Hace alrededor de un mes cambiamos de lavavajillas en casa. El que teníamos llevaba con nosotros cerca de 14 años y el pobre, aunque seguía funcionando, mostraba ya los signos de la edad: sus bandejas estaban oxidadas por algunas partes y, tras la mayoría de los lavados, la carga salía con restos de comida. El caso es que pensamos que ya había cumplido de sobra su función y nos dispusimos a jubilarle y buscar un relevo.
Después de mucho mirar, tanto online como offline, y comparar calidad-precio, nos decidimos por un Brandt, una marca desconocida para mí hasta ese momento pero que, por lo que leímos, es francesa y tiene gran aceptación en el país vecino. Lo que nos movió a decantarnos por este modelo fue, por supuesto, su calificación energética A+++, su excelente precio (294 euros) y su nivel de decibelios, por debajo del resto de la competencia. La verdad es que en Carrefour, que es donde lo adquirimos, estuvimos chequeándolo con detenimiento, lo abrimos, movimos sus bandejas, estudiamos el cajetín donde va alojada la pastilla detergente y lo sometimos a todo un examen visual exhaustivo antes de, por fin -somos particularmente indecisos cuando se trata de transacciones económicas importantes- encargarlo.
El día que los operarios lo trajeron a casa y se llevaron el viejo Balay, el vuelco del corazón que sentí al separarme de él para siempre debía haberme hecho sospechar que el nuevo Brandt no me iba a dejar tan satisfecha. La primera en la frente llegó nada más irse los técnicos. Lo habían probado previamente vacío sin que se registrara ninguna incidencia, así que todo parecía en orden. Pero cuando fuimos a poner el primer lavado nos topamos con la principal pega: el espacio entre las dos cestas es más estrecho de lo normal, así que los platos llanos de nuestra vajilla de IKEA chocan con el aspa que rocía de agua la carga, con lo que hay que colocarlos tumbados o cambiar de vajilla. Yo pensaba que esas medidas eran estándar, pero ya veo que desconocía muchas cosas sobre este electrodoméstico.
Los 'pequeños' inconvenientes no terminan ahí. Los platos hondos, aunque son más pequeños, tienden a caer hacia delante por su profundidad y por la dirección de las varillas que los sujetan. Tampoco nos tiene satisfechos el sistema de rail por el que se extrae o introduce la bandeja inferior, entre otras cosas porque no existe un rail como tal y las ruedas se desvían, de manera que la cesta se sale o choca con el lateral a la menor ocasión. Además, en la parte superior, la bandeja prevista para cuchillos grandes, palas, cazos u otros cubiertos de medidas superiores a lo normal, no está diseñada para asegurar bien las piezas y al reposar ligeramente inclinada, terminan cayendo. Para más inri, después de algún lavado encontramos la pastilla de detergente entera. La culpa la tenía la puerta del cajetín, que choca con los platos más próximos si no son de postre, y esto le impide abrirse para soltar la cápsula e iniciar el proceso de lavado. Hasta que descubrimos el enigma estuvimos repitiendo el lavado varias veces. ¡Viva la eficiencia energética! Ahora, cada vez que hay que llenar el lavavajillas nos tiramos un rato diseñando la colocación de todo el menaje, como si fuera un Tetris.
Se me ha olvidado comentar que en el primer lavado, sin reparar en que los operarios habían dejado seleccionado de prueba el programa largo, comenzó a funcionar el lavavajillas y a hacer ruidos extraños, por encima de los decibelios que marcaban sus características técnicas, eso seguro. Quizá fue la mala colocación de la carga, lo cierto es que llegamos a pararlo hasta en tres ocasiones pensando que algo no iba bien. Por no hablar de que cada vez que lo deteníamos, el programa se iniciaba de nuevo, así que las dos horas largas que dura el más intensivo se convirtieron en toda una tarde de emociones.
Os preguntaréis por qué no devolvimos el aparato cuando aún estábamos a tiempo, en el periodo establecido para ello, alegando incompatibilidad de caracteres. Eso mismo digo yo. Al principio fue por darle una oportunidad, hasta que nos conociéramos mejor. Y después la dejadez nos condujo hasta el punto donde nos encontramos. Ahora, rendidos a la evidencia de que somos un desastre como compradores de lavavajillas, soportamos la presencia de nuestro Brandt en casa como quien sufre resignado y en silencio las malditas hemorroides.
Por no terminar con mal sabor de boca, remataré diciendo algo a su favor: al menos la vajilla sale limpia.
Jaja. Para la próxima vez que me toque, ya estoy avisada.
ResponderEliminarEspero que tarde mucho en tocarte... ;-)
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