Cada año me trago enterita la entrega de los Goya y de los Oscar. Ya sé que las comparaciones son odiosas y que no tiene nada que ver una industria con la otra, pero en lo que me quiero detener es en el concepto de espectáculo televisivo. Por lo general la gala en la que se entregan los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de EEUU comienza con un número musical en el que el presentador, que suele ser un showman de algún late night ampliamente reconocido por el público, repasa detalles de las películas candidatas y hace bromas con la actualidad mientras canta y baila. En su actuación intervienen también algunos de los actores que son protagonistas esa noche y que se suman al jolgorio, dando la réplica al maestro de ceremonias, ya sea entonando parte de la letra, danzando a su paso o siguiéndole la corriente. Todo el número está ejecutado a la perfección, derrochando gracia, ritmo y talento, hasta el punto de que al espectador se le pasan en un suspiro los cinco minutos largos que puede llegar a durar.
Al comienzo de la ceremonia de entrega de los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, los
presentadores de esta edición de los Goya, Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, bromearon con
el tema del clásico número musical y tranquilizaron a la audiencia al respecto
asegurando que no iban a abrir la gala bailando y cantando. Como si al público
nos aterrorizara ver una actuación en directo. Pues no. No, no son los números
musicales los que nos dan urticaria. Por lo menos a mí. Los que se nos hacen
eternos son los momentos de vergüenza ajena. Ver cantar a y bailar a un artista
que ni canta ni baila bien, y que además se siente abochornado e inseguro
porque conoce sus carencias, corta el rollo a cualquiera y, por supuesto,
ralentiza una gala. Ese es el tipo de números musicales que nos aterran a los
espectadores. Pero si me dan a elegir, prefiero que me den algo de espectáculo, aunque no esté a la altura de Broadway o de la Gran Vía.
Es una pena que, en vez de buscar actores y actrices
completos, que además de saber interpretar, sean capaces de cantar y bailar con
algo de gracia para animar la gala, se prefiera renunciar a crear un producto
televisivo de cierto nivel. Porque no olvidemos que la gran fiesta del cine
español se celebra para que el público la vea en sus casas a través de la
televisión y en este tipo de espectáculo, la música bien empleada puede dar
mucho juego, tanto o más que un buen guion y un ingenioso monologuista. De hecho curiosamente la única
actuación musical en esta 32ª edición de los Goya, el medley que hizo Marlango
de las composiciones nominadas a mejor canción, a mí me despertó del letargo y
creo que funcionó bien.
Lamentablemente esta edición de los Goya pasará a la
historia como una de las más decepcionantes. A estas alturas ya casi todo el
mundo ha manifestado de manera muy visceral su opinión al respecto. La mía se
resume en que le faltó espectáculo. Fue una gala sin ritmo, escasa de gracia y con poco gusto. Yo esperaba más de Reyes y
Sevilla. Hacer de la discapacidad del Langui materia de gag y luego vomitarle
en la cara no es lo que yo entiendo por humor elegante. Ni siquiera chanante. También
llegó un punto en que me resultaron pesados, machacones y largos los variados
monólogos reivindicativos sobre la discriminación femenina en el cine
pronunciados por mujeres pero escritos por guionistas hombres. Pero no voy a abrir ese melón,
que me conozco. Me limitaré a cerrar el tema feminista confesando mi incapacidad para
comprender el motivo por el que el realizador se empeñó en ofrecernos en varias
ocasiones el plano de una profesional (siempre la misma, no sé si quizá es que
era la única) al mando de una de las cámaras de TVE que captaban las imágenes
de la gala, como si fuera una especie de demostración de lo paritarios y
modernos que son en el medio público, que tienen a féminas realizando labores
tradicionalmente masculinas. Espero que en la próxima edición, sin necesidad de
anunciarlo a bombo, platillo y abanico, haya mujeres no solo en el staff
técnico, también en el equipo de guionistas, en la presentación de la gala, en
las candidaturas e incluso cantando y bailando sobre el escenario.
Como creo que todo, incluso lo peor, siempre tiene algún
detalle positivo reseñable, para terminar destacaré lo mejor de la noche (por no
decir lo único): la intervención de Carlos Boyero en un momento de la ceremonia
haciendo una valoración de la gala y comparándola con el parto de un caballo: ‘Es
bonito pero da asco’.
Solo una línea para lo estrictamente cinematográfico: la
incongruencia de que ‘Handia’, la gran triunfadora con diez cabezones, quede eclipsada al final por ‘La librería’, que solo obtuvo tres, pero los más gordos. Por
una vez, la chica gana. Qué hermosa metáfora de la vida.
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