Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

lunes, 12 de marzo de 2018

La delgada línea entre informar y enmerdar




En momentos como estos me planteo profundamente mi oficio de periodista. A raíz del asesinato del niño Gabriel Cruz, asistimos de nuevo a la habitual histeria colectiva. Dentro de esta olla a presión en que se convierte la sociedad española cuando ocurre algo fuera de lo común, se mezclan bulos, rumores y juicios de valor sin argumentos sólidos, difundidos a través del móvil por ciudadanos anónimos, junto con el trabajo a destajo de los medios de comunicación, que se vuelcan en dar cobertura al suceso y, a fuerza de tener que rellenar por narices horas de televisión o ganar clics en sus ediciones digitales, terminan siendo arrastrados por el vocerío popular mientras ofrecen datos no siempre convenientemente contrastados. Ya sabéis, cosas de las prisas y las ganas de contarlo antes que nadie para enganchar audiencia. Así pasa lo que pasa. Y luego el lector no sabe a qué atenerse. 



¿En qué quedamos? ¿Creemos a un diario o a otro? ¿Actuó sola o no? En fin...

Todos somos más o menos viscerales cuando nos impacta la vida, lo que nos lleva a reaccionar de manera irracional y exagerada. Pero es que además a la mayoría nos gusta cotillear, queremos saber cuanto más, mejor y sentimos especial atracción por los detalles escabrosos de los sucesos. Así que unos y otros, a uno y otro lado, generamos la tormenta perfecta. Las redes cargan contra la detenida, se contagia el odio, se analiza su pasado, surgen conocidos que pierden el culo por un minuto de tele, se buscan familiares a quienes torturar, salen los racistas y antirracistas, los misóginos y las feministas, los retro y los modernos, las izquierdas y las derechas… y en medio de este crepitar incontrolable, aparecen los políticos llevando a su terreno la fatalidad mientras los medios soplan para avivar un poco más el fuego. Por ejemplo, yo me pregunto:

-¿Qué necesidad hay de ir a Burgos a preguntar sobre la detenida a los vecinos del edificio donde residía o a los clientes que tuvo en la carnicería que regentaba? ¿Es que saber si daba los buenos días en la escalera o servía la ternera con una sonrisa puede ayudar a comprender los hechos?

-¿Qué necesidad hay de apostarse en la puerta de la casa donde vive la hija de la detenida, que bastante cruz tiene ya, y contribuir a provocarle una crisis nerviosa con la masiva presencia de cámaras y reporteros apuntando con sus alcachofas?

-¿Qué necesidad hay de multiplicar el dolor de todas las víctimas de manera tan gratuita?

-¿Qué necesidad hay de escarbar públicamente en el pasado de la detenida hasta dar con un drama tan grande como es la muerte de su hija de cuatro años en 1996, cuando el juez archivó el suceso y fue considerado una caída accidental desde una ventana? Si la policía quiere revisar el caso, que lo haga, pero conjeturar es peligroso, cruel y, por supuesto, poco profesional.

-¿Qué necesidad hay de dar pábulo a la cantidad de disparates que circulan por las redes sociales y dejar caer como dato de interés para tu audiencia, por ejemplo, el posible paso de la detenida por un club de alterne?

-¿Qué necesidad hay de empezar a publicar los resultados filtrados de la autopsia del niño cuando no existe una declaración oficial al respecto y el caso está bajo secreto de sumario?

-¿Qué necesidad hay de elucubrar sobre el móvil que ha llevado a la presunta autora a cometer el crimen antes de que ella misma lo confiese?

-¿Qué necesidad hay de adornar la información sobre el caso con la opinión de un experto en gestos para analizar el comportamiento de la mujer antes de ser detenida, un psicólogo para hablar sobre cómo se sufre con la pérdida de un hijo o un médico intensivista para que explique detalladamente cómo es la muerte por estrangulamiento?

No hay ninguna necesidad, salvo la de rellenar tiempo y espacio con aportaciones e hipótesis de dudoso gusto y convertir en espectáculo un drama con víctima infantil. Estoy segura de que se puede ofrecer una información veraz, completa, rigurosa, e incluso aséptica, centrándose en lo estrictamente noticioso, aunque no participes en la carrera por las primicias y exclusivas.



La madre de Gabriel se manifestaba públicamente este lunes pidiendo, en memoria de su hijo, que no se extendiera el odio y no se hablara de la detenida. La afectada más directamente por este drama ha tenido que ser la que haya puesto un poco de cordura y sensatez en todo este sinsentido. Y, como veis, este es el caso que se le ha hecho.

Hace 25 años el crimen de las niñas de Alcásser hizo aflorar lo peor de la profesión: el sensacionalismo disfrazado de interés general, o lo que es lo mismo, el periodismo basura. Ese detritus está latente y de vez en cuando se escapa su hedor coincidiendo con fatalidades como el asesinato de Diana Kerr o ahora el de Gabriel Cruz. 

Es en casos como estos cuando me surge la misma duda: quizá yo no he nacido para este oficio. A lo mejor por eso estoy en paro y no haciendo guardia a la puerta de un club de alterne para ver si sale alguien que conociera a la detenida.

sábado, 3 de marzo de 2018

Por qué apoyo la huelga del 8M pero no voy a parar


Comparto todas y cada una de las reivindicaciones que figuran en el manifiesto 8M #LasPeriodistasParamos, redactado por las mujeres profesionales de la comunicación de este país para apoyar la huelga feminista del día de la mujer. Denuncio, como todas mis colegas, la precariedad, la inseguridad laboral, la brecha salarial, el techo de cristal, el acoso y los ninguneos a los que comúnmente nos enfrentamos en este oficio –y en muchos otros- por ser mujeres. Me parece oportuno recordarlo con motivo de este día y, en general, en cualquier ocasión. He sumado mi firma a las del resto de periodistas que secundan esta iniciativa espontánea porque unidas somos más poderosas y porque solo así, haciéndonos oír, reclamando lo que es justo, lo que merecemos, a fuerza de ser machaconamente pesadas, conseguiremos cambiar alguna vez las cosas.


Dicho esto, ahora me tildaréis de incongruente –o quizá equidistante- cuando os anuncie que, sin embargo, yo no voy a hacer huelga. No, no voy a parar. No voy a sumarme al paro, aunque sobren los motivos y me parezcan más que justificados. No voy a hacerlo porque nunca he hecho huelga, al menos de manera voluntaria. Una vez no me quedó más remedio. Trabajaba en la radio y mi turno comenzaba de madrugada. Ya me habían avisado de que el técnico de sonido que debía abrirme el micrófono y dar a las teclas para que todo funcionara haría huelga, por lo que no serviría de nada el madrugón, ni la labor previa del informativo, ni toda mi buena voluntad. A las seis en punto de la mañana nadie me dejaría hablar. Me impedirían hacer mi trabajo. Metafóricamente me taparían la boca. Así que decidí ahorrarme el esfuerzo. Por supuesto no salió nada por ese punto del dial y a mí, como a los demás, me retiraron de la nómina la parte correspondiente a ese día no trabajado.

El resto de ocasiones en las que se me ha invitado a no acudir a trabajar para protestar por alguna causa, he rechazado la invitación. Igual que voy a hacer en esta ocasión. Y no tiene nada que ver con estar desempleada. Si tuviera un puesto de trabajo al que acudir, actuaría de igual manera. Ojalá ese día las mujeres puedan decidir libremente si parar o no parar. En todas las huelgas hay un porcentaje de trabajadores que no actúa en conciencia, sino que se ve indirectamente obligado a tomar un camino. Los hay que secundan la huelga para no ser señalados como esquiroles por sus compañeros. Otros no se atreven a faltar para evitar las posible represalias de su jefe o simplemente porque no se pueden permitir renunciar a un día de sueldo. En cualquiera de los dos casos queda un regusto amargo, y más cuando ves que, hagas lo que hagas, alguien se atreverá a cuestionar tu posición. Insisto, yo nunca hago huelga, pero respeto el derecho de la gente a hacerla. Me pasa como con los tuits de mal gusto sobre temas delicados como la religión, el terrorismo, el maltrato… Yo nunca bromearía con ello, pero defenderé siempre la libertad de expresión y el derecho a cagarla de aquellos que dicen hacer humor con esas perchas.

Las convocantes de la huelga feminista del 8 de marzo proponen en su argumentario que este sea un paro de cuidados, de consumo, laboral y educativo, para visibilizar el trabajo de las mujeres, para que se nos eche de menos, para demostrar que somos la mitad de la ciudadanía y que si nosotras paramos, se para el mundo. Valoro enormemente que nuestra Constitución contemple el derecho a la huelga y defiendo que puedan ejercerlo quienes consideren que es la mejor manera de reclamar sus derechos y conseguir sus pretensiones, pero a mí no me convence como herramienta reivindicativa. Siempre he preferido manifestarme, negociar, hacer visible lo invisible, meter ruido, emplear la palabra, estar, pero no desaparecer.

El 8 de marzo no voy a dejar de seguir mi rutina diaria, aunque entiendo que ese día se pueda ver alterada porque las demás mujeres de mi entorno no compartan mi punto de vista. Por ejemplo, no tendré clase de inglés porque mi profesora sí va a parar. Y lo comprendo. Como comprenderé también que si voy al supermercado solo me encuentre hombres en la línea de cajas. No me sorprenderá que en el instituto de mis hijos no haya suficientes profesores de guardia para cubrir las clases de sus compañeras ausentes y que en los pupitres solo huela a testosterona. Incluso experimentaré una leve regresión al poner el telediario y ver en pantalla únicamente bustos parlantes masculinos.

Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar aquí. Hace nada ni siquiera teníamos derecho al voto. Casi como quien dice antes de ayer, la mujer casada tenía que pedir permiso a su marido para cualquier gestión, desde abrir una cuenta en un banco hasta firmar un contrato, y la soltera dependía de lo que decidiera su padre, hasta el punto de no poder abandonar el domicilio familiar si no era con su consentimiento. Tradicionalmente la mujer trabajaba en la casa, sirviendo a su familia, o ayudaba en el campo sin ser remunerada. A principios del siglo XX fueron incorporándose poco a poco en la industria como mano de obra barata, aunque la presencia femenina se asentó sobre todo en otros sectores como la educación, el comercio o el servicio doméstico. Os sugiero que leáis este proyecto sobre la mujer en el siglo pasado para que las que no tenéis edad o memoria seáis conscientes de cómo han cambiado las cosas.

Por eso, por lo que nos ha costado llegar, por lo que han peleado muchas para que ahora haya mujeres en empleos tradicionalmente considerados de hombres, porque nos hemos ganado a pulso el puesto y el derecho a trabajar…, por todo ello considero que lo más coherente es no desaparecer de nuestro puesto de trabajo ese día, sino convertirlo en el mejor lugar desde donde visibilizarnos y reivindicar todo lo que aún falta por hacer.

Todo esto se lo expliqué a mi hija de 14 años cuando me anunció que pretendía hacer huelga el 8 de marzo y no asistir a clase. Al principio no aceptó demasiado bien mi negativa a permitirle las pellas. Ella, que es la más feminista de 3ºA, iba a ser el hazmerreir de los gallitos de su clase si terminaba siendo la única chica que no secundaba el paro. Después de analizar la situación con su padre, decidimos darle libertad para escoger qué hacer. Incluso tenía previsto advertirle que si elegía parar, no iba a ser para quedarse tirada en casa viendo vídeos de Youtube; debía comprometerse a acompañarme a alguna de las manifestaciones convocadas para ese día, por ejemplo a la lectura del manifiesto de las mujeres periodistas, a las 12.30 en la Plaza de Callao de Madrid. Finalmente, no sé si porque soy más convincente de lo que creía, mi hija me ha dicho que sí va a ir al instituto a dar caña a los machistas de su clase. Estoy segura de que a esos pipiolos no se les va a olvidar lo que se conmemora el día 8 de marzo.

Un par de datos más antes de terminar. El ámbito de las Direcciones de Comunicación es un ejemplo laboral de equilibrio entre profesionales hombres y mujeres. En cambio, las cúpulas de los medios de comunicación siguen estando ocupadas solo por ellos, en cuyas manos masculinas están las decisiones editoriales. Son ellos los que deciden de qué se habla y de qué no, qué es noticia y qué es ruido, qué se cubre y qué se silencia. Os invito a echarle un vistazo a esta reveladora infografía de La Marea sobre quienes mandan en la prensa española.

Espero que mis colegas periodistas, aquellas afortunadas que cuentan con un empleo en un medio, aprovechen para insistir en ello, para contarlo, gritarlo si es necesario, denunciarlo, que le sangren los oídos a quien le tengan que sangrar y que le escueza a quien le tenga que escocer. Si yo tuviera un empleo, ese día me hartaría de dar por saco. Os aseguro que eso deja más poso y huella que una ausencia prevista con su cobertura planificada.