Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

martes, 3 de diciembre de 2019

Lo que cuesta ser ecologista

Mi familia y yo estábamos pensando en repetir la experiencia de celebrar el fin de año fuera de España. Dimos la bienvenida al 2019 en Berlín. Esta vez barajábamos elegir Londres, más que nada por hacer la escapada antes del Brexit y aprovechar que todavía podemos viajar allí con el DNI como única documentación. Inspirada por la celebración de la Cumbre del Clima en Madrid, he tratado de comprobar si, emulando a la pequeña activista Greta Thumberg, seríamos capaces de desplazarnos a la capital británica en un medio de transporte alternativo al avión que, aunque es el más rápido, cómodo y barato, también resulta el más contaminante.

Greta ya ha demostrado que el océano no es un obstáculo, tampoco en nuestro caso. De hecho tenemos dos maneras de salvarlo: en tren vía París y en barco desde Bilbao.

En el primer caso, para llegar a la capital francesa he descartado el autobús, porque es diésel y poco eco-friendly. Y eso que el precio no estaba mal. Un viaje de 21 horas entre Madrid y París salía a 90 euros por persona, ida y vuelta. En cualquier caso, la opción más aceptable y sostenible es el tren de alta velocidad en dos tramos: Madrid-Barcelona-París. El tiempo total de ambos trayectos es de entre 10 y 11 horas y cuesta unos 480 euros (i/v). Una vez en la capital francesa, a la mañana siguiente tomaríamos el tren Eurostar, que en dos horas y cuarto nos lleva hasta Londres por debajo del agua del Canal de la Mancha por el módico precio de 250 euros (i/v). Total, llegar a Londres en tren por Francia nos costaría 730 euros por persona y tardaríamos un día.

Veamos ahora en barco. En primer lugar deberíamos trasladarnos hasta Bilbao para embarcar en el ferry que nos llevaría a Portsmouth, al sur del país. Tenemos un tren desde Madrid que en 5 horas llega a Bilbao por 76 euros (i/v). Después pasaríamos casi un día completo de travesía hasta alcanzar el puerto inglés, un trayecto por el que abonaríamos 838 euros (i/v). Para completar la excursión nos quedarían dos horas más en tren a Londres por unos míseros 28 euros (i/v). Sumando todo, sin contar las esperas entre la llegada y salida del siguiente transporte, 31 horas de viaje en las que se esfumarían 942 euros.

Como viajaríamos cuatro personas, la solución en tren nos costaría 2.920 euros y en barco, 3.768 euros, a lo que habría que sumar la estancia y la comida. Cualquiera de las dos opciones se nos va un poquito de precio para cuatro días. El plan es medioambientalmente muy sostenible, pero económicamente insostenible, al menos para nuestra familia. Y más cuando encuentras billetes de avión a Londres por 137 euros (i/v) y sabes que en solo dos horas y media habrías llegado a tu destino. Conclusión: si perteneces a la clase obrera y en fin de año quieres ser tan respetuoso con el medio ambiente como Greta, te tienes que conformar con comer las uvas en casa y renunciar a ver mundo.

Sí, amigos, estar concienciado medioambientalmente cuesta esfuerzo, tiempo y dinero. Para ser un activista, como Greta Thumberg, hay que empezar por pedirse un año sabático o tener una posición que te permita no trabajar, porque la gente normal, el currito de a pie que tiene un empleo, dispone de unos días libres muy limitados. Una escapada no se puede convertir en un periplo interminable. Por no mencionar el importante desembolso que supone tratar de reducir el impacto de tu huella en el planeta si no cuentas con el soporte de mecenas que se sumen a tu causa.

Yendo al caso de la joven activista sueca Greta Thumberg, se la esperaba el miércoles en Madrid después de cruzar el Atlántico y llegar a Lisboa en el catamarán de una pareja de aventureros youtubers australianos que se dedican a recorrer el mundo en su velero, como cantaba Perales. Finalmente no utilizará el coche eléctrico ofrecido por la Junta de Extremadura, una oferta que chocó a muchos dada la escasez de puntos de recarga en el recorrido. Además, las organizaciones medioambientales le habían pedido a Greta que rechazara ese vehículo dado que emplea baterías de litio, elemento que la Junta proyecta producir en una mina en Cáceres cuya puesta en marcha creen que destruirá su pulmón verde. En todo caso, parece que el tren ha sido la opción elegida por Greta, a la que alguien le ha debido asesorar sobre los riesgos que correría pasando por la región con el tren más obsoleto de España. Por eso parece que se habría inclinado por la opción menos mala, el Trenhotel nocturno Lusitania, que sumaría diez horas más de viaje a las casi cuatro semanas que lleva camino de Madrid, pero que bordea Extremadura por el norte, evitando una red ferroviaria más que deficiente. Eso sí, un tramo del itinerario no está electrificado, así que la máquina debe tirar del diesel. Si Greta se entera se llevará un disgusto.


“No soy Greta pero quiero a mi planeta” reza esta pancarta que hay a la entrada del instituto de mis hijos, un lema con el que me identifico plenamente. A mí también me preocupa el cambio climático y creo que estoy bastante concienciada con el cuidado del medio ambiente. Dentro de mis posibilidades, contribuyo a contaminar lo mínimo. En casa reciclamos, aunque ya no nos quede espacio para poner más cubos que nos permitan separar los múltiples residuos, orgánico, envases, vidrio y papel. Así que me molesta que en el supermercado se empeñen en plastificar hasta las acelgas. También me envenena la obsolescencia programada que contribuye a hacernos acumular aparatos electrónicos inútiles que terminan en el punto limpio. Vamos coleccionando pilas gastadas y de vez en cuando las llevamos al depósito. Igual que las botellas que llenamos con el aceite de cocina usado. En el tema de la ropa tengo suerte de no ser una fashion victim; de hecho me dura años, reutilizo la que ya no quiere mi hermana, revendo en Wallapop y echo al contenedor. Viajo en transporte público a Madrid y solo utilizo el coche para moverme por mi zona cuando es estrictamente necesario. Me gustaría conducir un Tesla o cualquier otro coche eléctrico, pero todavía me resultan caros. También procuro ser consumidora consciente, elegir en función de lo que leo en carteles y etiquetas, comprar productos de temporada y reducir la ingesta de aquellos que son menos sostenibles, aunque debo confesar que sigo disfrutando cuando me llevo a la boca dos alimentos con muy mala prensa entre los activistas: la carne de ternera y el aguacate. Cuando me dicen que tengo que renegar de ellos, además de los aviones, es cuando más me cuesta ser ecologista.

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