Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

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domingo, 12 de noviembre de 2017

Nos espían por nuestro bien

Hace unos días quedaba por correo electrónico con un colega para encontrarnos después de algún tiempo. En su mensaje me proponía fecha, lugar y hora, a lo que yo le respondí con otro email aceptando la propuesta. Inmediatamente después, para que no se me olvidara, me dispuse a anotarlo en el calendario de mi teléfono móvil. Mi sorpresa fue que, al localizar la fecha en cuestión, en el espacio para la anotación figuraba una sugerencia de recordatorio. ¿Quiere usted anotar la cita con fulanito a las x horas? Mi cuenta de gmail había dado instrucciones previas a mi calendario adivinando mis intenciones. Alguien, aunque sea una máquina, observaba mis conversaciones privadas. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.


No cabe duda que es un gran avance. La tecnología se anticipa a nosotros para hacernos la vida más cómoda. Ya podemos evitarnos el duro trabajo de teclear un recordatorio, ahora se encarga el móvil. Simplemente tenemos que aceptar y casi darle las gracias. Caminamos hacia un futuro en el que no seremos nosotros quienes pensemos, sino que un dispositivo electrónico estudiará –ya lo hace- nuestro comportamiento cotidiano para adivinar nuestros deseos e invitarnos a satisfacerlos antes incluso de que nuestro cerebro haya mandado el impulso.

Algunos piensan que es fantástico, una revolución, pero a mí a ratos me sigue dando repelús. Además, en mi caso, los algoritmos no funcionan, porque la lógica no suele ser la que guía mi comportamiento a la hora de utilizar internet. De modo que con frecuencia la red me ataca con mensajes a los que nunca accedo porque no me interesan.

También me inquietan las denuncias planteadas últimamente por varios usuarios de Facebook. Aseguran que esta compañía, a través del micrófono del móvil, espía sus conversaciones de la vida cotidiana, no las producidas durante las habituales llamadas telefónicas, sino con el teléfono en reposo. Uno de ellos demuestra su afirmación en un vídeo donde hace un sencillo experimento. Se coloca al lado de su dispositivo y comienza a hablar con su pareja de comida para gatos, un tema que nunca había formado parte de sus conversaciones. Repiten en varias ocasiones esa palabras mientras el teléfono descansa sobre una mesa a su lado. A los pocos días muestra la pantalla de su teléfono para permitirnos ver cómo han empezado a aparecer anuncios de comida para gatos en su muro de Facebook. Si no lo termináis de creer y tenéis tiempo, haced la prueba.

Sea o no cierto, los propósitos comerciales de esta red social son evidentes. Así que desengañaos, su fin último no es propiciar un espacio en el que comunicarse con familiares y compañeros del colegio o subir fotos llenas de felicidad, sino monitorizar nuestro perfil para saber qué tipo de productos serían los más adecuados para nosotros, de manera que los anunciantes puedan llegar más fácilmente a su público objetivo, tentarnos como potenciales consumidores que somos y generar incluso una necesidad en nosotros que hasta el momento no teníamos.

Otros están más preocupados por el uso que pueda dar la empresa responsable de su robot limpiador a los datos que obtiene este pequeño electrodoméstico cuando recorre la casa tragando pelusas, grabando en su memoria auténticos planos valiosísimos para empresas que comercializan productos conectados para el hogar.

Para seguir ‘emparanoiándoos’ os cuento la última. La semana pasada estuve en un centro comercial en el que había wifi gratis y abierta, algo que celebro cada vez que me sucede, así no gasto mis datos. Se me ocurrió comentarlo en Twitter y un usuario me recomendó que viera una entrevista del programa ‘Salvados’ en la que el hacker Chema Alonso, demostraba lo fácil que les resulta a los piratas informáticos sin escrúpulos  acceder al contenido de nuestro dispositivo y datos privados cuando usamos este tipo de redes.  Y no digo yo que no pueda suceder, pero teniendo en cuenta que lo más que hice mientras me tomaba un café fue ver las noticias y poco más, sospecho que los hipotéticos hackers poco podrían llevarse a la boca conmigo. De todos modos, nunca está de más tomar una serie de precauciones cuando nos conectamos a internet de esta manera. Ya sabéis lo que se dice: Si te dan algo gratis piensa que tú eres el producto.

Así que, igual que en la vida real tomamos mil precauciones, deberíamos hacer lo mismo en la virtual, sobre todo si empleamos redes wifi abiertas: nada de entrar con nuestra contraseña en ninguna página de un banco, ni enviar documentos privados por correo electrónico o aprovechar para comprar una ganga metiendo los datos de nuestra tarjeta. Pero seguro que todo esto ya lo sabíais.  
  

viernes, 18 de noviembre de 2016

Saturada de retos

Se llama Mannequin Challenge, o lo que es lo mismo, el desafío del maniquí. Consiste en posar con varios amigos como si estuvierais congelados y que alguien lo grabe y lo suba a internet. Este reto ha multiplicado su viralidad al ser interpretado por Ronaldo y sus compañeros de la selección portuguesa.

   

Lo último y más surrealista en relación con este reto es que La Guardia Civil, más concretamente sus Grupos de Acción Rápida (que tiene guasa) se han subido al carro y han retado a la Policía Nacional a que les imiten.

 

¡Pero qué co... nos está pasando! ¿Nos hemos vuelto locos? Una cosa es reírle las gracias a un zumbado ocioso que se inventa una gilipollez y la sube a Youtube (e inexplicablemente se hace viral) y otra es que la Benemérita le siga la corriente pensando que así, pareciendo un cuerpo de seguridad ‘súper enrollado’, va a ganar amigos y reputación digital. Que lo mismo es así, viendo el nivel... Pero prueba tú a vacilarle con la tontería esta al próximo agente que te encuentres, intenta hacerle el maniquí cuando vaya a ponerte una multa por sobrepasar la velocidad permitida, ya verás qué risa. 

Antes fue el reto de la botella, hacer girar en el aire una botella de plástico con algo de líquido y conseguir que caiga sobre su base. Por supuesto, todo el procedimiento convenientemente grabado. A esto tengo enganchado a mi hijo.


Y antes de eso el reto del condón lleno de agua que te tiran encima de la cabeza. O el del condón que sorbes por la nariz y tienes que expulsar por la boca. Y el de la cucharada de canela que te comes y luego pasa lo que pasa Y mucho antes el cubo de hielo o agua fría que se tiraron todos lo famosos del mundo para solidarizarse con los enfermos de ELA. Este desafío al menos tenía cierto sentido. Pero el resto, estos que he mencionado y muchos otros más, no tienen ni pies ni cabeza. 

Qué lleva a alguien a inventar chorradas así y, lo que es peor, cómo logran que la gente les siga el rollo. Por qué no se inventa nadie un reto para descubrir la cura contra el cáncer, o la solución para reducir la tasa de paro, o la fórmula para frenar el calentamiento global… Por qué no surgen retos más prácticos. El reto, por ejemplo, de circular bien por una rotonda, o respetar un paso de peatones; el reto, quizá, de no hablar a gritos en un restaurante o espacio público; o el de tirar la basura a las papeleras y no al suelo; podría ser, por la salud general, el reto de abstenerse de subir tanto contenido inútil a la red. 

Y una última pregunta reflexiva: por qué todo el mundo quiere ser gracioso y hacer reír a los demás… cuando muchas veces no tiene ni pizca de gracia. 

Este es mi reto: tratar de no sulfurarme más con tanta idiotez.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Las cookies engordan

Un día se me ocurrió echar un vistazo a la web de una conocida tienda de deportes con la intención de equiparme convenientemente para practicar -de una vez por todas y en serio- la natación. Inmediatamente concluida la labor de investigación, cada vez que ingresaba en cualquier otra página, surgía como de la nada en la pantalla de mi ordenador todo el catálogo de bañadores de esa marca. Estos últimos días, en cambio, con lo que me bombardea la pantalla es con ofertas de vuelos baratísimos, resultado de mis arduas gestiones para organizar un viaje económico a Dublín. He aquí el pantallazo de prueba.


Hubo un tiempo incluso que, sin ser consciente de haber iniciado ninguna búsqueda sobre planes de adelgazamiento, la red me acosaba con todo tipo de productos para mantener la línea. Aunque para experiencia "traumática" la que sufrió un conocido mío que cada vez que encendía su PC y revisaba la prensa online, se le llenaba la pantalla de señoritas en lencería fina. Y todo porque un día cedió su puesto de trabajo a una compañera que tenía cierta urgencia en revisar las nuevas tendencias en moda interior, para animar una despedida de soltera, y la computadora almacenó la búsqueda como prioritaria. Durante un tiempo no se le ocurría conectarse a internet si no era en soledad (lo que levantaba aún peores sospechas).


La culpa de todo la tienen las cookies, esos ficheros de texto con información sobre nuestras visitas a internet que almacena la memoria del ordenador. Bueno, en realidad la culpa la tenemos los internautas comunes que damos el ok alegremente, sin pensar ni leer, cuando las páginas nos informan sobre su política de cookies. Tampoco cultivamos la sana costumbre de limpiar el historial al cierre de la navegación. Ni siquiera perdemos el tiempo en configurar con mimo las preferencias para evitar que nuestros usos y costumbres en la red sean monitorizados por la primera web que pisemos o, si lo son, que automáticamente nuestras huellas queden desintegradas con un simple clic. 

Aunque cada vez es más complicado sortear este férreo marcaje o quedarse al margen. Se supone que quienes desarrollan las páginas web utilizan estos archivos para facilitar la navegación a los usuarios, así que a veces desactivar las cookies provoca el efecto contrario. Vamos, que algunas cookies son estrictamente necesarias para la prestación de determinados servicios, por lo que, si se desactivan, despídete. El ilustrador Randy Bish refleja gráficamente el panorama complejo al que se enfrenta el común de los mortales.


Habrá quien considere una ventaja que su navegador recuerde cuáles son las páginas que más visita y se las guarde generosamente. Pero a mí me fastidia que el sistema almacene y recupere información sobre mis decisiones y hábitos de consumo. Soy de las que prefiero descubrir, buscar, explorar, cada vez una cosa y no necesariamente adecuada a mi perfil. Es lo que me pasó con Netflix durante el mes de prueba que disfruté coincidiendo con su llegada a España. Como primer paso tuve que elegir varias de las producciones de su archivo en función de lo que me interesaba y, una vez creado mi perfil, comprobé que solo me ofrecía películas y series de temática y factura similar. Si el cuerpo me pedía otra cosa, debía salir de mi identidad y rebuscar título por título entre su colección. Lo que en principio Netflix presenta como una ventaja, para que cada miembro de la familia viva su propia experiencia personalizada con recomendaciones ad hoc, en mi caso pincha en hueso, prefiero ser yo la que personalice mi experiencia como espectadora, no una máquina. Rarita que es una.

Así que tú verás, puedes aceptar las cookies, borrarlas o bloquearlas, lo que prefieras, y para eso simplemente debes configurar de manera adecuada tu navegador o acordar con él cuál quieres que sea tu nivel de privacidad. Es mi asignatura pendiente. No quiero que nadie decida qué publicidad debo ver o qué artículo puedo necesitar, en función de lo que consulto por internet. Y, por supuesto, quiero mi intimidad, no me apetece que el que venga detrás de mí a utilizar el ordenador se pueda llevar una idea equivocada (o demasiado precisa). Pero sobre todo, me fastidia que por unas cookies alguien me sugiera que debo perder peso. Hasta ahí podíamos llegar.