnicos a alguien vegetariano, ejerciendo el sacerdocio a quien se siente
agnóstico o a un pacifista alistado en el ejército. Difícil, pero no imposible.
Quién sabe lo que puede conseguirse con una buena dosis de fuerza de voluntad.
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