Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Una buena inocentada

Hace un par de semanas me llamaron de mi Oficina de Empleo para saber si me interesaba un trabajo. Sí, ya sé, es sorprendente. Y más si tenemos en cuenta que era una oferta como periodista –que es lo que soy yo- en un Gabinete de Prensa de un ayuntamiento- que es lo que he estado haciendo los últimos seis años-. Tan impactada me quedé que, en un primer momento, miré a mi alrededor buscando la cámara oculta. Al no apreciar nada fuera de lo normal, una vez repuesta de la primera impresión, atendí eufórica la llamada y dije a todo que sí, aunque se trataba de una sustitución por baja maternal y el horario vespertino era bastante incompatible con mi papel de mamá. Era igual. Ya solucionaría esos pequeños inconvenientes. Lo importante era reincorporarse al mercado laboral, sobre todo en este momento en que la prestación se reduce por llevar más de seis meses sin trabajar.

Me citaron en el paro con mi curriculum y la documentación que acreditara mi valía, y allí que me presenté. Previamente tuve que desempolvar el cuadro en el que había enmarcado mi título universitario, arrinconado en el trastero después de la última obra en casa. 


En la Oficina de Empleo tomaron nota de mi buena disposición, se quedaron con copias de mis méritos y me enviaron al ayuntamiento en cuestión para que me hicieran la entrevista de trabajo… ¡Mi primera entrevista, chispas! Al menos la primera desde que en junio se me acabó mi último contrato. Antes de pasar esa importante prueba, revisé toda mi red de contactos e informé a los que tenían conocidos en ese ámbito para que indagaran y hablaran muy positivamente de mí. Todos coincidían en que ese trabajo estaba hecho a mi medida y que no me preocupara, era pan comido. Pero yo, que tiendo a ser prudente y también un poco bruja (espero que gafe no), tenía mis reservas y no quería vender la piel del oso antes de cazarlo.


Llegado el momento, después de una noche con pesadillas y nerviosa como un flan, me presenté puntual en el consistorio, con mi título enrollado en una mano, como si fuera una espada laser, siguiendo las indicaciones de la técnico de empleo encargada de mis trámites, a pesar de que en absoluto era necesario, pero en fin… Creo que resolví profesionalmente la entrevista y que quedaron bastante satisfechos, tanto que yo ya casi me vi incorporándome el mismo 28 de diciembre, Día de los Inocentes, que era la fecha que manejaban para el comienzo de contrato. Detrás estaban citados otros cuantos desempleados más con un perfil similar al mío que el Paro había mandado al ayuntamiento. Pero no los sentí como una amenaza, estaba confiada en que los responsables de tomar la decisión habían visto en mi lo que estaban buscando.

El lunes, día en que debía recibir la llamada con la respuesta, ya fuera afirmativa o negativa, sonó el teléfono móvil justo cuando estaba dispuesta a fotografiar con su cámara el festival navideño de mi hijo. Me informaban que era reserva, vamos, que yo no era la agraciada, otra persona ocuparía ese puesto y, en caso de renunciar o no pasar la etapa de prueba, entraría yo. Nunca lo había tenido tan fácil ni tan cerca. Todavía no entiendo qué ha pasado. Es evidente que había alguien con un perfil aún más apropiado y con una mejor red de contactos –si cabe-. 



He vuelto a colocar el título en el cuadro y lo voy a devolver al trastero, de donde nunca debió salir. Y cuando llegue el 28, a mí que nadie me haga inocentadas, que ya estoy servida.

Por cierto, sigo libre y disponible, nunca de saldo. ¡Aprovechen el mercado de invierno! 


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