Un
dolor en la rodilla me ha obligado a dejar de correr temporalmente y buscar
otras alternativas de actividad física que no tengan impacto en mi articulación
y, a la vez, refuercen mi musculatura. Mi plan pasaba por sumar a la habitual sesión
semanal de piscina algo de pedaleo en bicicleta estática, para lo que me he
animado a apuntarme a un gimnasio.
Yo
siempre había renegado de los gimnasios. Me parecían una soberana gilipollez.
Una absurda manera de tirar el dinero. Pudiendo disponer de todo el campo para
correr, escaleras en mi edificio para subir hasta hartarme y varios parques biosaludables en mi zona donde machacarme totalmente gratis, no
veía la necesidad de gastar dinero en ello. Ahora me doy cuenta de que no es lo
mismo. En primer lugar, un gimnasio te permite ejercitarte a cualquier hora y sin depender de las inclemencias meteorológicas. Quiero decir que cuando mis horarios me obligaban a
salir a correr de noche, la oscuridad me limitaba los itinerarios. Lo mismo que
cuando llovía o se registraban altas temperaturas. Digamos que correr empapada
o asfixiada de calor no seduce mucho. Además, parece una tontería pero haber
pagado por un servicio enciende en ti una especie de obligación por hacer uso
del mismo para amortizarlo, con lo que te aseguras que cada día vas a moverte.
Otro
aspecto de los gimnasios que despertaba mis recelos era la idea -errónea- de
que eran templos de la belleza donde solo tenían cabida cuerpos jóvenes esculpidos
por el cincel de Miguel Ángel, por lo que la aparición repentina de mi persona,
con un aspecto más de producto de desecho que otra cosa, podría dar excesivamente el cante. No ha
sido así. Afortunadamente somos más los imperfectos que poblamos el mundo, así
que pasamos más desapercibidos. También me preocupaba no saber manejarme con
las máquinas y aparatos de la sala fitness y que la patosa que llevo dentro
se hiciera notar justo al montarme en la cinta, la bici o la elíptica y me esmoñara para regocijo del personal. De
momento no he dado que hablar. Un último elemento que me repelía de los
gimnasios era su olor, esa especie de aroma a caballo entre sudor, pies sucios y
humedad que se te mete hasta las meninges. He hecho de tripas corazón y he constatado que el ser humano se acostumbra a todo. De hecho, cuando llevas un
rato, ya casi ni lo percibes. Quizá porque tú mismo empiezas también a apestar.
En
los pocos días que llevo como clienta de un gimnasio he visto cosas que no
creeríais:
-He
visto chicas con larga melena al viento, maquilladas como puertas, montadas en
un aparato para ejercitar los glúteos… Y no he podido evitar preguntarme si es que ellas no transpiran como yo, porque cuando acabo mi sesión de bici, escaleras,
elíptica y remo no veas los goterones de sudor que me caen por la frente, las
sienes, el cuello, el canalillo, la rabadilla... No te digo cómo iba a acabar
el rímel si se me ocurriera ir pintada… Parecería un mapache.
-He
visto hombres gimiendo. El primer día me asusté. Pensé que a alguien le estaba
dando un infarto. Sonaba a una mezcla de parturienta en el periodo de expulsión
y paciente con estreñimiento agudo sentado en la taza del váter. Hasta que,
encaramada en mi bicicleta estática, conseguí girarme disimuladamente y
comprobé que se trataba de un hombre ya entrado en años y con unas venas que parecían a punto de estallar, empeñado en levantar
unas pesas con un solo brazo.
-He
visto a un veinteañero luciendo una camiseta con la palabra ‘Animal’ en el pecho,
con unos hombros y unos brazacos de tal calibre que no pude evitar imaginarlo cruzando de lado por las puertas, para no desencajar los marcos.
-He
visto señores leyendo el periódico a la vez que pedaleaban sentados en una
bicicleta reclinada, que es como estar en el sofá de casa estirando y
encogiendo alternativamente las piernas.
-He
visto gente muy escrupulosa limpiando a conciencia el aparato del que se
acababa de bajar otro usuario antes de usarlo.
-He
visto a tipos remangarse la ropa y mirar con ojos golosones su imagen en el
espejo.
-He
visto chicas siguiendo un capítulo de su serie favorita en el móvil mientras caminaban
a 'paso de Rajoy' sobre la cinta.
-He
visto parejas que parecían siamesas, realizando exactamente el mismo ejercicio a
la vez, esperando que quedaran libres dos máquinas contiguas para no perder la
proximidad.
-He
visto entrenadores personales dirigiendo el trabajo de unos clientes que pasan
más tiempo bebiendo isotónico que haciendo sentadillas.
-He
visto los mismos usuarios a las mismas horas en las mismas máquinas haciendo
exactamente lo mismo mientras en las pantallas de televisión de la sala que
sintonizaban Hit TV aparecían los mismos vídeos musicales en el mismo orden.
Ríete tú del día de la marmota.
En
resumen, he visto gente que va a lo suyo y no repara en mí, a pesar de que,
como veis, yo soy incapaz de estar pedaleando 45 minutos sobre una bicicleta
estática sin observar lo que pasa a mi alrededor. ¡Ah! La rodilla bien, gracias.
Ja ja, me he reído mucho con los perfiles que describes. Te falta el de los que no separan la vista del trasero de alguna (igual tu gym es muy raro).
ResponderEliminarEn dos meses a ver en qué grupo te enmarcas tú... si sigues allí, claro ;-)
Bueno, quizá el que miraba con ojos golosones al espejo no observaba solo sus músculos... ;)
ResponderEliminarEn dos meses te cuento si me han aceptado en algún grupo.
Me alegro de que te hayas reído. Gracias por leer!