La
última vez que publiqué algo en este blog fue el 10 de febrero. De esto hace ya
casi dos semanas. La vida avanza más rápido que yo. Se me escapan los días. No tengo tiempo de
nada. Mejor dicho, solo tengo tiempo de hacer lo que se espera de mí, lo que se
me exige. Básicamente mi día a día se resume en trabajar, dormir, comer,
atender obligaciones domésticas y poco más.
Pensemos,
por ejemplo, en un miércoles cualquiera.
Entro a trabajar a las dos de la madrugada y termino mi jornada a las nueve de
la mañana. Luego llego a mi casa y me meto en la cama a dormir. En el mejor de
los casos me despierto sobre las 5 de la tarde. Desayuno/como –y doy gracias por
encontrarme la comida hecha-, recojo la cocina, lleno o vacío un lavavajillas, ordeno
la habitación y me preparo para hacer algo de ejercicio para compensar que en
mi trabajo paso mucho tiempo sentada. A eso de las siete estoy de vuelta. Me
ducho y atiendo asuntos de intendencia. Quizá tengo que hacer de taxista para
alguno de mis hijos, echarles una mano con temas de clase, tender una lavadora
o doblar la ropa seca, acercarme al supermercado para comprar algo de última
hora o barrer un pasillo lleno de pelusas. Sin saber cómo se acerca la hora del
telediario. Me conviene verlo para saber qué ha pasado en mi desconexión del
mundo durante el sueño matutino. Tengo ya alguna idea previa, porque mientras
me alimento o camino escucho la radio, además de ojear Twitter y leer los 200 mensajes
del grupo de Whastapp del trabajo. De repente llega la hora de preparar la cena
y sentarse a tomarla en familia. Entre diez y media y once, después de
recogerlo todo y discutir con mis hijos para que dejen de dar por saco y se
vayan a dormir, por fin me puedo dedicar a revisar los correos electrónicos que
me han llegado y a consultar las ediciones digitales de los periódicos.
Compruebo si hay algo en la tele que merezca la pena y lo veo mientras retomo
algo pendiente. Por ejemplo, recopilo tickets de compras para calcular los
gastos mensuales, anuncio en Wallapop alguna cosa olvidada por todos y que está
ocupando sitio inútilmente en casa, termino los deberes de inglés, alimento mis
redes sociales, trato de limpiar de basura mi correo electrónico, borro fotos
del móvil para que no me pete y poco más. Con suerte, un día me da tiempo a
ver un capítulo de alguna serie. A veces el cuerpo me pide echar una cabezada
de media hora antes de la 1, momento en el que debo ir pensando en empaquetar
un tentempié y preparar un termo con café, para aguantar despierta toda la
noche. Después me visto, me preparo y me voy a la radio.
Así,
a lo tonto, en un abrir y cerrar de ojos, han pasado 24 horas. Necesitaría que
el día tuviera un par de horas más para poder escribir puntualmente en este
blog. De otro modo, debería renunciar a dormir o caminar, y emplear esos
minutos en ello. Aunque no sé por qué me da que ese tiempo extra que le robaría
al sueño o el ejercicio terminaría dedicándoselo a mis hijos de una u otra
manera, discutiendo probablemente. Por no mencionar que hacer coincidir el
momento libre con la inspiración resulta más complicado de lo que parece.
Me
pregunto cómo lo hace la gente que escribe a diario, cómo se las apañan, de
dónde sacan el tiempo. ¿Tienen hijos? ¿Limpian su casa? ¿Preparan la cena y
recogen la cocina? ¿Ponen lavadoras, tienden la ropa mojada y la retiran cuando
está seca? Y no me refiero a la gente cuyo trabajo es precisamente ese y, por
tanto, consagran su vida a escribir. Sino a aquellas personas que escriben por
afición, mantienen un blog como este o realizan colaboraciones. Quiero
imaginarlas como yo, sentadas a punto de teclear la primera frase de una nueva
historia y viéndose obligadas a abortar el intento porque su hija pide que le
hagan unas trenzas o porque su hijo no encuentra una camiseta o porque oyen a su pareja bufar desde la cocina cuando se encuentra el lavavajillas lleno o el tendedero sin recoger. Y que
conste que no estoy recriminándole nada a nadie. Solo envidiando a quienes saben
organizarse. Yo para eso, visto lo visto, no estoy dotada. Pero no tiro la toalla. Seguiré intentándolo.
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