Acabo
de hacer el Camino de
Santiago con mis hijos y su padre. Han sido 118 kilómetros divididos en
cinco etapas, justo el último tramo, la parte más transitada, lo que todo el
mundo suele hacer cuando decide lanzarse a esta aventura. En este post voy a
compartir con vosotros cómo ha sido la experiencia.
Era
nuestra primera vez y no estábamos seguros de ser capaces de superar la prueba.
No me refiero solo a la caminata, sino a la convivencia constante en
circunstancias tan particulares. En un intento por reducir las posibilidades de
terminar tirándonos de los pelos, elegimos el trayecto más cómodo con la
distancia mínima exigible para poder presumir de haber hecho el Camino y tener
derecho a la Compostela, ese pergamino que acredita en latín que has logrado la
gesta. Eso suponía recorrer cada día entre 20 y 25 kilómetros, estableciendo
como punto de partida Sarria (Lugo) y parando en Portomarín, Palas de Rei, Arzúa y Pedrouzo
hasta llegar a Santiago.
Además,
para no arriesgarnos a quedarnos sin sitio donde dormir, decidimos buscar
los alojamientos con anterioridad y reservar habitaciones en apartamentos,
pensiones y hoteles de nuestro itinerario. En Booking
lo tienen muy automatizado y directamente casi se adelantan a tus deseos. Para
terminar de redondear el chollo, en vez de ir cargando con el equipaje a la
espalda en forma de pesado fardo, hicimos uso de ese gran invento de Correos
que se llama Pack
Mochila. Hay otras empresas locales que también ofrecen este mismo servicio. Te llevan el equipaje de un punto a otro de tu recorrido por un módico precio. En este caso, 4€ maleta/día. Así que cuando llegas agotado al
final de cada etapa, tu maleta o mochila te espera con los brazos abiertos en
el hotel.
Como
veis, se puede decir que preferimos no dejar nada a la improvisación para que
la única aventura fuera vivir el Camino. Aviso que esta modalidad tan poco
hippie al final te sale casi más cara que irte a la playa en temporada alta. Lo
suyo sería ir cargando con lo justo, tratar de dormir en albergues gratuitos, o
donde encuentres refugio, y alimentarte a base de ofertas de los supermercados
locales por los que vas pasando. Eso es fácil cuando tienes 20 años, pero a mi
edad la pereza y la comodidad te anulan la voluntad. No descarto, de todos
modos, probarlo algún día, pero sin críos.
Hablando
de ellos, temíamos que los niños no aguantaran el ritmo, que se cansaran y
tuviéramos que ir tirando de ellos, que dijeran “hasta aquí” y hubiera que
abortar el plan, que cinco horas desconectados de internet les provocaran una
especie de mono tecnológico… Pues nada de nada. Fue una de las más agradables
sorpresas de este viaje. Sí, se cansaron, como todos, pero nunca hicieron
peligrar lo planificado. Al contrario, fuimos los adultos quienes acusamos más
los kilómetros y el esfuerzo. Tanto que llegamos a la recta final hechos cisco
y de milagro, con unas ampollas en las plantas de los pies de su padre y una
inoportuna tendinitis en la zona de mi tibia derecha.
Al
margen de la actividad física y de los citados contratiempos, hacer el Camino
de Santiago es una experiencia única: levantarte al amanecer, cargar las pilas
con un buen desayuno, ponerte en marcha a través de bosques de eucaliptos y que
tus pisadas despierten a los pájaros, provoca una sensación difícilmente comparable.
Probablemente cuando te adentras en el Camino estás predispuesto a asimilar muy
positivamente todo este tipo de estímulos, hasta el punto de que generas
endorfinas con el simple hecho de cruzarte con un puñado de vacas, seguir las flechas
amarillas, calcular con los mojones la distancia recorrida o familiarizarte con
las caras de los peregrinos que al adelantarte te saludan con la frase que más
se escucha por la ruta: “¡Buen
Camino!”.
Por
ponerle una pega a este idílico paisaje que os pinto, destacaría algo que no
sería culpa del Camino sino de los peregrinos que lo recorren: la cantidad de
pintadas que decoran todo el itinerario. No solo en los mojones y letreros que
marcan la dirección, sino en fachadas y muros de aldeas e incluso en árboles.
Hemos visto declaraciones de amor, dedicatorias, promesas, ánimos a los
caminantes, frases motivadoras en todos los idiomas... Pero, ¿quién narices se va a hacer el Camino de Santiago con rotuladores de colores o un aerosol para hacer grafiti en el equipaje?
Por
no mencionar esos pequeños recodos en las sendas que reconoces al instante como
váteres improvisados por la cantidad de pañuelos de papel que los marcan o
directamente por la mierda humana que alguien plantó tras un inesperado
apretón. Y no lo entiendo. Esa era una de mis preocupaciones, cómo nos las
apañaríamos con esas ‘necesidades’. Pero una vez allí las dudas se disipan al
darte cuenta de que, al menos en esa parte de la ruta, abundan los bares y
restaurantes a cada paso. Vale, sí, especifican en sus aseos que son de uso
exclusivo para los clientes, pero siempre puedes usarlos después de tomarte un
café o directamente colarte con discreción. Y si no, en último extremo, si la
vejiga decide no colaborar y te encuentras lejos de cualquier baño público, los
bosques son tan extensos y poblados que es fácil encontrar un lugar discreto a
salvo de miradas. Siempre, eso sí, procurando no dejar restos que tardan
demasiado en degradarse.
Creo
que ha quedado claro que la experiencia ha sido tan buena o incluso mejor de cómo la
pintan, que ha superado con creces todas mis expectativas y que recomiendo que todo el mundo la viva al menos una vez en la vida.
Por si tenéis intención de seguir mi consejo a corto plazo, voy a terminar repasando 10 cosas que he aprendido del Camino de Santiago y que podrían servirle al peregrino primerizo:
1-La
elección sobre cómo te trasladas hasta el punto de partida es importante.
Nosotros decidimos ir en coche y dejarlo en el parking del aeropuerto de
Santiago para, desde allí, llegar en transporte público hasta nuestra
ciudad de salida. Y no es sencillo. En el mejor de los casos pierdes toda una
jornada en el proceso para encajar horarios. En nuestro caso optamos por
enlazar dos trayectos en autobús, uno de Santiago a Lugo y después otro de allí
hasta Sarria. Hay quien prefiere hacerlo a la inversa, es decir, acabar el
camino y regresar inmediatamente a por el coche al inicio del itinerario.
Sospecho que cada vez más se están imponiendo los viajes
organizados que además de incluir el transporte de maletas y la reserva de
hospedaje, también te llevan de un punto a otro una vez concluyes el recorrido.
2-No
fuerces la máquina. No hay obligación de batir records de velocidad, mucho
menos si llevas el alojamiento reservado. Por experiencia propia, visto lo
visto, lo mejor es tomárselo como un paseo ligero, parar las veces que haga
falta y sacarle todo el partido a tus sentidos. Procura que te dé tiempo a
contemplar cada detalle que te sale al paso, escuchar los sonidos que te
envuelven y percibir todos los aromas, no solo el hechizante olor a eucalipto, sino
también la peste a mierda de vaca y abono. Estás en el campo, ¿qué quieres?
3-Procura
ir acompañado de alguien dispuesto a masajearte las piernas con fluido relajante
y refrescante cada día. Dedicar una parte de la tarde a remolonear en la cama y
a disfrutar de un buen masaje es fundamental para la recuperación de cara a la
siguiente jornada. Si vas solo, tendrás que hacerlo tú mismo, pedir favores por ahí o recurrir a cualquiera de los especialistas disponibles en cada pueblo final de etapa. No hay problema para encontrar fisios y podólogos.
4-Olvídate
de adelgazar. Es imposible. Lo que pierdes por el ejercicio de caminar cinco
horas seguidas lo recuperas con creces en los avituallamientos: que si la
empanada, el pincho de tortilla, la Estrella Galicia, el albariño, el pulpo o
el menú del peregrino con su vino y su pan gallego... Una ruina. He vuelto con
dos kilos de más.
5-Si
renuncias al albergue porque lo de aguantar los ronquidos y pedos de
desconocidos o compartir el baño no te convence y prefieres pasar de pantalla al
nivel ‘pensión’, te recuerdo que el concepto ‘pensión’ es muy amplio. Un día
estás en lo que parece un antiguo piso con los muebles heredados de la bisabuela y
los raíles de la mampara de la ducha oxidados, y al día siguiente te dan ganas
de quedarte a vivir en la habitación y tienen que sacarte a rastras para
conocer el pueblo. La calidad y el
precio de este tipo de alojamientos suele aumentar a medida que te aproximas a
Compostela. De todos modos, también os digo que cuando uno está reventado, con
tener un colchón en el que tumbarse se da por satisfecho.
6-No
sé cómo será la vida de peregrino con lluvia, imagino que más incómoda. Yo no
pude estrenar mi chubasquero, porque tuvimos la ‘suerte’ de encontrarnos con
buen tiempo. Calor para ser más exactos. Así que en alguna etapa en la que las
sendas van en paralelo con la carretera o atraviesan zonas
despejadas, la caminata se hace mucho más dura y el Camino pierde toda su
gracia. No hay duda de que la belleza de este viaje está en los espesos bosques
por los que te adentras y que, en jornadas tan soleadas como las que hemos
vivido, te protegen de una insolación.
7-Lo
de ir poniendo sellos en la Credencial
del Peregrino es un entretenimiento para grandes y pequeños. He visto tanto
a adolescentes como a talluditos –entre los que me encuentro- hacer cola para
que les estamparan una leyenda en su Credencial. Yo que cuando me saqué el pasaporte
hace mil años soñaba con abarrotarlo con marcas de aduanas de todo el mundo -y
a lo más que llegué fue a coleccionar 3 míseros sellos-, me he quitado la
espinita con este otro pasaporte. Se consigue por 2 euros en cualquiera de las
iglesias donde comienzas el viaje, en las Asociaciones de Amigos del Camino y
en otros establecimientos implicados en su mantenimiento. Una vez que te pones
en marcha, debes ir adornándolo con los sellos que encuentras en ermitas,
bares, tiendas y hasta en puestos ambulantes espontáneos de gente que se busca
la vida al abrigo de la ruta. Todas esas marcas con su fecha acreditan que has
ido pasando por cada lugar y cubriendo la ruta. Recomiendan que, como mínimo,
haya dos por etapa, al menos uno religioso, para que en Santiago lo consideren
válido y te otorguen la Compostela.
Eso dicen, no estoy segura de que en mi caso miraran al detalle todo lo que
aparecía. Por cierto, poned atención porque la Compostela es gratuita, pero
existe la opción de solicitar además otro pergamino donde se refleja de manera
personalizada el trayecto y los kilómetros recorridos y que vale 3 euros. Si no
os lo ofrecen y os hace ilusión tenerlo, pedidlo.
8-La
gente que peregrina a Santiago lo hace por múltiples razones. Aunque la
motivación religiosa está en el origen de la ruta jacobea, la mayor parte de los
peregrinos que nos hemos encontrado parecían darle un enfoque turístico a esta
actividad, concebida como una manera lúdica de descubrir Galicia. Saltaba a la
vista también que muchos se lo tomaban como una aventura deportiva en contacto
con la naturaleza. En nuestro caso convergían ambos objetivos unidos a un tercero, que era la intención de compartir un reto en familia. En cualquier caso, no es difícil detectar otro tipo de peregrinos que
caminan en solitario, envueltos en una especie de halo espiritual, que avanzan
en silencio y a los que, en algún momento de la ruta, llegas a envidiar. Así
que si vas solo, disfruta de esos momentos y si vas acompañado, aprovecha los ratos en los que el cansancio os impide hablar. Saben a gloria.
9-Ábrete a socializar. En
el Camino terminas conociendo gente. Nosotros que íbamos en plan familiar, muy
de grupo cerrado, nos hemos relacionado poco con los demás peregrinos, lo justo
para terminar saludando cortésmente a aquellos con los que más veces coincidimos.
Pero hemos sido testigos de cómo se fraguaban amistades en tramos del
recorrido, en entradas de albergues o alrededor de una mesa compartida por
desconocidos a la hora de comer en un bar. Tengo la sensación de que también
hay quien encuentra más aventuras en el Camino que el propio Camino.
10-A la hora de alcanzar la meta, unos lo viven con euforia y otros, como yo, somos presas de un bajonazo. Los cinco kilómetros que van del Monte do Gozo a la
Plaza del Obradorio se me hicieron eternos, así que cuando llegué frente a la
catedral tenía poquitas ganas de abrazarme a nadie ni hacerme el clásico y
obligado selfie. Sentí como si la recompensa no fuera llegar al destino, sino el propio camino recorrido. Ya por la tarde, una vez duchada, comida y descansada, regresé
al mismo lugar y sentada en el suelo, apoyada sobre los soportales del Pazo de
Raxoi, frente a la catedral, entonces ya sí, fui capaz de admirar y asimilar
tranquilamente -y descalza- lo lejos que había llegado en mi Camino.
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