Creo
que ya en alguna entrada anterior de este blog he manifestado la pereza que me
da la discusión sobre eso que se ha dado en llamar el lenguaje
inclusivo. En aquella ocasión venía a cuento por lo pesado que resulta
un mitin político cuando el conferenciante se empeña en visibilizar a las
mujeres expulsándolas del genérico de toda la vida y forzando su mención
específica con el calzador de la forma en femenino: compañeros y compañeras,
españoles y españolas, castellanoleoneses y castellanoleonesas… Les reto a que
hagan un discurso incorporando en cada párrafo el gentilicio de mi comunidad
autónoma desdoblado en masculino y femenino. Se cagan…
El
colmo del absurdo en esta guerra fue el término portavoza,
que en un principio pareció fruto de un error y que terminó convirtiéndose en
un ingenioso invento reivindicado no sin esfuerzo por algunos, dado que al ser
tan antinatural, como que cuesta sonar convincente en su defensa. Es imposible
feminizar más una palabra femenina –voz- que, por otra parte, cuando se une con
el prefijo porta- puede aplicarse indistintamente a hombres y mujeres
precediéndola del artículo masculino o femenino según el caso.
La
lengua, la semántica y la gramática, términos todos femeninos –qué casualidad-, nos proporcionan ejemplos de dan mucho juego y sirven para ilustrar este asunto
peliagudo del género en el lenguaje. El sufijo -nte,
en sus variantes -ante, -ente, -iente, -yente, sirve para formar adjetivos a
partir de verbos y expresan qué o quién ejecuta la acción. Es decir, no tiene
un género concreto, se podría utilizar indistintamente para hombres y mujeres. Ocurre algo parecido en los países anglosajones con las palabras inglesas acabadas en –nt. Lo cierto es que algunos sustantivos con esa terminación han
generado en castellano una versión femenina que se ha terminado admitiendo
(-nta), pero no una masculina (-nto). ¿Y qué hace que surjan estas variantes? Es
más, ¿qué provoca que aparezcan en unos casos y no en otros? Digo yo que no será
por capricho.
Pensemos
en estudiante o cantante, nunca han necesitado una versión alternativa femenina
específica. Ni siquiera delincuente. Por cierto, no es de esta familia de
palabras pero estoy recordando el término homicida, acabado en a, lo que podría
inducirnos a pensar que se trata de un vocablo femenino, pero que sirve para
ambos géneros. No imagino a los hombres reclamando para sí una versión
masculina. Probablemente por el significado y las connotaciones negativas. O
simplemente porque es ridículo.
El
caso de la palabra presidente es curioso. Se refiere a quien preside, independientemente
de su género. El diccionario de la RAE contiene también desde 1803 la versión femenina
acabada en ‘a’, cuyo uso se había documentado ya desde el siglo XV, eso sí, aplicada
a las esposas de los presidentes, no a las mujeres que ostentaban una
presidencia, más que nada porque no existían, lo de presidir era cosa de
hombres.
Analicemos
ahora la palabra asistente. Como el resto de términos con los que comparte sufijo,
denomina a la persona que ejecuta la acción, en este caso, que asiste.
Inmediatamente habréis pensado en hombre o mujer que ayuda a un alto cargo en
su quehacer profesional diario. Pero cuando la feminizamos y utilizamos la
variante asistenta, que figura en el diccionario, seguro que la imagen que se
os aparece en la mente es la de una chacha.
En
cuanto a farsante, tiene oficializada en el diccionario su farsanta, pero
¿cuántos de vosotros utilizáis el femenino para una mujer? Y no será porque no
hay mujeres farsantes. O a una figurante, la mujer que hace bulto en una
película, ¿cuántos la llamáis figuranta? Pues la palabra existe, pero las
mayoría elegimos usar el neutro figurante.
Quiero
decir con todo esto que el diccionario de la RAE es más rico y amplio de lo que
muchos piensan. Y que es la lengua la que va evolucionando a la vez que los
hispanohablantes, de modo que con el uso vamos moldeándola y enriqueciéndola,
siempre dentro de unas normas que permiten que los que la empleamos para
comunicarnos sigamos entendiéndonos.
Así
que cuando la vicepresidenta anunció que el Gobierno pretendía revisar la
Constitución para adecuarla a un lenguaje inclusivo y que solicitaría a la RAE
su asesoramiento, primero no di crédito. Podría darse la paradoja de que por
fin se reformara la Constitución, pero no para desatascar el tema catalán, ni
para eliminar la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión a la
Corona (art. 57), o suprimir la coletilla del artículo sobre la abolición de la
pena de muerte que dice salvo "lo que puedan disponer las leyes penales
militares para tiempos de guerra" (art. 15), o actualizar el artículo en
el que, al hablar del secreto de las comunicaciones, se menciona el telégrafo -hoy
que ya nadie manda telegramas- (art.18), o fulminar de la Carta Magna la
referencia al servicio militar obligatorio (art.30).
Y
supongo que ya que quieren hacer un lenguaje inclusivo, no será solo para
incluir a la mujer, sino también refinar la manera de denominar a los que llama
el texto ‘disminuidos’ (art.49) para que no chirríe tanto en estos tiempos de
personas con discapacidad o diversas capacidades. Y ya puestos, para que tenga
algún sentido eso de que todos somos iguales ante la ley, podían cargarse la
inmunidad de los diputados y senadores (art.71).
Pero
no, no ha mencionado nada de eso Carmen Calvo
quien, por otra parte, al comprobar lo poco receptivos que están en la RAE con
su propuesta, ya ha avisado: la revisión del lenguaje de la Constitución se
hará con o sin ellos. Pues que se vayan preparando quienes tengan que pelar
esta patata caliente. Por poner un ejemplo de la locura que será, basta elegir
el último artículo mencionado, el 71. Este artículo cuenta con cuatro puntos y
en cada uno de ellos se menciona a los Diputados y Senadores, imaginad lo que
puede ser el desdoble. “Los Diputados y Diputadas y los Senadores y Senadoras
gozarán de inviolabilidad… bla bla bla”. No digo más.
En
definitiva, creo que la lengua está viva y que va evolucionando a medida que
cambia y se desarrolla la sociedad que la emplea para comunicarse. Claro que
los textos legales deben emplear un lenguaje
no sexista que contemple y respete a todos, pero no creo que forzar porque
sí la simple incorporación de la versión femenina de las palabras neutras en la
Constitución o poblarla de expresiones genéricas del tipo ‘personas’,
‘ciudadanía’ o ‘población’ vaya a significar un cambio sustancial en nuestra
sociedad. Prefiero que llamemos a los cambios entre todos. Que por ejemplo, un
día, dejemos de asociar asistenta con chacha, porque en el sector del servicio
doméstico haya igualmente hombres y mujeres, y que la que colabora
estrechamente con un alto cargo pueda hacerse llamar asistenta sin correr el
riesgo de que la confundan. O que cuanto
antes dejen de tener connotaciones negativas los femeninos de palabras como
perro, zorro, cerdo...
Esto
por no mencionar que, hasta el momento, el Gobierno solo ha manifestado su
interés por visibilizar a las mujeres. Pero, ¿qué pasa con las personas transgénero,
género no binario o las que simplemente no se ven reflejadas en ninguna de
las definiciones -masculina y femenina-? Estas personas suelen reivindicar para ellas otro
género
neutro, el que simbólicamente aparece marcado por una ‘e’ al final de artículos,
sustantivos y adjetivos. Sí, esto también era nuevo para mí, pero como tengo
una hija a la que le fascina este tema tanto como para soltarte a bocajarro en
una conversación expresiones como
cisheteropatriarcado o heteronormativo, te das cuenta de que hoy las cosas ya
no se resumen en blanco y negro, masculino y femenino. Así que todo puede ser
todavía más complejo. Quizá Carmen Calvo debía plantearse antes de nada si
quiere abrir este melón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario