Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

jueves, 6 de julio de 2017

El fracaso

Tengo una amiga que siente que ha fracasado en todos los ámbitos de su vida. En el plano laboral está, como otros 3.362.810 españoles, desempleada. Después de haber trabajado durante años sin descanso tras acabar la Universidad, su última apuesta laboral le salió rana y todo se torció. Desde entonces le está costando reengancharse. Su edad no ayuda, la verdad. Pertenece a uno de los sectores más castigados, el de mujeres mayores de 45. El otro día, en una cita de negocios a la que acudió valorando si había llegado del momento de lanzarse a la aventura de ser su propia jefa, le preguntaron cómo era posible que con su currículum, su experiencia y su nivel profesional aspirara a un empleo tan poco relevante. Y casi se echó a llorar.

Mi amiga tiene hijos y también se siente una fracasada en el papel de madre. Cree que se ha volcado demasiado en ellos descuidando su faceta profesional, que siempre les ha puesto por delante de todo, les ha dedicado los mejores años de su vida, se ha dejado exprimir al máximo por ellos y ahora que están creciendo comprueba que no la necesitan ni le agradecen todos sus desvelos. Se han convertido en desconocidos que parecen haber olvidado todas sus enseñanzas. Incluso cuenta que hace poco se le ocurrió preguntarles si ella era la persona más importante de sus vidas, y ellos le contestaron: ‘Por supuesto que no’.

Relata un poco avergonzada que el fracaso se ha instalado también en su vida sentimental. No recuerda la última vez que sintió mariposas en el estómago. Le hago ver que eso hasta cierto punto es normal y muy común, ya no somos adolescentes, pero no le consuela. Lo peor, dice con resignación, es que pasa tanto tiempo enfadada y discutiendo con su pareja que las sesiones de sexo se van espaciando cada vez más. ‘Quién va a tener ganas de un revolcón con el que te acaba de sacar de tus casillas’, reflexiona. Porque con los matrimonios añosos no funciona eso de que lo mejor de las discusiones son las reconciliaciones. Así es que echa de menos los abrazos espontáneos, las caricias inesperadas, los halagos, los momentos dulces. Y echa de más los reproches, que las conversaciones de pareja se limiten a la intendencia de la casa y que los niños siempre estén en el centro de cada conflicto.


Me divierte verla sulfurarse cuando alguien se atreve a asociar su cada vez más frecuente mala leche con la proximidad de la menopausia. ‘Al que vuelva a decirme que la edad me está agriando el carácter le arranco la cabeza’, suelta como poseída en uno de sus arrebatos. Y suma a su lista de fracasos uno más, el de no estar sabiendo aceptar con deportividad el paso del tiempo y la transformación de su cuerpo. Ella, que cuando tuvo que elegir entre cara o culo, apostó sin dudarlo por centrarse en cultivar su trasero, comprueba ahora lo poco que le ha servido haber invertido tanto en cremas anticelulíticas. Digamos que sus hábitos no contribuyen a ralentizar su deterioro. Cada vez le cuesta más decir no al alcohol y a otros sabores que, aunque incompatibles con lo saludable, evitan que se vuelva loca. Le digo que no se queje, que dé gracias por estar sana, y me dice algo avergonzada: ‘Tienes razón’. Pero al minuto sigue anotando en su agenda vital nuevos fracasos que echarse a la espalda.

Esta amiga ha tenido toda la vida multitud de asignaturas pendientes: siempre ha querido hablar varios idiomas, saber dibujar, aprender a cantar, ir a clases de bailes de salón, ser capaz de patinar, surfear, hacer un crucero, colaborar con una ONG, conocer los cinco continentes, escribir un novelón, plantar un jardín urbano en su terraza, estudiar otras carreras por el placer de ampliar sus conocimientos… y una lista interminable de deseos más o menos irrealizables que te den la sensación de estar aprovechando tu corto tiempo en este mundo. Con esa presión y en este momento de su vida en el que todo se le hace cuesta arriba, no puede evitar sentir que también ha sido incapaz de hacer realidad alguno de sus sueños. Un fracaso más.

Se lamenta mi amiga, además, porque su teléfono no suena; no le entran llamadas, no le llegan whatsapps, ni recibe correos electrónicos. Incluso sus publicaciones en redes sociales ya no reciben más interacciones que las de su reducido grupo familiar. Y aunque le digo que es verano y que la gente está más desconectada y dispersa, le da por pensar que también en el aspecto social ha fracasado, ha sido incapaz de tejer una red de amigos del alma preocupados por su persona dispuestos a sacarla a bailar por sorpresa para hacerla olvidar las penas. Entonces mira a su alrededor y ve cómo, efectivamente, todo el mundo comparte en su perfil de Facebook sus idílicas vacaciones en distintos puntos del planeta mientras ella, muerta de asco en casa porque hay que apretarse el cinturón en épocas de vacas flacas, no tiene nada digno de compartir en su muro. Y mirando todos esos lugares a donde le gustaría teletransportarse y que no sabe si algún día podrá visitar, vuelve a notar en el paladar el regusto amargo del fracaso. 


Me pregunto qué podría decirle a esa amiga, algo que le consuele sin parecer una manida frase motivadora de esas que te llegan al whatsapp o te encuentras en redes sociales. Nada, no puedes decirle nada, salvo escucharla y, si acaso, recordarle que el fracaso solo existe cuando te rindes.


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