El nombre imprime carácter, te señala, te define. El modo en que tus padres deciden inscribirte oficialmente al nacer te marca de por vida. De cómo te llamen al venir a este mundo va a depender el resto de tu biografía, para bien o para mal. Así que la elección del nombre de pila para tus retoños no es una decisión baladí.
Habréis oído que una pareja está recogiendo firmas para que el Registro Civil de Fuenlabrada les permita inscribir a su bebé con el nombre de Lobo. La funcionaria que les atendió se negó en un primer momento por considerarlo ofensivo para un niño, aludiendo a la normativa –poco clara- al respecto. Luego, por dar alguna excusa menos subjetiva, justificó su negativa porque un apellido no puede aceptarse como nombre propio, un argumento que se cae por su propio peso cuando pensamos en Martín, Alonso o el mismo León. Lo curioso es que en la Seguridad Social no le pusieron ninguna pega y la criatura ya está inscrita como Lobo.
Entiendo el enfado de Ignacio y María, los padres del pequeño, por no dejarles llamar a su hijo como desean; entiendo que consideren que si Lobo en otros idiomas y países se emplea en forma de nombre propio, aquí debería ser igual. Pero lo que no alcanzo a comprender es cómo no se dan cuenta de lo que le espera a su pequeño. De entrada, desde que ponga un pie en la escuela y empiece a socializar, no va a poder evitar sentirse en el punto de mira, sobre todo cuando les cuenten la historia de 'Los tres cerditos' y llegue la parte de 'Quién teme al lobo feroz'. A medida que crezca deberá aguantar la típica broma de ‘Que viene el lobo’ o ‘Ni te acerques a mi abuelita’. El día que se eche novia habrá quien suelte el chascarrillo ‘Eh, Lobo, ¿dónde has dejado a Caperucita?’. Cuando quieran tomarle el pelo, le aullarán. Y aunque la Orquesta Mondragón y Gurruchaga están ya muy pasados de moda, puede que alguien le recuerde la letra de Caperucita feroz, ya sabéis 'Hola mi amor soy yo tu lobo...'. Hay que tener mucha personalidad e ir sobrado de autoconfianza y fuerza mental como para aguantar estas chorradas, igual que las miradas de compasión de quien tenga que chequear su DNI.
La solución para esos padres habría sido ponerle Wolf, lobo en inglés. Seguro que de esta manera nadie habría puesto pegas. De un tiempo a esta parte en España abundan los nombres importados. De hecho yo pensaba que en los Registros Civiles ya estaban curados de espanto con la cantidad de marcianadas que se ven. Allá por los 90, en la época en que se estrenó ‘Bailando con lobos’ y ‘El Guardaespaldas’, muchas madres fans de Kevin Costner llegaron a llamar a sus bebés como el actor, apellido incluido. Algo parecido ha ocurrido en los últimos años con la cantante Shakira. Y no son los nombres más raros.
A principios del siglo pasado el santoral hizo mucho daño. Entre mis ancestros castellanos aparecen una Filogonia, una Apolinaria y una Primitiva Ramona, mi abuela paterna. Pero es que hemos pasado de crucificar a los recién nacidos con nombres incompatibles con una declaración de amor, a buscar la originalidad bordeando la crueldad. Hemos pasado de la obligación de ponerles a todas las niñas María delante de su nombre, a buscar inspiración en la naturaleza o en las series de televisión. Y qué queréis que os diga, Sol, Luna, Estrella, Nube, Cielo, Jade, incluso el nombre de algún río, país o miembro del clan Lannister bien seleccionado, quedan estupendamente en una partida de nacimiento. Pero la línea entre el exotismo y el ridículo es finísima. La actriz Gwyneth Paltrow llamó a su hija Apple, que no suena mal en inglés, pero probad a llamar Manzana a vuestra hija… y, ya puestos, al niños Melón.
En mi infancia renegué mucho de mi nombre. No conocía a nadie que se llamara igual y a ciertas edades lo que quieres es no sobresalir de la manada. Con el tiempo he ido aceptándolo, pero tenía claro que no se me ocurriría perpetuar el estigma en mi hija. Tanta preocupación para que al final terminen llamándote por el apellido. Para muchos yo sigo siendo Beato... Los apellidos son otro peligro. A mi amiga Chole García Matamoros podéis imaginar por dónde le venían las bromas. Y hay quien lo tiene peor. Elegir Alfonso como nombre para un niño cuyo primer apellido va a ser Alonso me parece de mala planificación o mala baba, pero ahí tenemos a todo un ministro en funciones. El actor de la mítica serie ‘Doctor en Alaska’, Rob Morrow, debió de atravesar un momento de locura transitoria -supongo- cuando le puso a su hija Tu. Así que la criatura se llama Tu Morrow… Más delito tienen Kim Kardashian y Kanye West que eligieron para su primogénita el nombre de North, de modo que la niña se llama Norte Oeste. Por ejemplos como estos considero siempre conveniente tener muy en cuenta la combinación con el apellido, que ya te viene dado y con el que poco puedes hacer, más que resignarte y tratar de no empeorarlo.
Cuando supe que mi hija iba a nacer en abril estuve tentada de llamarla así, como el mes, buscando la originalidad, pero terminé recurriendo a un nombre con presencia en el santoral ni demasiado cruel ni demasiado usado: Cecilia. En el caso de mi hijo, también intenté elegir algo poco manido y, tras guiarme por otras señales, le llamé Bruno. Un día me confesó que hubiera preferido llamarse Ángel -hay que fastidiarse-. Por cierto que estando en un parque con él hace unos años escuché a otra madre gritar ‘Bruno’ y pensé que había otro niño con el mismo nombre. Me equivocaba. Estaba llamando a su perro. Porque esa es otra. Mientras unos humanos quieren llamar a su bebé Lobo, otros bautizan a sus mascotas con nombres de personas. Yo conozco a algún Ramón, Elsa o Pepe que te saludan a base de lamidos.
En resumen, visto lo visto, si los padres están firmemente decididos, si han pensado en su hijo y cómo le afectará llamarse así, yo les dejaría que asumieran su responsabilidad y que sea el propio Lobo quien en un futuro o agradezca la lucha de sus padres o aúlle para protestarles por tan original elección.
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