Hondarribia
celebra cada 8 de septiembre su Alarde,
una fiesta en la que los vecinos emulan a un batallón de antiguos soldados y
desfilan hasta el santuario de la virgen de Guadalupe para cumplir la promesa
que hicieron en 1638. En plena guerra de los 30 años, asediada la ciudad por
las tropas francesas, los hombres le rogaron a la virgen que les echara una
mano en la contienda. Después de 69 días, por intercesión divina o humana, vaya
usted a saber, consiguieron liberarse del sitio galo. Desde entonces cada año peregrinan a ritmo de marcha recreando otros tiempos en una tradición milenaria que, en principio, reservaba los principales papeles a los hombres. Si las mujeres querían participar tenían que conformarse con interpretar el rol de cantineras.
Si os fijáis en esta imagen de 1919, tomada por el fotógrafo Ricardo Martín y titulada 'Celebración del alarde de Hondarribia con motivo de la celebración de sus fiestas patronales', podréis distinguir una sola mujer -la cantinera- entre todos los hombres.
Así era hasta que en 1996 un
grupo de mujeres reivindicó su derecho a hacer también de soldados. Entonces se
creó una compañía mixta, Jaizkibel, en la que desfilan con su uniforme y su
escopeta tanto hombres como mujeres.
Los
más puristas están en contra de la participación de las féminas y cada año se
lo hacen saber. La crispación es tal que las compañías tradicionales y las
igualitarias desfilan por separado. Aunque ya han pasado 22 años desde aquel
primer Alarde con chicas en sus filas, se siguen dando protestas.
En la última edición los críticos cubrieron el itinerario que debía recorrer la
agrupación con plásticos negros, prepararon un pasillo en el que se colocaron
exhibiendo carteles con el lema Betiko
Alardea (Alarde tradicional, en euskera) y montaron un follón
ensordecedor pitando con silbatos para impedir que se escuchara la música que
iba interpretando la compañía con sus pífanos y tambores.
Lo
más llamativo del caso es que la mayoría de las personas implicadas en el
boicot eran mujeres. Mujeres enfadadas porque otras mujeres quieren poder hacer
lo que durante años ha estado reservado a hombres, osando poner en peligro una
tradición. No lo entiendo. Y que me disculpen los de Hondarribia si me falta algo
de terruño para asimilarlo. Digo yo que el Alarde no es más que una escenificación,
un gesto, un teatro, una liturgia, una tradición que nace de recrear un hecho
histórico. Lo importante es desfilar uniformados, que suenen las marchas
militares y que todos los vecinos del pueblo celebren felices que no son
franceses gracias a la virgen. Qué más da si en las filas de los soldados hay
mujeres con boina, pantalón y fusil. Que alguien me expliquen qué terrible catástrofe
puede desatar la presencia de varias mujeres vestidas de hombres recordando también
a sus antepasados. Máxime en los tiempos que corren. Es evidente que en 1638
quienes lucharon contra los franceses fueron hombres, pero no va a cambiar la
historia porque ahora haya mujeres participando en el Alarde.
Me
ocurría lo mismo con las cofradías
de Semana Santa que prohibían la participación de mujeres nazarenas. Con
mantilla y peineta, lo que quisieran, pero con capirote no. Afortunadamente van
entrado en razón. Es una escenificación, un ritual, un teatro, un ceremonial…
Cualquiera con ganas y un mínimo de implicación puede formar parte de la
celebración, independientemente de su género. Y que me perdonen los piadosos si
he cometido involuntariamente un sacrilegio.
Todo
esto me recuerda, salvando las distancias, un par de polémicas que ha dado el
cine últimamente. En el mes de julio de este año la actriz Scarlett
Johannson rechazaba un papel de hombre transgénero en “Rub &
Tug” cuando la presión popular se volvió insoportable. Poco después a Paco León
también le llovieron las críticas por interpretar a una mujer trans en la serie
“La casa de las flores”. En ambos casos la crítica principal procedía de
colectivos transexuales que criticaban que no se contara con actores o actrices
trans para interpretar esos papeles. Bueno, ni esos ni los otros, porque
precisamente su condición les cierra muchas puertas en el cine. Ni encasillarse
pueden. Entiendo su postura y lo difícil que lo tienen todavía, pero siento
decirles que el cine es ficción, mentira, interpretación. Y el mayor talento de
una película y de un intérprete es que nos los creamos tanto que nos hagan olvidar
que debajo del personaje hay alguien haciendo un papel. Sea como sea.
La
actriz Linda Hunt interpretó a un hombre en “El año que vivimos peligrosamente”,
de Peter Weir, y se llevó un Oscar. Si no habéis visto la película, deberíais.
Consigue que te olvides de que es una actriz la que da vida a un fotógrafo
bajito. John Travolta en “Hairspray”
hace de una rechoncha madre sobreprotectora de los años 60 y su caracterización
no desentona con la estética de la película. Hasta el punto de que a los diez
minutos dejas de fijarte en el Travolta travestido y ya solo ves a Edna. Y qué
me decís de Jared Leto… En Dallas Buyers Club era trans y VIH, pero nadie
concibe que en el casting para el papel se considerara un plus ser seropositivo. Por rizar un poco más el rizo, Octavi
Pujades y Ana Cela son médicos de verdad además de intérpretes. ¿Qué
hacemos? ¿Les damos solo a ellos papeles en Anatomía de Grey y echamos a la
impostora que hace de Meredith?
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