Rita Barberá ha dejado este mundo cruel. En su tránsito al otro barrio se lleva 24 años como alcaldesa de Valencia, cinco mayorías absolutas y 40 años de servicio a un partido que terminó mostrándole la puerta de salida y empujándola a desalojarlo.
Si ha servido para algo la inesperada muerte de esta mujer es para volver a poner a cada uno en su sitio, descubrir qué esconde cada cabeza, confirmar que el principio de presunción de inocencia no existe y evidenciar que el concepto de empatía no terminamos de controlarlo.
En este mundo que abandona, falta elegancia, catadura moral, educación y sentido del ridículo. Y sobra demagogia, soberbia, ganas de epatar y mucha crueldad. No hay más que ver algunos de los memes y comentarios de dudoso gusto que se están compartiendo en redes sociales desde el minuto después de confirmarse su muerte. Si este es el nivel cuando hablamos de una persona fallecida, a quien -se supone- el decoro impide maltratar por no agravar más su mala suerte, imaginad las cotas que se han alcanzado con esta mujer en vida, sobre todo en sus últimos años.
Tanto me violentan quienes le niegan un minuto de silencio respetuoso a un muerto –lo marque o no el protocolo del lugar- como quienes, al conocer el hecho luctuoso, descargan su ansiedad y sentimiento de culpa disparando hacia el lugar equivocado. Ni ha habido cacería de los medios contra Barberá ni la han matado las informaciones que se han publicado sobre el proceso judicial en el que estaba inmersa. Más duro se me antoja vivir siendo víctima de bromas generalizadas a cuenta del famoso caloret, o de la cabezadita grabada por la cámara indiscreta de una senadora más despierta que ella, unas mofas amplificadas por obra y gracia de las redes sociales y su contagiosa viralidad.
Tampoco parece plato de gusto recibir abucheos donde antes la aplaudían y tener que escuchar gritos de borracha, corrupta y choriza a la salida del Supremo. Lo cierto es que ni Ritaleaks, ni Gürtel, ni Noos, ni Fitur, ni Emarsa, ni Imelsa… lograron salpicar directamente a Rita o señalarla como autora de ninguna ilegalidad, y solo al final de sus días la pieza separada del Caso Taula, que investigaba una presunta financiación ilegal del partido en Valencia, fue la que la puso frente al juez hace dos días.
Así que, seamos justos; Rita Barberá sería lo que fuera, resultaría más o menos simpática, parecería más o menos sospechosa, pero de la acusación de blanqueo de capitales –el famoso pitufeo-, la única causa en la que había comparecido a declarar ante el juez, a petición propia, en calidad de investigada, se ha muerto siendo presunta, es decir, inocente. Le pese a quien le pese.
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