A comienzos de septiembre suelen abundar los reportajes y
noticias relacionadas con el síndrome
posvacacional. Siempre me han parecido rellenos muy ofensivos, sobre todo
por su poca sensibilidad hacia aquellos que no pueden permitirse el lujo de disfrutar de unas vacaciones y, por supuesto, el único estrés que les atenaza es no encontrar un empleo. Hace un año yo estaba así y os puedo
asegurar que detestaba escuchar hablar de lo duro que se les hacía a algunos
volver al trabajo. Afortunadamente ahora las cosas han cambiado para mí, pero sigo pensando que el síndrome posvacacional es un bluf y que los medios deberían evitar ese contenido tan irrelevante.
Este verano no he tenido apenas vacaciones porque he estado laboralmente ocupada. La suerte, el destino, el cielo, un mecenas, un hada, un duende o yo qué sé quién… ha querido devolverme a la radio, de donde, por cierto, nunca debí salir. He regresado a este medio para reafirmarme en que lo amo ciegamente y descubrir que es el lugar donde la frase “trabajar es un placer” cobra sentido. Además, por primera vez me ha sucedido algo que siempre les pasaba a los demas y nunca a mí: estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Enrolarme en Onda Madrid para cubrir la baja maternal de una redactora pocas semanas antes de comenzar septiembre y con él una nueva temporada radiofónica, me va a permitir asistir a uno de los momentos más emocionantes en la radio. En este caso, además, la emoción es máxima porque hay muchos cambios, grandes fichajes, destacadas apuestas y nuevas aventuras en cuyos inicios tendré el honor y el gusto de participar. Formaré parte del equipo del programa informativo matinal, “Buenos Días, Madrid”, que conducirá desde el 3 de septiembre un gran profesional, Juan Pablo Colmenarejo, con el que nunca he trabajado y del que seguro aprenderé un montón. Tendré que alterar mis biorritmos para adaptarme a un horario de trabajo de madrugada, que ya he sufrido anteriormente, pero espero que el entusiasmo le gane la partida a los efectos secundarios de la vida nocturna.
Este verano no he tenido apenas vacaciones porque he estado laboralmente ocupada. La suerte, el destino, el cielo, un mecenas, un hada, un duende o yo qué sé quién… ha querido devolverme a la radio, de donde, por cierto, nunca debí salir. He regresado a este medio para reafirmarme en que lo amo ciegamente y descubrir que es el lugar donde la frase “trabajar es un placer” cobra sentido. Además, por primera vez me ha sucedido algo que siempre les pasaba a los demas y nunca a mí: estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Enrolarme en Onda Madrid para cubrir la baja maternal de una redactora pocas semanas antes de comenzar septiembre y con él una nueva temporada radiofónica, me va a permitir asistir a uno de los momentos más emocionantes en la radio. En este caso, además, la emoción es máxima porque hay muchos cambios, grandes fichajes, destacadas apuestas y nuevas aventuras en cuyos inicios tendré el honor y el gusto de participar. Formaré parte del equipo del programa informativo matinal, “Buenos Días, Madrid”, que conducirá desde el 3 de septiembre un gran profesional, Juan Pablo Colmenarejo, con el que nunca he trabajado y del que seguro aprenderé un montón. Tendré que alterar mis biorritmos para adaptarme a un horario de trabajo de madrugada, que ya he sufrido anteriormente, pero espero que el entusiasmo le gane la partida a los efectos secundarios de la vida nocturna.
Lo de menos es si mi estancia en este paraíso tiene una
fecha de caducidad marcada por las 16 semanas reglamentarias del permiso de
maternidad que se cumplen a finales de diciembre o si las circunstancias
permitirán alargarla. Lo importante es que podré vivir ese subidón del primer
programa, la piel de gallina con los primeros acordes de la sintonía de estreno,
los nervios en el estómago cuando se enciende la luz roja, la (casi) orgásmica
sensación de salir al aire, el vértigo del directo, el chute de adrenalina de la
noticia de última hora…
Hay trenes que pasan cuando ya no los esperas y a los que
sabes que te tienes que subir porque es difícil que pase ninguno más. A veces
la vida te da una última oportunidad para corregir errores o, simplemente, para
devolverte a la infancia, cuando soñabas fuerte pensando que así los deseos se
hacían realidad.
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