De
la suspensión del partido de Segunda División Rayo-Albacete
por los gritos de “Puto nazi” proferidos contra el jugador ucraniano Zozulya por una parte de los hinchas rayistas, conocidos como Bukaneros,
lo que más me descoloca es que hasta ahora el emplazamiento natural de los ultras
siempre había sido la grada, no el césped.
No
voy a profundizar en si realmente el jugador del Albacete Balompié profesa o es
simpatizante de una ideología tan dañina para la historia de la humanidad como
el nazismo. Entre otras cosas porque todavía no le he escuchado dando su
versión sobre la polémica que le rodea (*) y solo tengo para juzgar las
declaraciones de su agente
negándolo todo y hablando de manipulación. Además, en la trastienda de esta
historia se encuentran las complicadas relaciones entre Rusia
y Ucrania, que están demasiado maleadas por la
desinformación como para que un profano se arriesgue a pontificar sobre nacionalismos
y geopolítica.
Prefiero
volver a las gradas de los estadios patrios, donde durante años han florecido
entre el público futbolero los ultras, unos radicales que viven los partidos como
si les fuera la vida en ello, que no controlan en absoluto sus impulsos, ni toleran
la frustración, y que vomitan basura a gritos presumiendo de su capacidad para
militar en los peores ‘ismos’: fascismo, supremacismo, racismo, machismo,
homofobia e intolerancia. Da igual que carguen a la derecha o a la izquierda
con su radicalidad. Aunque ahora seamos menos permisivos o esté peor visto, a
nadie le sorprende en un campo de fútbol que los más forofos maldigan al
árbitro, a los jugadores visitantes y, si se tercia, hasta a los propios. Y
nunca pasa nada.
Recordaréis
cuando en 2012 a Dani
Alves le tiraron un plátano en el momento en que iba a lanzar un córner durante
un partido del Barça en Villarreal, una sutil indirecta para llamarle mono.
Para sorpresa de todos, lo cogió, se lo comió y luego hizo el saque de esquina.
A Neymar, cuando era azulgrana, lo que le cayó en el campo del Español fue la
piel de un plátano, amén del chaparrón de cánticos cuya letra digamos que no le
elogiaba precisamente. También en su etapa blaugrana el camerunés Samuel Eto’o solía
ser el blanco de los insultos racistas de algunos seguidores descerebrados del
equipo contrario, hasta el punto de que una vez en Zaragoza casi pierde la paciencia
y abandona el campo. Al equipo maño le cayó una multa por no impedir que su
afición le llamara “Negro de mierda”. Otro que sabe lo que es que le califiquen
de “Mono” con todas las letras o a base de gruñidos imitando a un chimpancé es
el jugador brasileño Marcelo, del Real Madrid. A futbolistas, como Cristianto
Ronaldo o Guti, les han pretendido insultar en muchos estadios al
grito de “Maricón”, mientras que, más recientemente, a Griezmann
le desearon la muerte en su regreso al estadio del que fuera su equipo
anterior. Rizando el rizo, también se han dado casos en los que, en vez de
meterse con el futbolista, insultan a su exnovia, como ocurrió con Rubén
Castro, cuando se vio inmerso en un proceso judicial por una denuncia de
malos tratos y los ultras béticos se posicionaron a su favor coreando cánticos
en los que tildaban de “Puta” a la denunciante.
En
ninguno de estos casos los árbitros se atrevieron a suspender los partidos o no
vieron la necesidad. Tampoco han llegado a ser interrumpidos los encuentros del
Alma de África,
de Jerez, un equipo formado por inmigrantes africanos que juega en
la segunda regional andaluza y dicen que es el más insultado de toda España. “Muerto
de hambre” o “Sin Papeles” son algunas de las perlas que escuchan los fines de
semana cuando van a rematar.
Si
se siguiera escrupulosamente el protocolo
de actuaciones contra la intolerancia en el fútbol del Consejo Superior de Deportes, como hizo el
árbitro del Rayo-Albacete, o los actuales reglamentos
disciplinarios de la UEFA y la FIFA, endurecidos para frenar las conductas discriminatorias,
ningún partido llegaría al minuto 90.
En
el encuentro suspendido en Vallecas había un jugador
de fútbol ucraniano, marcado por la historia reciente de su país, intentando
hacer su trabajo para el equipo español que le ha contratado, mientras un grupo
que se autodenomina anarquista, con una trayectoria vital que le da escasas posibilidades de ganar el Premio Nobel de la Paz, le
insultaba a voces. Díganme quién les asusta más en esta escena.
(*) Declaraciones de Zozulya días después de que fuera escrito este post.
(*) Declaraciones de Zozulya días después de que fuera escrito este post.
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