La Federación
de Asociaciones de Vecinos de Barcelona ha lanzado una campaña
para reducir la masificación de turistas en la ciudad, lo que llaman
turistificación. Se les ha ocurrido preparar unos panfletos que reparten por zonas
muy frecuentadas en los que les piden a los turistas que, cuando regresen a sus
países, no cuenten a nadie que han estado en Barcelona, que guarden el secreto
de los tesoros que han contemplado.
La
iniciativa, por lo naif, despierta en mí cierta ternura, aunque en otros lo que
provoca es pitorreo, sobre todo por el vídeo que ha circulado y se ha hecho
viral en el que aparece la presidenta de la Federación intentando argumentar su
postura.
Lo siento, pero me cuesta mucho no hablar bien de Barcelona y recomendarle a cualquiera que visite la ciudad. Es más, lo siento, pero en cuanto tenga oportunidad volveré a visitarla. Y lo siento por los vecinos de la ciudad a los que les estorbe mi presencia. Trataré de pasar más desapercibida.
Ya
he escrito otras
veces en este blog sobre los problemas del turismo. Es un negocio que tiene
tantos beneficios como efectos secundarios perniciosos. Hay un turismo que
contamina, molesta, degrada… Va con la manera de ser y la educación de la gente.
No hay más que ver por las costas -y también el interior-las hordas de
borrachos ingleses, alemanes -y también españoles- dando la nota. Así que es
lógico que los residentes habituales de los llamados puntos de interés,
aquellos lugares que la gente desea visitar, se sientan en muchos casos
invadidos.
Me
quedó claro hace algunos días cuando visité Mallorca por primera vez y viví
algunos momentos de un surrealismo daliniano. En pleno verano, como es lógico, la
isla está sobresaturada, particularmente de alemanes. Puedes pasar horas sin
escuchar a nadie a tu alrededor hablando en castellano. Por cierto, me llamó la
atención la cantidad de cochonetas y flotadores que había en las basuras. Pensé
que tenía cierta lógica. Los que vienen desde tan lejos no deben viajar con el inflable
de flamenco o unicornio y con la sombrilla; les sale mucho más rentable
gastarse 5 euros en España y al cierre de sus vacaciones tirarlo todo a la
basura. Así que, mientras el negocio local ingresa por vender plástico, el
ayuntamiento de cada zona turística se gasta el equivalente en recoger los
residuos de los visitantes.
Pero
volviendo a lo que os quería contar. Llegados a nuestro destino, en la costa
oriental de la isla, buscamos el hotel en el que nos alojábamos: El Smartline Anba Romani,
asequible y con buena pinta, según vimos en Booking.
Nada más acceder al vestíbulo, Laura, la memorable recepcionista, nos saludó en
alemán. Os aseguro que parecemos cualquier cosa menos ejemplares de la raza
aria. Respondimos en castellano y continuó dirigiéndose a nosotros en el idioma
de Ángela Merkel, como con el piloto automático puesto, hasta que le pregunté
si podíamos comunicarnos en castellano. A partir de ahí todo fue extremadamente
atípico, desde la conversación hasta los trámites. Por ejemplo, en vez de
pedirnos la documentación para registrarnos, nos dio unos papeles y unos
bolígrafos para que anotáramos nosotros mismos nuestros datos personales. “Y
lejos del mostrador de recepción, para no molestar”, dijo. Si fuéramos más gamberros
podíamos habernos inventado el nombre del huésped, no sé… quizá “Napoleón
Bonaparte”, y anotar un DNI tan loco como estaba resultando toda aquella
experiencia. Dudo que hubiera pasado nada.
A
continuación cayó en la cuenta de que no nos había cobrado la ecotasa
a todos. No nos sorprendimos, ya habíamos viajado a otros destinos donde cargan
a los viajeros en los hoteles una tasa simbólica. Lo comprendo. Si durante un
tiempo duplicas tu población y esos no empadronados también se benefician de
los servicios de todos, resulta ilógico que afrontes la inversión solo con los
impuestos de los residentes. Pensamos que en este caso, en Mallorca, sería algo
así como un euro, pero ella nos sacó del error con una sonrisa y la mirada de
quien piensa: “Valientes gilipollas”. “3,30 por noche y persona mayor de 16
años”, nos aclaró. Y cuando terminamos de procesarlo se nos ocurrió comentar
que con ese precio daban ganas de no volver, a lo que ella contestó: “Pues mejor
para nosotros, así estamos más tranquilos los de la isla”. ¡Con dos cojones! Le
contestamos que sin turismo quizá ella no tendría trabajo, pero nos miró
enseñando todos sus dientes y dando la impresión de importarle una mierda. Quizá
no se paró a pensar en lo que ingresa esta comunidad autónoma no ya solo con el
turismo, sino simplemente con este impuesto
aplicado al turista.
Dice
un proverbio chino “Ten cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad”.
Mientras esta mallorquina que se gana la vida gracias al turismo sueña con no
ver un turista por su isla, en Egipto
tratan de salir del hoyo en el que los enterró la primavera árabe y recuperar a
los visitantes que les llevaban prosperidad. Aunque sea permitiéndoles hacerse
selfies gratis con las momias o Tutankamon.
Por
cierto, ya que en Baleares cobran lo que cobran al viajero por gozar del
privilegio de nadar en las aguas cristalinas de las calas y tumbarse en la
arena fina de la orilla, quizá podían invertir algo más de esos ingresos en
mantener limpio el paraíso.
Desde luego que en depurar las aguas no se gastan el dinero... je je
ResponderEliminarO no el suficiente...
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