El
actor Liberto
Rabal, hijo del director de cine Benito Rabal, sobrino de la también actriz
y cantante Teresa Rabal y nieto de los grandes intérpretes Paco Rabal y la
recientemente fallecida Asunción Balaguer, se ha convertido involuntariamente
en noticia hace unos días porque el periódico El Mundo ha considerado de interés para sus lectores divulgar cómo
se gana la vida actualmente el pequeño de esta saga artística. El titular mencionaba la palabra ocaso, no sin cierto regodeo, para definir la nueva situación laboral
del actor, reconvertido en vendedor en una tienda de una conocida cadena de
muebles sueca. Quien redacta la noticia considera que vender mobiliario escandinavo con nombres imposibles debe ser terrible para quien parecía que se iba a comer el mundo después de ser nominado a los Premios Goya como mejor actor
revelación por su interpretación en Tranvía a la Malvarrosa y haber trabajado con Pedro Almodóvar en Carne Trémula. Es chocante el sentido negativo con que solemos emplear metafóricamente el término ocaso y la expresión estrella fugaz, cuando en su acepción más literal se refieren a dos bellísimos espectáculos de la naturaleza.
El
texto divaga sobre los motivos que han podido alejar de los focos a Liberto y, por
tanto, acercarle a su decadencia, pero sin aportar datos de peso o testimonios
contrastados. Digo yo que ya que tiene la desfachatez de convertir en noticia
algo así, el autor podía haber tenido el cuajo de atreverse a aproximarse al protagonista de
la noticia e interrogarle sobre las verdaderas causas que le han llevado a
terminar vendiendo muebles y artículos de decoración en una tienda Ikea. Quizá
simplemente es la mejor manera que ha encontrado para sobrevivir.
En
un país con una tasa de paro del 14% y un mercado
laboral caracterizado por la precariedad y una tasa de temporalidad a la cabeza de Europa, tened presente que encontrar trabajo en el mundo de la
interpretación no debe ser tampoco una tarea sencilla. Probablemente haya
muchos actores o actrices que envidien la seguridad que le da a este padre de familia su
nómina mensual, su horario y su estabilidad, un lujo asiático comparado con la
presión de tratar de demostrar en cada casting lo que sabes hacer, la
incertidumbre de si te volverán a llamar para otra película o la inquietud por si tu personaje en la serie de moda no llega a la segunda temporada y tampoco tú
a fin de mes.
Liberto
Rabal no es el primero ni será el último personaje
del cine español que baja del pedestal del estrellato. También fuera de
España encontramos numerosos ejemplos, conocidos y no tanto, de artistas
que cambiaron la cámara por ocupaciones menos glamurosas movidos por
distintas razones.
Y no
hay que ceñirse exclusivamente al cine.
Ocurre en cualquier ámbito. Según un
estudio realizado hace unos años, el 36% de los trabajadores ejerce una
profesión que no tiene nada que ver con su formación. Conozco a periodistas que
un día, hartos de horarios infernales, sueldos precarios y oportunidades
escasas, se prepararon unas oposiciones y se reciclaron en funcionarios o
aceptaron una oferta laboral, que comenzó siendo temporal y se convirtió en definitiva,
para pagar sus deudas. Así que no es raro encontrarse profesores,
administrativos o dependientes con su título de Ciencias de la Información
enrollado en el altillo de un armario.
Lo
de perseguir los sueños no siempre tiene un final feliz o, mejor dicho, el
final previsto. Es más, siento comunicaros que lo común es que nos pasemos la
vida deseando que ocurra algo que nunca ocurre, por mucho que nos enfoquemos en
ello con todo nuestro empeño. Para que la frustración sea más llevadera, de vez
en cuando conocemos casos que nos animan a seguir intentándolo. Como el del director
de cine sevillano Paco
Cabezas, que acaba de estrenar su última película Adiós, rodada en su barrio de las Tres Mil Viviendas, uno de sus
sueños. Hace unos años sus ingresos procedían de cantar en el metro y trabajar
en un videoclub. Entonces se dio un plazo de doce meses para poder trabajar en el
cine con la promesa de que si no lo conseguía, abandonaría. Hoy se lo rifan en
Hollywood. Su plazo no expiró. Consiguió lo que se proponía. Pero, a cuántos no
les sucede lo mismo.
Yo
misma me he obcecado en conseguir ‘reinsertarme’ en la radio a pesar de lo
complicado de la situación en este medio y mis escasas posibilidades. También
me he puesto un plazo. Seis meses. Si en ese tiempo no lo consigo, rebajaré mis
pretensiones y abriré el abanico. Quizá termine ganándome la vida como teleoperadora,
reponedora en un supermercado o recepcionista, y dedique mi tiempo de ocio a lo
que realmente me hace feliz, que es eso de contar historias. ¿Dirán quienes me
conocen que ha llegado mi ocaso, mi decadencia? ¿Habré fracasado? Pues según se
mire. He visto gente que habiendo triunfado -teóricamente- en lo suyo parece profundamente infeliz. A veces el éxito
no da la felicidad.
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