Todos los años decimos que no vamos a ir al infierno en que
se convierte en diciembre el centro de Madrid por la expectación que genera la decoración navideña, pero
todos los años terminamos peregrinando como borregos hasta la Puerta del Sol y la Plaza Mayor para ver las lucecitas y los abetos.
Supongo que la culpa la tienen Chencho y ‘La gran familia’.
Sabemos que no hay quién camine, que todo está saturado de gente, que tomar un
bocadillo de calamares en La Campana o un chocolate en San Ginés requiere un
esfuerzo titánico. Que a duras penas consigues acercarte a alguno de los
puestos de artículos navideños o bromas. Que a las horas de cada pase de Cortylandia
es imposible acortar hacia Preciados desde Arenal por la Plaza de las
Descalzas, a no ser que quieras arriesgarte a perder la vida aplastado o
increpado por padres que cargan con sus pequeños mocosos para que vean mejor el espectáculo. La teoría la sabemos, pero inevitablemente terminamos
arriesgándonos a arrepentirnos de haber vuelto a caer.
Es decir, sabemos a lo
que vamos y lo que nos encontraremos. Sabemos que deberemos ir sorteando
transeúntes que se desplazan en dirección contraria a la nuestra y que en
algunos tramos tendremos que caminar más despacio, al ritmo de los que nos
preceden, e incluso pararnos. Sabemos también que si evitamos ciertos
itinerarios, podremos librarnos de sufrir ese incómodo momento en que notas
otros cuerpos rozando el tuyo, sus alientos en tu cogote, y no sabes donde acaba el movimiento
involuntario y donde empieza el sobeteo aprovechando la coyuntura. Lo sabemos y
no necesitamos que ningún organismo regule nuestro masoquismo. Pero
llega el Ayuntamiento de Madrid y, con el propósito de mejorar nuestra experiencia
de usuario del espacio público, idea una fórmula para evitarnos las
aglomeraciones y aliviar el desorden de las calles más transitadas que
confluyen en la Puerta del Sol. La solución que se les ha ocurrido es convertirlas
en vías peatonales de una sola dirección. En concreto pretenden obligarnos durante
estas Navidades a utilizar la calle Preciados para subir desde Sol hacia Callao
y a tomar la del Carmen de bajada, para que todos caminemos en el mismo sentido. ¿De verdad hacía falta?
Este pasado fin de semana se estrenó la medida
y ha ocurrido lo que se esperaba. La mayoría de los transeúntes piensa, como
yo, que no necesitan que nadie les diga por donde caminar. Es más, el propio
instinto de conservación del ser humano medianamente consciente suele hacerle
evitar los tumultos que puedan poner en riesgo su vida. Al menos el mío
funciona así. Afortunadamente la gilipollez solo se ha establecido en esas dos
vías y hay muchas otras por las que se puede acceder al kilómetro 0. Además, como
ha aclarado la portavoz del Ayuntamiento, Rita
Maestre, la dirección única solo afecta a la entrada y la salida, una vez
dentro de la calle se supone que ya puedes moverte en libertad. Es un alivio
saber que no tendremos que ir en fila, perfectamente alineados como si
estuviéramos en una parada militar. En fin… Este plan solo se activará cuando
haya aglomeraciones -faltaría más- y cuenta con la participación de agentes
municipales para corregir a los peatones despistados. Personalmente creo que
los policías serían más útiles persiguiendo a los malos o vigilando nuestra
seguridad que no riñendo a los díscolos que osan caminar en dirección contraria, como
hacemos las madres con los hijos cuando no obedecen. Mira tú por donde, se dice que en Navidad tiende a aflorar el niño que todos llevamos dentro, así que esta descabellada idea era justo lo que necesitábamos. Y como las travesuras son propias de la edad infantil, yo ya estoy deseando pasarme por el centro en un día de máxima afluencia y caminar al revés, a ver qué pasa.
La injerencia de la Administración en nuestros hábitos, usos
y costumbres me chirría. Eso de limitar nuestra libertad y autonomía para
protegernos de nosotros mismos se llama paternalismo. ¿Qué será lo próximo?
¿Nos obligarán a abrigarnos con gorro, bufanda y guantes cuando el termómetro
baje de los 0 grados? ¿O a no enamorarnos de la persona equivocada? Puede que también
nos digan dónde nos tenemos que colocar para hacernos las fotos con las luces
de Navidad, una especie de punto obligatorio de selfie. ¡Ah! Y ya, por qué no,
que nos dicten la carta a los Reyes Magos.
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