Existe
una nueva tendencia pedagógica, defendida incluso por la propia ministra de
Educación, que sostiene que hay que proteger la autoestima de los chavales por
encima de cualquier otra cosa. De hecho la reforma de la Ley
educativa en la que trabaja el Gobierno contempla, por ejemplo, dar todas
las facilidades posibles a los estudiantes de Bachillerato para que terminen
esa etapa, incluso dejarles avanzar al siguiente curso con asignaturas
suspensas y ampliando el tiempo en el que pueden completar esta formación.
Alega Isabel Celaá que repetir puede rebajar la autoestima y ese es el peor
castigo que puede recibir nadie.
En
línea con esta era de sobreprotección de los menores, leo en una información
que empieza a imponerse, en algunos centros escolares de este nuestro 'primer mundo', la costumbre de no decir
las notas en voz alta ante los alumnos ni publicarlas en ningún lugar visible,
de manera que no se pueda estigmatizar a los que suspenden ni, por extensión,
tampoco felicitar u odiar a los brillantes. No acaba ahí la moda de algodonar a
nuestros retoños. Algunas competiciones de deporte base, en particular
baloncesto, establecen que a partir de 50 puntos marcados por el equipo
ganador, el tanteo queda congelado. De esta manera el equipo perdedor no se
desmotiva con una diferencia de
puntuación demasiado abultada. La Federación Andaluza ha ido más allá y se ha
inventado la iniciativa ‘Valorcesto’
que, entre otros muy buenos propósitos, elimina directamente el marcador, para
que los críos solo disfruten participando, no tratando de ganar al contrincante.
Resumiendo:
A tomar vientos la competitividad, una capacidad inherente al ser humano que desarrollada
de manera sana, puede ser muy constructiva. Nadie ha pensado que quizá, en el
deporte, lo mejor sería no mezclar en el mismo grupo equipos de distinto nivel,
para que todos compitieran en igualdad de condiciones. O, en el caso de las
notas ocultas en los colegios, quizá el mejor favor que se les puede hacer a
quienes suspenden es dedicarles tiempo y atención.
No
sé si al preocuparnos tanto por el ánimo de nuestros niños les estaremos
haciendo un flaco favor de cara a su etapa adulta. Sospecho que este exceso de
celo les marcará negativamente cuando tengan que enfrentarse al mundo real.
Resulta
curioso que lo que antes nos curtía de chavales, ahora está considerado
políticamente incorrecto además de anticuado. Lo que antes estimulaba nuestro
aprendizaje, ahora no está pedagógicamente aceptado. Ha evolucionado la manera
de aprender, de educar, de jugar, de relacionarnos con los niños. Y aquí es
donde quería llegar. Ahora la consigna es protegerles. No queremos que sufran, por
favor, que no se traumaticen, que nada pueda afectar a su autoestima.
De este
modo, hay padres que les
dan lo que les pidan: un móvil de 800 euros, anoraks que cuestan más que el
sueldo mínimo interprofesional de Venezuela, entradas de reventa para
conciertos o para el fútbol, 20 euros para que se vayan a comer a un restaurante con sus
amigos… Lo curioso es que luego esos mismos padres, en su vida cotidiana, no les
ahorran sus neuras. Al contrario, les torturan a conciencia con sus miserias laborales. Les hacen espectadores
forzosos de sus discusiones de pareja. Desde el asiento de atrás del coche,
esos menores asisten sin querer a la terrible visión de su padre transformado
en un energúmeno en cuanto coge el volante. Progenitores que emplean palabras malsonantes,
jerga soez y lenguaje faltón en presencia de sus adorados vástagos, dándoles un
ejemplo poco edificante. Adultos ‘políticamente hiperexcitados’ que adoctrinan a
sus hijos durante la cena con mensajes ideológicos que van calando en su
cerebro aún en proceso de maduración. Que si Franco, que si Vox, que si el
PSOE, que si el PP, que si Ciudadanos, que si la bandera, que si feminazis, que
si fascistas, que si podemitas, que si independentistas, que si izquierda, que
si derecha, que si pitos, que si flautas… Os aseguro que así les hacemos más daño que
borrando notas o marcadores. Porque luego llegan a clase, con gran autoestima, eso sí, y reproducen la misma
crispación del mundo exterior pero a escala 'teenager'. Y la política agitada con
la revolución hormonal y la creencia de ser el ombligo del mundo sí que es una buena bomba de relojería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario