Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

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martes, 13 de agosto de 2024

Estrés una vez al año no hace daño

Admitámoslo. Con los años se pierde espíritu aventurero y se gana prudencia. Crecen los temores y se reduce la espontaneidad. Empiezas a ver peligros en los que antes ni reparabas, quizá porque caes en la cuenta de que ya estás jugando la segunda mitad del partido y entiendes que cada vez te queda menos tiempo, así que no te puedes permitir el lujo de andar arriesgándolo. He llegado a esta conclusión en cuanto me he animado a organizar una escapada para conocer algún lugar en el extranjero aprovechando las vacaciones.

Cuando era más joven, la cercanía de un viaje fuera de España me emocionaba. Los preparativos, la maleta, el vuelo… todo me excitaba. Sentía mariposas en el estómago que se iban disipando una vez llegaba a mi destino, donde los nervios se convertían en pura ansia de conocerlo todo. Ahora, viajar no me excita. Me estresa, señal inequívoca de que he envejecido.



Antes, viajar a un país con otra moneda no me suponía ninguna preocupación. Es más, disfrutaba manejando billetes extraños e incluso conservaba de recuerdo la calderilla. Ahora, me he acostumbrado al euro y no puedo evitar pensar en los sablazos a comisiones que me darán los bancos por el cambio de divisa.

Antes no me agobiaban en exceso los gastos. O al menos no lo recuerdo. Imagino que eran otros tiempos en los que trabajaba para mi única subsistencia, así que cuando daba el paso de planear una aventura, lo hacía con todas las consecuencias, segura de que iba a ser la paga extra mejor empleada. Ahora intento autoconvencerme de que me merezco un viaje, que no he hecho nada extraordinario durante todo el año, que la vida son dos días y que, por un exceso puntual, a mis hijos no va a faltarles el sustento. Y casi me lo creo, si no fuera porque algo dentro de mí me recuerda machaconamente lo caro que es todo y que mi nómina va a quedarse corta para pagar la factura por cinco días de excursión a uno de los países más caros del planeta.

Antes, nunca me preocupaba de contratar ningún seguro de viaje específico. Al menos no lo recuerdo. Imagino que no pasaba por mi cabeza que pudiera sufrir un accidente o que, por mala pata, necesitara atención sanitaria e incluso repatriación. Ahora ando loca buscando la mejor cobertura calidad-precio en previsión del sablazo que supondría el copago por cualquier contingencia a pesar de disponer de la tarjeta sanitaria europea.

Antes, no había internet. Así que me informaba sobre el destino a través de las clásicas guías y me orientaba sobre el terreno con planos en papel. En cuanto a horarios, direcciones y lugares de interés, los consultaba con recepcionistas de hoteles, camareros de bares o cualquiera con el que me cruzara. Ahora, estoy tan acostumbrada a navegar con el móvil, incluso en países de la UE gracias al roaming, que me maldigo por no haber averiguado antes si en este destino podría utilizar mi teléfono con normalidad. El caso es que no, de modo que me tocará buscar una eSIM para poder tener datos en el extranjero. Entre otras cosas porque me preocupa también disponer del traductor para descifrar mensajes en idiomas que no hablo, como el francés o el alemán, y hacerme entender, algo que antes, como mi poca vergüenza nunca fue un problema.

Antes, hacer la maleta para un viaje no me llevaba más de cinco minutos. Ahora, me enfrento desquiciada al reto de sacar el máximo partido a una maleta de cabina, sabiendo además que la meteorología puede ser cambiante en este destino y voy a tener que empaquetar mucho ‘porsi’.

Antes, la alimentación en mi destino no era una prioridad. Me adaptaba a las circunstancias, y si había que comer de bocadillo o renunciar a alguna cena, no representaba un problema. Ahora viajo con una persona que sufre una intolerancia alimentaria, lo que reduce las posibilidades y condiciona la oferta culinaria. Además, a estas alturas de la vida, una ya no se come cualquier cosa.

Todo esto sin mencionar el miedo a volar, las dudas sobre la conveniencia o no de movernos en un coche de alquiler, el mal de altura si nos animamos a subir alguna montaña, los usos y costumbre locales… Ya sé lo que estáis pensando. Que me quede en casa y asunto resuelto. Ni de coña. Un poco de estrés no le hace daño a nadie.

domingo, 4 de agosto de 2019

Yo también estoy contribuyendo a la turistificación

La Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona ha lanzado una campaña para reducir la masificación de turistas en la ciudad, lo que llaman turistificación. Se les ha ocurrido preparar unos panfletos que reparten por zonas muy frecuentadas en los que les piden a los turistas que, cuando regresen a sus países, no cuenten a nadie que han estado en Barcelona, que guarden el secreto de los tesoros que han contemplado.



La iniciativa, por lo naif, despierta en mí cierta ternura, aunque en otros lo que provoca es pitorreo, sobre todo por el vídeo que ha circulado y se ha hecho viral en el que aparece la presidenta de la Federación intentando argumentar su postura.

                   
Lo siento, pero me cuesta mucho no hablar bien de Barcelona y recomendarle a cualquiera que visite la ciudad. Es más, lo siento, pero en cuanto tenga oportunidad volveré a visitarla. Y lo siento por los vecinos de la ciudad a los que les estorbe mi presencia. Trataré de pasar más desapercibida. 

Ya he escrito otras veces en este blog sobre los problemas del turismo. Es un negocio que tiene tantos beneficios como efectos secundarios perniciosos. Hay un turismo que contamina, molesta, degrada… Va con la manera de ser y la educación de la gente. No hay más que ver por las costas -y también el interior-las hordas de borrachos ingleses, alemanes -y también españoles- dando la nota. Así que es lógico que los residentes habituales de los llamados puntos de interés, aquellos lugares que la gente desea visitar, se sientan en muchos casos invadidos.

Me quedó claro hace algunos días cuando visité Mallorca por primera vez y viví algunos momentos de un surrealismo daliniano. En pleno verano, como es lógico, la isla está sobresaturada, particularmente de alemanes. Puedes pasar horas sin escuchar a nadie a tu alrededor hablando en castellano. Por cierto, me llamó la atención la cantidad de cochonetas y flotadores que había en las basuras. Pensé que tenía cierta lógica. Los que vienen desde tan lejos no deben viajar con el inflable de flamenco o unicornio y con la sombrilla; les sale mucho más rentable gastarse 5 euros en España y al cierre de sus vacaciones tirarlo todo a la basura. Así que, mientras el negocio local ingresa por vender plástico, el ayuntamiento de cada zona turística se gasta el equivalente en recoger los residuos de los visitantes.

Pero volviendo a lo que os quería contar. Llegados a nuestro destino, en la costa oriental de la isla, buscamos el hotel en el que nos alojábamos: El Smartline Anba Romani, asequible y con buena pinta, según vimos en Booking. Nada más acceder al vestíbulo, Laura, la memorable recepcionista, nos saludó en alemán. Os aseguro que parecemos cualquier cosa menos ejemplares de la raza aria. Respondimos en castellano y continuó dirigiéndose a nosotros en el idioma de Ángela Merkel, como con el piloto automático puesto, hasta que le pregunté si podíamos comunicarnos en castellano. A partir de ahí todo fue extremadamente atípico, desde la conversación hasta los trámites. Por ejemplo, en vez de pedirnos la documentación para registrarnos, nos dio unos papeles y unos bolígrafos para que anotáramos nosotros mismos nuestros datos personales. “Y lejos del mostrador de recepción, para no molestar”, dijo. Si fuéramos más gamberros podíamos habernos inventado el nombre del huésped, no sé… quizá “Napoleón Bonaparte”, y anotar un DNI tan loco como estaba resultando toda aquella experiencia. Dudo que hubiera pasado nada.

A continuación cayó en la cuenta de que no nos había cobrado la ecotasa a todos. No nos sorprendimos, ya habíamos viajado a otros destinos donde cargan a los viajeros en los hoteles una tasa simbólica. Lo comprendo. Si durante un tiempo duplicas tu población y esos no empadronados también se benefician de los servicios de todos, resulta ilógico que afrontes la inversión solo con los impuestos de los residentes. Pensamos que en este caso, en Mallorca, sería algo así como un euro, pero ella nos sacó del error con una sonrisa y la mirada de quien piensa: “Valientes gilipollas”. “3,30 por noche y persona mayor de 16 años”, nos aclaró. Y cuando terminamos de procesarlo se nos ocurrió comentar que con ese precio daban ganas de no volver, a lo que ella contestó: “Pues mejor para nosotros, así estamos más tranquilos los de la isla”. ¡Con dos cojones! Le contestamos que sin turismo quizá ella no tendría trabajo, pero nos miró enseñando todos sus dientes y dando la impresión de importarle una mierda. Quizá no se paró a pensar en lo que ingresa esta comunidad autónoma no ya solo con el turismo, sino simplemente con este impuesto aplicado al turista. 

Dice un proverbio chino “Ten cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad”. Mientras esta mallorquina que se gana la vida gracias al turismo sueña con no ver un turista por su isla, en Egipto tratan de salir del hoyo en el que los enterró la primavera árabe y recuperar a los visitantes que les llevaban prosperidad. Aunque sea permitiéndoles hacerse selfies gratis con las momias o Tutankamon.

Por cierto, ya que en Baleares cobran lo que cobran al viajero por gozar del privilegio de nadar en las aguas cristalinas de las calas y tumbarse en la arena fina de la orilla, quizá podían invertir algo más de esos ingresos en mantener limpio el paraíso.

lunes, 25 de enero de 2016

15 motivos para viajar siempre que haya una oportunidad

Uno podría no salir en toda su vida del lugar donde nace, relacionarse solo con los que se cruzan en su camino y ver el mundo únicamente a través de una pantalla, y probablemente tendría una idea de lo que hay fuera de su burbuja. Pero siempre le faltaría algo importante: vivirlo. Después de este fin de semana en Dublín -gracias a la tentadora oferta de mi buena amiga Chus-, me he reafirmado en mi convencimiento de que el mundo está ahí para que lo visitemos y que ese es el mejor antídoto contra todos los "ismos". Por si esto os pareciera una chorrada supina, he recopilado algunas razones de peso que defienden mi tesis. Son los 15 motivos para viajar siempre que haya una oportunidad:


1.-Coger un AVIÓN y sobrevolar las nubes, aunque te den vértigo las alturas y suponga perder horas, sufrir colas, quitarte las botas, el abrigo, el cinturón..., abrir el equipaje, sacar tus productos de aseo, meterlos en una bolsa de plástico transparente y pasar un arco de seguridad con los dedos cruzados para que no te toque un cacheo en caso de que pite. 

2.-Regalarle a tu nariz nuevos olores y a tu paladar nuevos sabores distintos a los que estás habituado. Y PROBAR SIN MIEDO


3.-ENTRENAR EL OÍDO con los sonidos de otro idioma, dialecto o acento, las músicas de allí, los ruidos del lugar, las voces de la gente.

4.-Adoptar otras COSTUMBRES, como almorzar a la hora del desayuno, manejar enchufes de tres clavijas o mirar al suelo antes de cruzar la calle para saber por dónde pueden venir los coches. 


5.-La WIFI. Descubrir que hay ciudades donde estás conectado sin gastar un euro en datos. Hay wifi en el aeropuerto, en el bus que te lleva al centro, en el apartamento alquilado por Airbnb, en el pub, en el parque y hasta en una catedral. Y entonces comprobar cómo en esto también estamos a años luz. 

6.-La ARQUITECTURA y los lugares turísticos, que nos permiten admirar lo ajeno y aprender también a valorar lo nuestro. 


7.-CAMINAR. Recorrer de arriba abajo el mapa arrugado con el que te orientas por la ciudad hasta que te duelen los pies.

8.-Hacer miles de FOTOS poseído por ese extraño arrebato que te hace mirar todo con encuadre. 


9.-APRENDER cosas que no sabías y nunca te habías preocupado de estudiar.

10.-Ver las cosas de casa más claras, con la PRESPECTIVA que da la distancia.


11.-Comprobar que EL MUNDO NO SE REDUCE AL PERÍMETRO DE TU OMBLIGO.

12.-EXTRAÑAR LA CAMA, o no. 


13.-Que TE ECHEN DE MENOS, o no.

14.-Poder CONTAR TU VIAJE a quienes no fueron y recordarlo algún día con quienes te acompañaron (a ellos va dedicado este post: Chus, Santi y Juan).

15.-Y por último.... PLANEAR EL SIGUIENTE DESTINO.