Veo que el Ayuntamiento de Valencia ha instalado ayer el primero de los 20 semáforos paritarios con que va a regular el tráfico en otros tantos puntos de la ciudad. Estos nuevos elementos de señalización disponen de una silueta femenina en el indicador para el peatón, una medida –dicen- a favor de la igualdad de género. De hecho este acto tan simbólico forma parte de los festejos organizados con motivo del Día Internacional de la Mujer en la capital del Turia.
Y yo me pregunto, ¿realmente existe alguien sobre la faz de la tierra, principalmente mujer, que se sienta discriminada porque en un semáforo no luzca en rojo y verde una silueta femenina? Es más, llamadme despistada, pero hasta ahora a mí el muñeco de los semáforos me parecía un monigote asexuado, vamos, que no lo veía como todo un hombre peatón. Y no sé las demás, en particular las valencianas, pero lo de incorporar una figura con falda no hace que yo me sienta más identificada, sobre todo porque no es una prenda que abunde en mi fondo de armario. Tampoco el color rosa, por cierto.
¡Por favor! La igualdad de género no es eso. La paridad, tampoco. La visibilidad femenina, mucho menos. Yo no quiero que las autoridades, sean municipales, autonómicas, nacionales, europeas o mundiales, se gasten el dinero de nuestros impuestos en semáforos mixtos; prefiero que esa partida presupuestaria la inviertan en políticas efectivas que favorezcan la contratación de trabajadoras, en eliminar la brecha salarial, en dar facilidades para el emprendimiento de las mujeres, en tratar de hacer compatibles los horarios de trabajo con los horarios escolares…
Otra cosa. Yo no quiero que los discursos de los políticos se alarguen artificialmente por culpa de esa manía políticamente correcta de mencionarles a ellos y a ellas, compañeros y compañeras, amigos y amigas. Como bien recuerda la RAE, este tipo de desdoblamientos indiscriminados son artificiosos y van contra el principio de economía del lenguaje. Además ese estilo tan forzado juega malas pasadas y alguna vez se cuela un palabro cuando uno se topa con un término que no admite cambio de sexo… No hace mucho teníamos que oír en el Congreso “aquellos jóvenes y aquellas jóvenas”. No descarto que alguien llegue a decir un día “estudiantas”. Ese bordear el ridículo me abochorna mucho más. A mí no me ofende si se utiliza el masculino como genérico, doy por hecho que también estamos incluidas como parte de la población. Lo que de verdad me ofende profundamente, y creo que es lo que hay que combatir, es que haya empresas con “compañeros y compañeras” donde ellos –los compañeros- ganan más que ellas –sus compañeras-, a pesar de realizar el mismo trabajo. Eso sí que me ofende. Y me preocupa que en las Universidades el 40% del profesorado lo compongan mujeres, que las catedráticas sean un 20% y solo exista una rectora en 50 centros públicos.
Y podría seguir, pero no es cuestión de pasarme el Día de la Mujer reivindicando... Prefiero terminar recomendando el programa de TV “La Sexta Columna” del viernes pasado, que mostró de manera ejemplar la cantidad de situaciones cotidianas en las que, casi sin reparar en ello, seguimos manteniendo actitudes machistas y perpetuando roles que no ayudan a la igualdad de género. La pedagogía para cambiar las cosas en el futuro nada tiene que ver con ataviar con una falda al monigote del semáforo. Y ahora, quien quiera celebrar, que celebre.
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