Juana no está en mi casa. En primer lugar, porque no nos conocemos. Pero en el hipotético caso de que nuestros caminos se hubieran cruzado o hubiera llamado a mi puerta pidiendo ayuda en su huida desesperada, mi consejo habría sido que se detuviera, que se entregara, que acatara la orden judicial y devolviera los niños a su padre. Eso no significaría bajar los brazos y tirar la toalla, todo lo contrario, supondría dejar descansar al corazón y empezar a utilizar la cabeza en todo este proceso.
Por supuesto que no le negaría la entrada a mi casa, yo también soy madre y me pongo en su piel. Pero trataría de convencerla de que lo mejor para sus hijos es regresar a un escenario medianamente estable y permitirles pasar tranquilos lo que les queda de verano haciendo lo que hacen otros niños en vacaciones: aburrirse.
Si Juana Rivas me hubiera pedido ayuda le habría hecho ver que cada día que pasa va complicándose la existencia y alejándose mucho más de la posibilidad de recuperar la tranquilidad familiar. Juana se enfrenta, entre otros delitos, al de retención ilícita de menores, por el que podrían caerle hasta cuatro años de cárcel y la inhabilitación para ejercer la patria potestad durante un periodo de hasta 10 años. Entiendo que Juana no ha aparecido aún porque está ganando tiempo a la espera de que la Audiencia de Granada se pronuncie sobre el incidente de nulidad que reclamó para paralizar la entrega de los niños, pero le aconsejaría que no fiara todo a esa única carta. Si no gana esta batalla, podría perder la libertad y la custodia de los pequeños, privándoles definitivamente, entonces sí, de la figura de su madre.
Juana Rivas (EFE)
Si Juana estuviera en mi casa, le diría que aunque no les conozco ni a ella ni al padre de sus hijos y no tengo la más remota idea de la historia que han vivido, sí he tratado de entender a cada uno leyendo lo que se ha publicado del caso y analizando las dos versiones contrapuestas, no solo la conocida por su testimonio, sino también la del padre. Porque creo que antes de formarse una opinión hay que conocer los datos y porque, lo siento, no soy de las que se ponen sin dudar del lado del a priori más débil o, en mi caso, del lado de la mujer-madre por el simple hecho de compartir esa condición. Al final, después de escuchar a uno y otra, lo que me quedan son dudas razonables y me niego a embarrarme en esa pelea dialéctica entre hombres y mujeres, con la violencia de género como telón de fondo, en que se ha convertido este episodio.
Creo que la mejor manera que tenemos tú, yo y todos los que comparten el hashtag #Juanaestáenmicasa de ayudar a esa madre sobre la que se ha dictado ya una orden de detención no es esconderla en nuestra casa, sino acompañarla al punto donde debía haber entregado a sus hijos el día 26 de julio para que los recogiera su padre, respaldarla en su causa y apoyarla para que encuentre el mejor asesoramiento legal que le permita conseguir cuanto antes el régimen familiar más beneficioso para ella y para sus hijos. Seguro que este revuelo mediático contribuye a ello.
Por su parte, la mejor manera que tienen los políticos de ayudar en este caso no es posicionarse a ciegas públicamente de manera irresponsable con Juana, demostrando una flagrante falta de respeto a la ley, la justicia y los tribunales, sino legislar con sensibilidad y buen criterio, estar alerta, apaciguar los ánimos, huir de las conclusiones viscerales que inundan las redes sociales y, lo que es más importante, dotar al sistema de medios. No hace mucho una pequeña de Valladolid moría en urgencias de un hospital a causa de un terrible maltrato. Su madre y la pareja de esta están detenidos. La voz de alarma la había dado un pediatra que la había atendido veinte días antes, pero los mecanismos del sistema fallaron. Para no llegar a esos extremos, para que los miedos de Juana sobre la seguridad de sus hijos con su padre se queden en meros temores infundados y los niños crezcan felices y a salvo, simplemente el sistema tiene que funcionar.
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