Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

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sábado, 6 de octubre de 2018

Egoístas, absténganse de reproducirse

Un comentario de Juanma Castaño ha desencadenado una interesante polémica. El periodista deportivo de COPE dijo en su programa del 3 de octubre que los futbolistas de elite, cuando están en plena temporada, no pueden levantarse por la noche para cuidar a sus hijos. Lo soltó en medio de una tertulia de hombres que fueron los primeros en quedar estupefactos y cuestionar tal afirmación. Luego las redes sociales hicieron el resto. Es cierto que, por cómo lo dijo en un primer momento y por los ejemplos con que ilustraba su argumento, parecía estar pensando en futbolistas hombres. Añadía que algunos jugadores le habían confesado que su peor momento de rendimiento había sido cuando fueron padres. Se ve que los llantos de un bebé a horas intempestivas pueden alterar el descanso y la concentración de un deportista de alta competición e impedirle ser capaz de dar lo mejor de sí mismo. Más adelante, después de una pausa publicitaria y de comprobar el chorreo que le caía por Twitter, aclaró que se refería a un deportista de elite, ya fuera hombre o mujer, en vísperas de un encuentro vital. 

Aquí os dejo el extracto completo del momento para que podáis escucharlo y opinar por vosotros mismos.

Toda esta polémica me ha hecho reflexionar sobre la cuestión. Porque más allá de si el comentario fue oportuno, machista, clasista o surrealista, que no me voy a meter en eso, lo que trasluce es descorazonador. Con su observación, Juanma  está admitiendo que la paternidad/maternidad es incompatible con el desarrollo óptimo de una carrera profesional. Porque ser padre o madre no es solo tener un hijo y que figures como progenitor en el Libro de Familia. Incluye también alimentarlo, vestirlo, cuidarlo, perder el tiempo acompañándole al parque o a extraescolares, escucharle, contarle cuentos, reprenderle si se porta mal, jugar con él, hacer el moñas para él, enseñarle a montar en bici, llevarle al médico cuando lo necesita, atenderle si llora por las noches… Y así no hay quien se centre en uno mismo. A no ser, claro, que tu nivel y posición social te permita librarte de todos esos engorros y tu papel de padre/madre se limite a la foto familiar para Instagram. O que negocies con tu pareja y establezcas que tu prioridad es triunfar profesionalmente y que ser un padre/madre de familia ejemplar no entra en tus planes u ocupa un segundo plano. 


Castaño está asumiendo que si quieres triunfar en tu campo debes renunciar a todo lo demás. Está dando por hecho que el/la deportista debe ser un cyborg capaz de aislarse de todo lo que pasa a su alrededor y concentrarse solo en su descanso y preparación de cara a una competición. Es decir, que da igual que tu hijo tenga una pesadilla, un cólico, anginas, una apendicitis o esté vomitando hasta la última papilla. “Ya se encargará su madre/padre/nanny, a mí que no me molesten”. ¿Qué ser humano es capaz de abstraerse así cuando alguien a quien quiere lo está pasando mal? Debe ser uno que tiene las prioridades bien establecidas y él mismo las encabeza.

Además creo que el problema se está sobredimensionando. Tampoco los niños se pasan todas las noches dando por saco. No están enfermos siempre. No encadenan pesadillas. No viven en un cólico perpetuo. Algunos salen más tocapelotas que los padres, pero lo habitual en críos sin problemas es que al final se rindan al cansancio.

Toda la vida he dormido a pierna suelta, así que la maternidad me hizo polvo en ese sentido. De aquella época me vienen las ojeras y bolsas que luzco bajo los ojos. Despertar cada cuatro horas por la noche para amamantar a mis hijos se me hacía cuesta arriba. La baja maternal está más que justificada. Es imposible hacer nada a derechas cuando se está agotado. He de confesar que el pequeño se me cayó de la cama cuando no tenía ni un año. No dejaba de llorar de madrugada y yo estaba tan cansada que hice justo lo que recomiendan no hacer: lo saqué de la cuna y lo tumbé sobre mí pecho en la cama a ver si se dormía. Pero la que se quedó sopa fui yo, y él rodó hasta caer al suelo y abrirse la cabeza. Afortunadamente hoy podemos contarlo.

Cuando fueron creciendo, seguían llamándonos para quejarse de calor, de frío, de dolor, de sed,  de tos, de miedo... Yo llegué a ser capaz de levantarme y atenderles con los ojos cerrados, en estado de duermevela. Pero un día decidí que quizá podía ir educándoles sibilinamente para que dejaran de molestarme. Trabajaba temprano y necesitaba descansar antes algo. Así que diseñé una burda estrategia. Les dije: “Repetid conmigo… ¿A quién tengo que llamar por la noche si necesito algo? A PAPÁ”. Y así empezaron a hacerlo. Yo no era deportista de elite. Tampoco neurocirujana, ni piloto comercial… Me parece más importante que estos dos últimos descansen antes de enfrentarse a su trabajo, por la responsabilidad que recae sobre sus hombros… Pero si un deportista no está al 100% en su puesto, no pone en peligro la vida de nadie. Tampoco yo. Lo más que puede pasar es que nuestra reputación profesional se resienta, lo que tampoco sería un drama. Además, seguro que la gente lo entendería.

Muchas noches no ha sido posible dormir lo necesario, en ocasiones ha habido que visitar urgencias porque los vómitos no cedían o quedarse en vela refrescándoles la frente porque la fiebre no bajaba. Y, por supuesto, al día siguiente no he estado muy fina. Y qué le vamos a hacer. En un mundo ideal, si tu hijo te ha dado una noche toledana y no estás para nada, deberías poder ausentarte de tus obligaciones. Pero este no es un mundo ideal.

Resumiendo. Como ya sospechábamos, la maternidad/paternidad activa está contraindicada para quien solo piensa en sí mismo. O diciéndolo de otra manera: Egoístas, absténganse de reproducirse. Gracias, Juanma, por recordárnoslo.

lunes, 24 de julio de 2017

10 razones por las que un trabajador no debería renunciar a sus vacaciones

Acabo de regresar de una semana de desconexión. Un cambio de aires. Un respiro. Una escapada al mar. Doy tantos rodeos para no decir la palabra maldita: vacaciones. Cuando uno está desempleado suena a cachondeo comentar en público que estás de vacaciones. Seguro que alguien piensa que llevas disfrutando de ellas desde el mismo día que pasaste por el INEM y el contador se puso en marcha. Y nada más lejos de la realidad. El caso es que si compartes tu vida cotidiana con dos menores y un trabajador en activo que están deseando –y lo tienen bien merecido- gozar del verano, te subes al carro vacacional tan ricamente. Y, ¡qué narices! El descanso es necesario tanto para unos como para otros. Oxigenar un cerebro dedicado por completo a buscar trabajo es casi más prioritario. Así que comprenderéis que tenga algo que decir sobre el agrio y encendido debate que ha surgido estos días a propósito de la intención de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, de renunciar un año más a las que ella considera voluntarias vacaciones de verano y, con su postura, cuestionar toda una conquista social, un santo derecho que, junto con la jubilación, han adquirido con el sudor de su frente todos los trabajadores.


Partiendo de la base de que cada uno puede hacer con su vida lo que le plazca, mientras no moleste al vecino ni se salte la ley, he encontrado poderosas razones para que quienes prefieren trabajar todos los días de su vida quizá se replanteen su decisión. Queridos adictos al trabajo, aquí os detallo solo 10 de los numerosos motivos por los que merece la pena frenar al menos una vez al año, aunque solo sean ocho días, que por lo que parece se considera la cifra perfecta

1-Das un respiro a tus colegas de trabajo y a tus vecinos de abajo.

2-Actividades a priori anodinas como elegir destino, buscar ofertas, hacer la maleta, leer un mapa o parar a estirar las piernas y hacer pis en un área de servicio, se convierten en fabuloso preámbulo de una fantástica aventura.

3-Te baja el estrés y te sube el ánimo, así que tu salud te lo agradece.

4-Contribuyes a mantener el motor de la economía del país, que es el turismo.

5-Sales de tu burbuja y ves en primera fila el mundo real que existe ahí fuera.

6-Das un poco de color y vidilla a tus redes sociales.

7-Pierdes la noción del tiempo, aprendes a vivir sin reloj ni calendario y te vuelves primitivo: Duermes cuando tienes sueño y comes cuando tienen hambre. 

8-Valoras lo que dejaste en casa, por ejemplo, tu almohada o tus escarpines.

9-Si te regalas unos días libres en realidad te estás brindando el más valioso de los regalos: tiempo. Que, por ejemplo, puedes emplear en leer más y mejor.

10-Y, por último, aunque adores tu trabajo, recuerda que vivir es lo que haces cuando concluye tu jornada laboral. De hecho, por lo general, las personas que van a morir coinciden en arrepentirse de haber trabajado tanto en su vida.

Frente a estas diez razones de peso para desconectar, solo hay un inconveniente: los beneficios de este merecido descanso duran muy poco, lo que tardas en volver a la oficina y a la cruda realidad. Pero, ¿sabes? Que te quiten lo bailao.