Cuatro hombres sobre el escenario montan y desmontan, colocan y descolocan, destruyen y construyen 'algo' con unas tablas. Y así durante casi 45 minutos. En un momento dado, sin obedecer en apariencia a ningún estímulo, se quedan desnudos y siguen montando y desmontando, colocando y descolocando, destruyendo y construyendo aquella extraña obra.
De repente se hace la oscuridad. Los actores encienden unas barritas de luces químicas y esa iluminación especial permite distinguir a uno de los hombres masturbándose en el suelo hasta que eyacula. Otro de los 'obreros' hace lo propio de pie, de espaldas al público. Una mujer, que durante todo ese tiempo ha merodeado también por el escenario, recoge el semen y lo emplea para pintar sobre una de aquellas maderas con las que han estado trabajando.
Es el resumen que me hacen de ‘La casa’, un espectáculo que se ha representado estos días en el Teatro Valle Inclán de Madrid dentro del ciclo ‘El lugar sin límites’. Se trata de una creación de Aitana Cordero, con dramaturgia de Jaime Conde-Salazar, producida por el Centro Dramático Nacional -es decir, dinero público-, con la colaboración de HETVEEM Theater (Amsterdam) y el apoyo de Teatro Pradillo.
El montaje dura en total casi tres horas en las que no suena ni una sola palabra. La duración es aproximada y, como advierten en la ficha técnica informativa, ‘dependerá del día, de las mareas y de la luna’. Vamos, de lo que tarden los eyaculadores en entonarse.
Creo que parte del patio de butacas se vació antes de terminar la función. Sería gente que no conocía la trayectoria de esta bailarina contemporánea, coreógrafa y artista escénica especialmente interesada en experimentar, como figura en su biografía, 'el “encuentro entre cuerpos”, la intimidad, la “senxsualidad”, la fisicalidad de la violencia y la exploración de los protocolos y convenciones de las artes escénicas'. Por eso es importante saber lo que vas a ver y lo que pretende el autor o la autora de la obra antes de sentarte en la butaca.
El teatro y las artes escénicas en general me inspiran mucho respeto. Admiro profundamente a los autores que se entregan a este género para entretener y hacer pensar al público, o simplemente como autoterapia emocional. Y aprecio mucho más si cabe a los pobres intérpretes, sobre todo después conocer las conclusiones del Estudio sociolaboral del colectivo de actores y bailarines en España, un trabajo de la Fundación AISGE que calcula que solo un triste 8% de los artistas pueden llegar a fin de mes únicamente con su talento interpretativo. El resto debe completar sus ingresos con otros empleos que no necesariamente tienen que ver con el de actuar.
Desde el teatro clásico hasta los arriesgados montajes contemporáneos, pasando por las funciones casposas más comerciales o la cartelera alternativa, toda la oferta dramática tiene mucho valor para mí, pero dentro de un orden y sin abusar. No tengo inconveniente en que en escena haya sexo explícito, aunque aparentemente no venga a cuento, si al menos no chirría; no me incomoda que no digan una sola palabra, mientras hablen los gestos, las miradas, la música, las luces. Pero, lo siento, necesito que pase algo, que lo que suceda me llegue, para bien o para mal, y que le encuentre algún significado. Si no, sentiré que me han estafado.
No he visto ‘La casa’. Hablo de oídas, por lo que me han contado. Pero con esas referencias y una vez explorada la trayectoria de esta artista, me temo que para este espectáculo, en caso de surgir la oportunidad, me ahorraría la entrada. Busco otro tipo de propuestas escénicas, menos experimentales. Me gusta el TEATRO, con mayúsculas. Será que soy demasiado clásica… o demasiado básica.
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