Estábamos
cenando mientras trataba de ver en Telemadrid la primera entrevista que
concedían a una televisión los candidatos del PP al Ayuntamiento y la Comunidad
de Madrid. Entre los entrevistadores estaba la periodista María Rey, una veterana que ha
dedicado casi toda su carrera a la cobertura de la información parlamentaria.
-¿Esta
es María Rey? –preguntó mi contrario-. Madre mía, cómo se estropean los
cuerpos -sentenció.
Naturalmente
salté como un resorte. Le llamé la atención. Le hice ver que ese comentario le había quedado un poco machirulo y que seguro que no lo utilizaría con un hombre, cosa que él
negó. Lo cierto es que del aspecto físico de los otros dos periodistas hombres no tuvo nada que opinar. Aunque no hubiera intencionalidad, sus palabras me chirriaron. Sobre todo porque no entró a valorar si la intervención de esa mujer estaba siendo o no
acertada durante la entrevista, sino que se quedó en la cáscara. Una periodista
que en su juventud le había atraído, ahora le parecía que estaba envejecida y,
por tanto, menos atractiva. Y, lo reconozco, me molestó porque esas palabras
que pronunció me tocaron la fibra sensible en lo personal. María Rey debe tener
un poco más de mi edad y a mí también se me nota el implacable paso del tiempo.
Entendí
entonces al polémico Yann Moix. Y con él, de rebote, a mi contrario. Hace unos pocos días este escritor francés de
50 años confesó en una entrevista
en Marie Claire que era incapaz de amar a una mujer de su edad. Para él
eran invisibles porque las consideraba viejas. Por supuesto se le tiraron
encima todas las féminas de 50 y más. Lo más suave que le dijeron es que era un
imbécil. Y analizándolo en frío he llegado a la conclusión de que han sido injustas con él.
El único pecado que ha cometido monsieur Moix es el de ser sincero. Ha
confesado en voz alta lo que piensa y, como él, piensan la mayoría de hombres y
mujeres del planeta. Donde esté un cuerpo joven que se quiten las carnes
flácidas, la piel descolgada, las arrugas y demás quebrantos de la edad. Estoy
convencida, mujeres heterosexuales que estáis ahora mismo leyendo, de que entre
un bombón de 30 y Yann Moix, un cincuentón más bien feúcho y algo repulsivo, todo sea dicho, seguro que no dudabais. Yo, desde luego, no lo
haría. Donde patina el pobre Yann es en lo de enamorarse. Eso resulta más peliagudo.
Desgraciadamente el corazón va por libre y uno no puede elegir de quién se
cuelga.
Así
que, mujeres de 50, desengañaos, asumidlo, afrontadlo. Somos sentimentalmente invisibles
para los hombres heterosexuales. Ya no protagonizamos los sueños eróticos de
nadie. Hemos dejado de ser ese oscuro objeto del deseo. Nadie suspira por
nuestros huesitos. Lo que me fastidia es que esta obsolescencia programada no
les afecte a ellos cuando rebasan la barrera de los 50. Los tíos siguen siendo
perfectamente visibles, incluso para nosotras mismas. Maduritos interesantes,
se denominan. Obsérvese la crueldad del equivalente femenino: cincuentonas
menopáusicas.
Como
no quiero que acabéis de leer este post con mal sabor de boca, os invito a que
le busquéis el lado positivo a este asunto, que lo tiene. Por ejemplo, dejar de
ser un reclamo sexual nos quita un peso de encima. Además, es un alivio
rebelarse contra la dictadura que, desde que nacemos, nos obliga a estar
siempre estupendas. Aunque la principal ventaja de esta invisibilidad
sobrevenida por la edad es que cuando alguien se nos acerque, nos elogie o quiera
compartir su tiempo (o algo más) con nosotras, no habrá duda de que lo hará
–por fin- por lo que somos, es decir, por el atractivo de vuestras neuronas. No
por una cara bonita, unas tetas bien puestas o un culo prieto. Al final, amigos
míos, el tiempo todo lo cura.
no puedo estar más de acuerdo
ResponderEliminarMe alegro de compartir punto de vista. Gracias!
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