Mi amiga de la infancia Mª José acaba de ser abuela de una ricura de bebé de nombre Lucas. Hace, como quien dice, cuatro días estábamos bebiendo calimocho en ‘El 42’ de Toro y de repente se estrena como yaya con 55 años, la misma edad que tengo yo. He sentido que la vida me daba una bofetada para espabilarme y ponerme en mi sitio.
Vale, lo pillo, ya no soy una cría, pero es que el cuerpo me sigue pidiendo dar saltos en un concierto, echar de vez en cuando una carrerita, quedar a tomar cañas, saltar olas en el Mediterráneo, ponerme camisetas sin sujetador, perrear, ronear… Imagino que quien me vea desde fuera debe pensar: “¿Qué hace esta señora mayor?”.
No entienden que dentro de mi cabeza hay atrapada una tía de 30 años menos, en ocasiones desconcertada al comprobar que ya no despierta las mismas reacciones ni interacciona como antes ni se la tiene tanto en cuenta. Incluso, con cierta frecuencia, no es que no la miren igual, es que parece haberse vuelto invisible a muchos ojos.
Porque, aunque por dentro sea casi la misma que hace 30 años, por fuera lo que se ve es lo que hay, la realidad, una mujer de 55. Y no hay prueba más demoledora que enfrentarse en ropa interior al espejo del probador del Primark. Ahí es cuando descubres cómo te ven los demás y no puedes evitar preguntarte qué mierdas haces desfilando en bikini cada verano, como si fueras una top model, desde la toalla hasta la ducha de la piscina con ese cuerpo escombro meneándose a cámara lenta.
Los glúteos flácidos, el vientre arrugado, los muslos sin firmeza, la piel celulítica, la grasa acumulada… A ver, que no es que una haya exhibido un cuerpo escultural en algún momento de su vida, pero más tonificado y contenido sí que estaba.
No penséis que esta crisis de la mediana edad que me ha dado se reduce solo a eso. Hay otras señales de la decrepitud que joden. Yo he tenido suerte y no he sufrido los temidos sofocos asociados a la menopausia. Sin embargo, la caída de estrógenos de esta etapa vital me está haciendo perder densidad capilar casi al mismo ritmo que me crece vello donde nunca lo había sufrido. También me he librado de los trastornos del sueño; en su lugar, mantengo a raya la hipertensión con una pastilla diaria.
Otro síntoma del envejecimiento, la presbicia, avanza inexorablemente y cada vez soy más dependiente de las gafas de cerca si quiero leer los prospectos de medicamentos o los ingredientes de lo que me como.
Me angustia aproximarme a ese escenario. Pero luego me acuerdo de Ana y Marta, que no han pasado por esta crisis de hacerse mayor porque un cáncer se las llevó antes de los 50. Y entonces pienso que envejecer es una mierda, aunque mucho peor debe ser morirse.
Yo no te veo tan mal como te ves tú.😘😘😘
ResponderEliminarGracias. Me miras con buenos ojos.
EliminarTal cual! Aunque yo me niego a envejecer al ritmo de los años q cumplo, será por eso que casi hago más cosas ahora que con 30, claro no lo aguanto igual, vamos q no salgo del físico, 😄 lo voy a tener que poner en nómina! Q mal llevo envejecer! Pero si! Miro a mi alrededor y doy gracias de poder hacerlo.
ResponderEliminarQue sigamos quejándonos muchos años.
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