Ahora
que parece que los taxistas han enterrado el hacha de
guerra -al menos temporalmente- contra los vehículos de alquiler con conductor, los llamados VTC, me
gustaría contaros una historia que nada tiene que ver... O quizá sí.
Mi
padre tenía una droguería en Toro. Bueno, era droguería, perfumería, ferretería
y tienda de regalos. Le tocó hacerse cargo del negocio familiar cuando era un
adolescente. Mi abuelo murió de repente y como era el hijo mayor, no le quedó
otra que dejar los estudios y ponerse detrás del mostrador. En realidad él hubiera
preferido seguir formándose, estudiar una carrera, ver mundo, pero no pudo
elegir.
La
vida del comerciante autónomo no es fácil, tienes que vender mucho para que el
negocio resulte rentable, sobre todo cuando se trata de un pequeño
establecimiento como el de mi padre. En su caso, afortunadamente el local era
propio, así que solo se tenía que preocupar de las cotizaciones a la Seguridad
Social, el IVA y darnos de comer, eso sí, con la ayuda inestimable del sueldo
de mi madre.
En
la zona donde estaba situado el negocio había otras tres droguerías, así que la
competencia era feroz. Demasiada oferta para tan poca demanda. Pero no recuerdo
que mi padre pudiera o quisiera hacer algo más revolucionario para atraer y
fidelizar a la clientela que mostrarse como era, ofrecer producto de calidad, observar el movimiento en
las demás tiendas y echar un vistazo a sus escaparates de pasada para tantear sus ofertas.
Cuando
abrieron el primer supermercado en el pueblo, la tienda de mi padre lo notó. No se podía competir con sus precios, ni con
el atractivo de la novedad, ni con tener un amplio y moderno almacén con
estanterías llenas de todo y donde podías tocar, mirar y remirar sin que nadie
pareciera impacientarse.
Al
negocio de mi padre le hizo pupa el progreso, pero no se alió con el resto de
dueños de negocios tradicionales para ir a atacar el nuevo supermercado con la
clientela dentro. Ni se plantearon hacer huelga o, mejor dicho, un cierre
patronal para protestar por el descenso de ventas o el declive del comercio del
pueblo. Mi padre resistió, aguantó el tirón y mantuvo abierta su tienda hasta
que alcanzó la edad de jubilación. Ni se le pasó por la cabeza que alguna de
sus hijas continuara con el negocio familiar. Se las apañó para darnos una
carrera esperando que prosperáramos en otros oficios menos sacrificados, no en
aquel donde, tal como él lo conocía, sabía que no había futuro o si lo había
era muy negro.
Ya entonces se empezaba a hablar de la crisis del comercio tradicional y de que el sector debía reconvertirse y adaptarse a las nuevas reglas del juego si quería ser competitivo. Pero eso suponía invertir, arriesgar, y mi padre ni tenía alma de emprendedor ni estaba en esa guerra. Lo único que quería era perder de vista el mostrador. Hoy en día, casi cuarenta años después, no queda ninguna de las cuatro históricas droguerías que compartían la zona. La que domina el mercado en el barrio es una franquicia de una conocida cadena de perfumerías.
Y hasta aquí todo lo que voy a opinar sobre el conflicto del taxi.
Ya entonces se empezaba a hablar de la crisis del comercio tradicional y de que el sector debía reconvertirse y adaptarse a las nuevas reglas del juego si quería ser competitivo. Pero eso suponía invertir, arriesgar, y mi padre ni tenía alma de emprendedor ni estaba en esa guerra. Lo único que quería era perder de vista el mostrador. Hoy en día, casi cuarenta años después, no queda ninguna de las cuatro históricas droguerías que compartían la zona. La que domina el mercado en el barrio es una franquicia de una conocida cadena de perfumerías.
Y hasta aquí todo lo que voy a opinar sobre el conflicto del taxi.
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