Llevo haciendo escapadas veraniegas a Cataluña desde mi más tierna infancia. Hubo unas vacaciones que incluso traté de aprender a hablar el catalán, aunque cuando estás de descanso -desengañémonos- no tienes el cuerpo motivado para estudiar. Eso sí, siempre he pensado que esta lengua se entiende perfectamente y nunca he tenido problemas para captar lo que me decían. Ni punto de comparación con el euskera. Cuando escuchaba la TV3, si se me escapaba alguna de las expresiones que utilizaban los presentadores del telediario, preguntaba a quienes me rodeaban, me lo aclaraban y asunto resuelto.
En las tiendas, en los bares, en cualquier establecimiento de la playa, si me oían hablar en castellano por lo general me contestaban en esta misma lengua y si no, tampoco lo tomaba como una afrenta. Las personas catalanas que he conocido siempre han tenido la deferencia de dirigirse a mí en mi idioma y, si alguna vez se les ha ido la pinza hacia su lengua materna -como es natural-, han rectificado sobre la marcha, han pedido disculpas y han retomado el hilo en mi idioma para que la comunicación resultara más fluida.
En Cataluña he encontrado muchos castellanohablantes perfectamente adaptados a una comunidad autónoma donde el catalán y el castellano son lenguas cooficiales. Mis primos se relacionan indistintamente sin problema en ambas lenguas en función de quién sea su interlocutor. Mi tía y madrina lleva años residiendo en aquella tierra y ni ha abandonado su castellano de la Meseta, ni nadie le han obligado a renunciar a seguir soñando en el que considera su idioma. Es decir, que conozco múltiples ejemplos de cómo es posible vivir sin traumas en zonas de España donde se utilizan otras lenguas distintas a aquella con la que aprendiste a hablar. Es más, siempre he envidiado a aquellos españoles que han nacido en regiones donde se habla otro idioma además del castellano y que crecieron siendo bilingües, porque considero que nos llevan ventaja al resto.
Así que cuando he leído el incidente lingüístico vivido por Quimi Portet, ex componente del mítico grupo El Último de la Fila, se me ha hecho raro, por no decir que me ha sonado completamente marciano. En el enlace podéis leer la historia, aunque como sé que algunos sois vagos, voy a resumirlo. El artista catalán viajaba en un ferry de Formentera a Ibiza, le entraron ganas de tomarse algo en el bar, se acercó y utilizando el catalán pidió un café con leche; el camarero parece ser que le dijo que no le entendía, algo que contrarió al músico, que decidió sacarle una foto y subirla a Twitter diciendo que ese empleado no entendía el catalán, a lo que el Community Manager de Baleària, la flota de barcos donde se desarrolló el incidente, le contestó pidiéndole disculpas y asegurando que ese trato era intolerable y que se tomarían medidas.
Se me hace raro que un trabajador de una línea marítima como Baleària sea multilingüe pero no conozca ni le suene la lengua cooficial de las islas en las que opera el barco en el que trabaja.
Se me hace raro que un camarero, aunque no sepa hablar catalán, no entienda la expresión cafè amb llet (café con leche), que debe ser una de las consumiciones más recurrentes en una barra de bar y que probablemente más escuchará en el itinerario que cubre esa línea, pero no tenga problemas en descifrar lo que le piden cuando oiga café au lait, white coffee o caffellatte.
Se me hace raro que la empresa anuncie que tomará las medidas oportunas, así por las buenas, antes siquiera de conocer la versión del empleado.
Se me hace raro que Quimi Portet fotografiara al empleado remolón sin ningún problema y que no se le vea al tipo nada contrariado por lo que parece es una imagen robada para denunciarle.
Se me hace raro que monte este follón un músico como Portet, que junto a Manolo García ha puesto banda sonora en castellano a tantos buenos momentos de mi vida.
No sé. Nada de esta historia me parece normal. Como nada normal me parece que sigan generándose polémicas, más o menos artificiales, por defender la primacía o el uso del idioma de cada uno, cuando los seres humanos, entes nacidos para socializar, deberíamos ser capaces de comunicarnos y derribar cualquier barrera que nos impida entendernos, empezando por los prejuicios.
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