No sé si el post de hoy le va a hacer gracia a mi madre. Lo digo porque ella es de fuertes convicciones religiosas, asidua a la iglesia y yo diría que casi sacristana… y como voy a embestir por ahí, quizá le escueza lo que voy a mencionar. Bueno, me arriesgaré, porque en el fondo es una persona muy razonable y, además, madre no hay más que una.
Aviso que pretendo evitar entrar en profundidades religiosas o en creencias. Que cada uno profese la fe que considere y la viva íntimamente. Pero hay noticias clericales que la dejan a una estupefacta. Como por ejemplo la campaña del Obispado de Cádiz, dispuesto a combatir la cada vez más arraigada fiesta de Halloween contraatacando con Holywins. Ha enviado un manual a sus fieles (parroquias, colegios religiosos y asociaciones cristianas) para que los niños se disfracen de santos, vírgenes y otros personajes sacros, ‘de modo sencillo y alegre’ para celebrar la tradicional fiesta de Todos los Santos y arrinconar esa otra fiesta pagana y satánica que inunda de calabazas, murciélagos y telas de araña supermercados, restaurantes, tiendas y colegios.
Esto del Holywins no se lo han inventado en Cádiz, aunque tengan guasa para mucho más. Por lo visto nació en 2002 en París con ese mismo espíritu combativo y desde entonces parece que allí cada 31 de octubre algunos niños cambian la sangre por disfraces con temática cristiana. La cosa es liberarse de ese espíritu negativo que representa Halloween y apostar por la esperanza en la resurrección con Holywins (que significa ‘lo santo gana’).
En fin, no es que Halloween sea santo de mi devoción, pero soy consciente de que la globalización termina extendiendo tradiciones por el mundo e intercambiando costumbres entre unos países y otros, hasta que importamos y adoptamos las que más nos convienen. Así que me da un poco igual cruzarme estos días con gente disfrazada de bruja o vampiro. Mientras no sean payasos asesinos... Lo que sí me fastidia es tener que andar abriendo la puerta de casa cada vez que suena el timbre para encontrarme con críos gritando 'truco o trato', pero lo resuelvo dándole salida a los caramelos duros como piedras que conservo de cabalgatas del siglo pasado. En cuanto a mis hijos, afortunadamente empiezan a ser autónomos y ya organizan ellos mismos sus caracterizaciones, así que yo me limito a preparar alguna merienda divertida a la par que monstruosa, por eso de parecer una madre enrollada a ojos de sus amigos. Por supuesto, ni les animaré a disfrazarse de vírgenes o ángeles, ni les prohibiré Halloween a favor de Holywins. Ya resulta lo suficientemente complicado manejarlos en el día a día como para encima ahora provocar un nuevo motivo de conflicto. Eso sí. También les tocará visitar algún cementerio y llevar flores a sus difuntos, que es por ahí, por la tradición autóctona, por donde debería insistir la Iglesia católica, no por cambiar la temática del disfraz.
Hay otra noticia religiosa que me tiene probablemente más trastornada que esta. Es la prohibición por parte de la Iglesia católica de esparcir las cenizas de los difuntos o guardarlas en casa. Me extraña que el Papa Francisco, con lo majete que parecía, haya firmado este documento en el que se amenaza con no oficiarle un funeral al alma del fallecido cuyos descendientes se salten esta norma. Si los católicos del mundo acatan la directiva, se acabó lo de lanzar al mar al abuelo marino. O soltar al viento al aficionado al alpinismo desde lo alto de una montaña. O eso de introducir al padre para los restos en una urna que presida el hogar desde la repisa de la chimenea. Sospecho que hay algún punto que no hemos entendido bien en esta información, pero de ser como nos la cuentan, creo que con esto de querer meterse en un ritual tan íntimo, el Vaticano ha patinado hasta el fondo, sobre todo por la ruin amenaza que pende sobre los que osen desobedecer la orden: privar al alma del habitual responso para su descanso eterno. ¡Venga ya! Qué necesidad tendrá la Iglesia católica de meterse en estos berenjenales. ¿Así es como pretende aumentar el número de fieles? Pues no parece la mejor campaña de captación.
Ya sabíamos que a los doctos de la fe les va más lo de dar sepultura y que nunca les ha hecho gracia la cremación; no la prohíben, pero insisten en la necesidad de depositar las cenizas del finado en un lugar sagrado. Mi padrino, mejor dicho, sus cenizas están enterradas en una pequeña finca en la que se volcó al jubilarse y donde fue muy feliz. Era un lugar sagrado… para él. Y eso es lo que pensaron su mujer e hijos cuando lo escogieron. Un frondoso almendro debería haber crecido en el punto exacto donde se enterró su urna biodegradable, marcando de manera simbólica el lugar que ocupa en esa tierra. Pero por algún motivo que desconozco, la enclenque rama se resiste a crecer, así que sigue pareciendo un palo seco. Seguro que él habría conseguido algo más. A los que quedamos aquí no se nos da tan bien trabajar la tierra. En su momento mi padrino tuvo su funeral, pero si no lo hubiera tenido creo que nos habría dado igual. Y sospecho que a él también. Cada día le recordamos con cariño. Incluso rezamos alguna oración pensando en él sin necesidad de tener que ir a un camposanto.
Cuando yo muera también me gustaría que me incineraran. Y que con mis cenizas hicieran lo que quisieran, soltarlas al viento, enterrarlas o sumergirlas en el océano. Lo que costara y contaminara menos. ¡Ah! Y les diría a quienes me sobrevivan que no se preocupen por las represalias. No me importa que la iglesia desprecie mis restos quemados y castigue a mi alma sin descanso eterno. Como diría Quevedo, ‘serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado’.
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