Ya
estamos otra vez con el debate. De vez en cuando ocurre una desgracia que pone
en cuestión el papel que juegan los medios a la hora de informar sobre
determinadas noticias. La última vez coincidió con el asesinato del niño Gabriel
Cruz y ahora se reactiva la polémica con el desgraciado accidente
de Julen en Totalán
Programas
especiales en las cadenas de televisión; cámaras fijas enfocando día y noche el
punto de la montaña donde se apiñaban rescatistas y máquinas; conexiones
constantes en cada telediario; debates y elucubraciones sobre las
circunstancias del suceso; bulos
en las redes; imágenes de los sufridos padres; entrevistas con el vecino, el
alcalde, el primo…
Yo
misma, en el informativo matinal en el que trabajo, cada día desde que ocurrió
el suceso, he estado incluyendo entre las noticias más importantes de la
jornada un titular con la última hora del rescate, que solía ser que las
condiciones del terreno retrasaban los trabajos. O sea, nada. Pero
es que había un niño enterrado accidentalmente en un pozo y se estaba haciendo
todo lo humanamente posible para poder sacarlo de ahí y devolvérselo a sus
padres. Creo que en el fondo, en mi caso, silenciar las tareas suponía olvidar ese
trabajo contrarreloj, un extraordinario despliegue nunca visto y, sobre todo, el
tremendo drama que vivía esa familia. Cómo obviar algo tan terrible mientras el
operativo aún no había conseguido liberar el cuerpo del chaval.
El
último día, en las horas previas al hallazgo del cadáver, cuando todo el mundo
sabía que aún quedaba trabajo por hacer, se sucedían las conexiones con los
enviados especiales para seguir sin contar nada nuevo. Se daba la paradoja de que,
dependiendo del medio, quedaban más o menos centímetros para llegar hasta el
pequeño. Mientras, en el plató, los programas elucubraban sobre ingeniería
minera provocando situaciones hilarantes cuando el conductor o conductora,
obligado a rellenar minutos sobre el asunto para alimentar a la hambrienta audiencia,
soltaba alguna soberana gilipollez.
El
especial de Ana
Rosa Quintana en Telecinco con el seguimiento de las últimas horas del
rescate fue visto por más de 3 millones y medio de personas. Y eso que acabó
antes de que la Brigada de Salvamento Minero hubiera concluido su misión. Aún
así casi 12 millones de espectadores conectaron en algún momento con la
emisión. Sí, es mucha gente, pero no perdamos la perspectiva, no nos volvamos
locos, este país tiene 46 millones y medio de habitantes. Además, resulta
difícil evadirse de la situación cuando en todas o casi todas las cadenas por
las que te lleva el zapping te encuentras exactamente lo mismo.
Que
ha sido excesiva la cobertura y excesivo el despliegue está claro, pero es que la
historia tenía los ingredientes perfectos para apelar al corazón de la
audiencia y atraer lectores/espectadores/oyentes: un drama, un niño, una
familia marcada por el puñetero destino o por la mala suerte, el misterio…
Ningún medio desaprovecharía esta ocasión.
A
nadie le pilla por sorpresa que esa masa aletargada que llamamos audiencia, que
marca el share y que decide lo que funciona y lo que no en televisión, se
alimenta de productos de fácil digestión, que le hagan pensar lo justo y que
apelen a sus instintos primarios, es decir, que le despierten tristeza, risa,
compasión, ira, solidaridad, empatía. La desgracia ajena también atrae mucho a
los consumidores de televisión, porque les consuela de sus propias miserias. Quizá
ni tu ni yo pertenezcamos a esa masa uniforme, pero es inevitable que el
torbellino nos arrastre.
¿Era
información de servicio público? NO ¿Era necesario dedicarle tantos minutos? NO
¿Dependía de ese impresionante despliegue el sacrosanto derecho a la
información de la ciudadanía? NO. Humildemente pienso que mostrar imágenes del
tanatorio o del entierro del niño no es necesario ni aporta nada
informativamente hablando. Pero, por lo visto, millones de personas no piensan
lo mismo. Luego en este negocio de la televisión, la que está equivocada debo
ser yo. Ahora bien, entiendo perfectamente que los responsables de un programa o
una cadena den cobertura a aquellos temas con los que comprueban que los
audímetros se disparan. No hacerlo iría en contra del propio negocio. Otra cosa
es la manera de enfocarlos.
Los
medios que han explotado este suceso han logrado datos de audiencia casi nunca
vistos con su correspondiente ingreso en caja. Si hubieran tenido acceso a una
imagen del interior de la cavidad donde trabajaban los mineros para poder mostrar
a su público los últimos centímetros del rescate, no me extrañaría que alguno
la hubiera mostrado en prime time, pixelando lo que hubiera que pixelar… para
que nadie puediera acusarles de no tener corazón.
La
cobertura del caso Julen podría haberse hecho de otra manera. Los medios podían
haberse limitado a informar puntualmente en sus informativos y solo cuando
realmente había algo que decir. Podían haberse evitado los programas especiales
de relleno. Los grupos de comunicación podrían renunciar a ganar dinero con una
desgracia así. Podrían intentar educar a la audiencia sobre lo que debe o no
debe consumir, lo que es información y lo que es show. Incluso hacer reflexionar
a los espectadores sobre lo poco edificante que resulta admirar un espectáculo
construído sobre la desgracia ajena. Pero es que el televidente quiere eso y
eso es lo que le dan las cadenas. Mira a tu alrededor. Analiza cuántos de los
que te rodean a lo largo de estos últimos días han sacado el tema de Julen, han
compartido bulos, te han transmitido sus teorías, te han comentado lo que han oído
en la tele sobre el caso, han rastreado las redes en busca de novedades… Es
inútil. El ser humano lleva la curiosidad morbosa en el ADN.
No
quiero terminar sin dejar constancia de que este fenómeno no es exclusivo de la
televisión. El día en que los equipos de rescate lograron acceder al cuerpo de
Julen estas eran las noticias más vistas en la edición digital del periódico ABC, en El País y en La Vanguardia, por poner un
puñado de ejemplos. Todo sobre lo mismo. Me consuela ver que en El Mundo hay
otra noticia que parece haber interesado más. Y es de política. Pero es que
Alfonso Guerra es mucho Alfonso Guerra.
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