Desde
que Rosa
Mª Mateo fue designada administradora única de RTVE, leo en redes sociales muestras
de hastío por los numerosos cambios y sustituciones que se están anunciando entre los profesionales de
primera línea en la Corporación. He encontrado casi tantos testimonios de
solidaridad con los caídos como de celebración por los relevos. Pero ciñámonos al
último cese conocido, el de Víctor
Arribas, que conducía el programa nocturno de información, análisis y tertulia La noche en 24 horas. Mientras unos medios resaltan que
fue un controvertido
fichaje, otros hacen hincapié en que su estilo le había granjeado una amplia legión de seguidores que se traducía en unos más que buenos datos de audiencia
y que, a pesar de todo, le han defenestrado.
Coincidí
con Víctor en la radio y creo que algo puedo opinar. Me parece un buen periodista,
un correcto profesional con tablas y mucha escuela. Es culto y, como punto
extra a su favor, le gusta el cine clásico. Además la cámara le mima. Es
atractivo y domina el medio televisivo, donde se ha ido curtiendo desde que
debutó en Telemadrid. Salvo que tiene sus ideas y las ha compartido
públicamente en su época de tertuliano (es lo que hace precisamente un
opinador: opinar), como editor no me parece especialmente tendencioso y quienes
denuncian algunos casos de manipulación en su programa, me parece que se la
cogen con papel de fumar. Puestos a sacar punta, cualquier periodista manipula
desde el momento que elige unos temas y no otros, un determinado orden de
presentación y unos tiempos para cada asunto. Por muy objetivo que pretenda
ser, el periodista es un ser humano, no un robot, tiene una ideología, una
forma de pensar que se va filtrando en su manera de transmitir lo que cuenta. Unos
disimulan más y otros ni lo intentan.
A pesar
de todo, creo que a Arribas no le habrá sorprendido la noticia. Estoy
convencida de que desde que Pedro Sánchez se estrenó como presidente, él sabía
que tenía las horas contadas. Es así de triste. Los sabía él y todos los que
como él desembarcaron en RTVE en la etapa en que gobernaba el PP, ya fuera como
fichaje estella o como parte de eso que algunos llamaban “redacción paralela”
donde, por cierto, conozco a algún otro profesional que, por haber aterrizado
vía dedazo político, sobrevive con dificultad en medio del entorno hostil que
es una redacción posicionada en contra y sin tener oportunidad de demostrar que
su valía estaba por encima del enchufe.
Quiero
recordar que ese mismo puesto lo ocupó Xabier
Fortes –tan profesional y atractivo como Arribas- en época de Zapatero. Fue retirado del espacio cuando pasó a gobernar el PP y decidieron poner en
su lugar a un hombre que -debieron pensar- se ajustaba más a la nueva línea
editorial, Sergio Martín, quien luego pasaría el testigo a Víctor.
Es
decir, cuando cambia el signo de los gobiernos (nacional o autonómico), los que
entran tienden a colocar a gente de su confianza al frente de las televisiones
públicas. Y esas personas, en un efecto dominó, suelen rodearse de otros afines.
Cuando pasa en los medios públicos lo llaman politización, sea cual sea el
partido que gobierne. Pero también ocurre en los medios de comunicación privados, donde esas prácticas
obedecen a intereses más crematísticos. Y pasa, por supuesto, en las empresas de cualquier
signo. Pasa en todas partes.
Durante
seis años estuve trabajando en un gabinete de prensa de un ayuntamiento. A los
dos años de empezar, hubo un cambio de alcalde, que no de partido, y
prescindieron del que era mi jefe para darle el puesto a otro periodista de la
confianza del regidor entrante. A mí me repescaron por tener a alguien
–digamos- que pudiera servir de enlace entre lo viejo y lo nuevo. Cuando ese segundo
alcalde concluyó su mandato y una serie de circustancias le impidieron seguir,
el nuevo primer edil entrante decidió no continuar con el gabinete de prensa
que existía e incorporar a otras personas a las que conocía y con las que había trabajado
previamente. En ningún momento se planteó si el personal que realizaba esas
funciones hasta entonces era bueno, malo o regular. Cortó por lo sano. Y yo me
quedé en la calle. Ni me pilló por sorpresa ni me sentí traicionada. La vida
del personal eventual tiene esas cosas. Tu nombramiento y cese van asociados al
del alcalde y están sujetos a algo tan arbitrario como un decreto que puede
decidir firmar el susodicho en cualquier momento. Ya me lo advirtieron cuando entré
en el maravilloso mundo del personal de confianza. Sabía a lo que me
arriesgaba.
De
modo que estoy curada de espanto. Ya no me escandaliza todo este cambio de
cromos. Los que mandan tratan de rodearse en su trabajo de amigos y
conocidos porque así se aseguran de que no les torpedearán. Todo lo contrario. Van a
cubrirles las espaldas. Desengañémonos, hay quien escoge lo malo conocido antes
que lo bueno por conocer para evitarse sorpresas. En muchos casos también hay que pagar favores o
proteger a quien un día te sirvió. En ocasiones todo se reduce a seguir
consignas o instrucciones de arriba. Otras veces te ciegan los prejuicios. O
simplemente todo se reduce a una cuestión de gustos.
A lo
largo de mi carrera, me han apeado de
dos programas de radio que dirigía y presentaba. Una vez fue aprovechando un
inoportuno embarazo que, por cierto, hoy se llama Bruno. En la otra simplemente
porque los directivos prefirieron apostar por alguien con más nombre y
recorrido. En ambos casos asumí que no había sido lo suficientemente buena para
conservar el puesto. Con el tiempo he domado a mi parte más autocrítica y he
entendido que no se le puede gustar a todo el mundo.
Resumiendo: Una pena lo de Víctor Arribas. Como también fue una pena en su día, hace seis
años, lo de Xabier Fortes. Ahora cambian las tornas y le toca a este último
volver a ser querido. Dirigirá Los Desayunos
de TVE, dejando fuera de juego al que hasta ahora conducía el espacio y que también había conseguido afianzarse y tener su público, Sergio
Martín. Y si en un año o dos cambia el color del gobierno, estoy segura de
que volverán a cambiar las caras, aunque sea un color nuevo. Todos quieren
tener el control sobre la radiotelevisión pública. Todos quieren saborear el
pirulí. Lo peor es que ya estamos acostumbrados. Lo hemos visto demasiadas
veces.
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