Recordaréis que la Fundación del Español Urgente elegía en
diciembre el término aporofobia como
palabra del año 2017. Alude al rechazo que nos produce la pobreza y la gente
pobre, una tendencia que ha ido peligrosamente en aumento a raíz de la crisis.
En esta misma línea de despreciar al prójimo, existe otra práctica tanto o más
acusada, y totalmente instalada ya entre la gente, que es el miedo o rechazo a
las personas mayores, lo que podríamos llamar gerontofobia o,
cuando se refiere específicamente a la discriminación por edad, edadismo. Lo
estoy viviendo yo ahora mismo. Y eso que hasta ayer solo tenía 49 años.
Este miércoles 28 de febrero cumplo los 50. ¡Madre mía! Asumámoslo.
Estoy más cerca del final que del principio. No sé si os ocurre como a mí y
tenéis la rara sensación de que el calendario lleva otro tempo. De hecho,
interiormente yo me siento como si aún tuviera 30. Mantengo las mismas ganas de
bailar, de reír y de algún verbo más de la primera conjugación. No quiero decir
que alguien con 50 años no tenga derecho a bailar, reír y lo otro, no me
malinterpretéis, pero desde fuera está como mal visto. Parece que esas tres
pulsiones no se corresponden con lo que tradicionalmente se espera de toda una
cincuentona (¡qué expresión más horrible!).
Debo confesar que es fantástico haber llegado hasta aquí.
Sobre todo haberlo logrado sin mayores contratiempos. Es decir, no siento
trauma alguno por cumplir los 50. Además, debo ser una afortunada porque
todavía no he empezado a experimentar los efectos secundarios del medio siglo.
Me refiero a los físicos, porque en otros planos, a decir verdad, sí llevo unos
meses padeciendo lo que podrían denominarse daños colaterales de la edad.
Siento que mi 'excesiva madurez' me frena a la hora de reincorporarme al
mercado laboral, en mayor medida incluso que no ser bilingüe o decir
estupideces en este blog.
Se ha cumplido ya un año desde mi última nómina y, a pesar
de haber llegado a responder a más de 200 ofertas de trabajo, no me han llamado
de ninguna de ellas para entrevistarme o conocerme. Sospecho que ahora que
tengo oficialmente los 50 esa tendencia se recrudecerá. Diréis que quizá me
falta formación. Que 25 años de experiencia laboral no sirven como garantía de
profesionalidad, ni tampoco los múltiples cursos de reciclaje que he realizado
para no perder el tren de la digitalización. Pues siento llevaros la contraria,
pero yo diría que mi CV no pinta mal y que lo que me separa de la clásica
entrevista del trabajo es mi fecha de nacimiento que, por otro lado, ni
siquiera figura en mi CV pero es fácilmente deducible si sabes sumar. Soy
plenamente consciente de que resulta sospechoso que a mi edad, después de
tantos años en activo, me haya quedado en el dique seco. “Algo raro ha tenido
que pasar”, pensarán los reclutadores, que preferirán curarse en salud y
sacrificarme en la primera criba en vez de preguntarme para averiguarlo.
Imagino también que habrá técnicos de selección que me descarten porque piensan
que el puesto y el sueldo son poco para alguien de mis características, pero
preferiría que me lo consultaran antes; quizá a estas alturas no valore tanto
los euros como el proyecto, el ambiente o la ubicación de la empresa. Ay, la maldita
edad… ¿No decían que los 50 eran los nuevos 30? En las empresas no se han
debido enterar.
En general estamos demasiado pendientes de la edad y
mediatizados por ella, pero en determinados ámbitos. Consideramos exótico, por
ejemplo, que un mayor consiga escalar
montañas, correr maratones o irse de
Erasmus, y en cuanto surge un caso corremos a darle bombo en los
medios y a exhibirlo como un mono de feria. Porque estamos acostumbrados a que
la vejez vaya acompañada de pérdida de facultades, fuerza, velocidad, pelo,
belleza, vista, oído, gusto y tacto… todo lo que nos aterra perder cuando
todavía vamos sobrados. En cambio, no parece raro ni nadie cuestiona la edad de
los mandatarios que gobiernan el mundo. Donald Trump tiene 71 años, Vladimir Putin 65, Mariano Rajoy
62, Angela Merkel 63, Theresa May 61... Es decir, edades para que te elijan en
las urnas y dirijas un país, pero no para pasar un proceso de selección e incorporarte a una empresa como un empleado más.
Por otro lado, ¿qué me decís de las muestras de afecto? Nos
parecen naturales, tiernas y agradables de mirar en gente joven, pero dejan de
serlo cuando tienen como protagonistas a personas mayores, como si lo de enamorarse y disfrutar con el sexo estuviera vetado para los ‘viejenials’. Y aún siendo conscientes de
cómo funciona la vida, tendemos a comportarnos de una manera especialmente
cruel cuando tratamos a los mayores de a pie y solemos evitarles como si lo
suyo fuera contagioso. Resultaría cómico si no fuera tan dramático, porque
todos caminamos hacia ese lugar. Todos, en el mejor de los casos, llegaremos a
viejos. Según las estadísticas, seremos cada vez más. Y todos, si no palmáis
antes, pasaréis por la barrera psicológica de los 45, que parece ser el momento
en que los más jóvenes nos empieza a ver como ‘demasiado mayores’ para
cualquier cosa. Si aún no os ha tocado, haceos a la idea, porque donde las dan,
las toman.
Hay una segunda parte, una doble amenaza que te acecha si
además de cumplir 50 eres mujer. A partir de esta edad, cuando alguien nos
quiere insultar emplea la expresión ‘menopáusica’, sin tomarse la molestia de
contrastar antes si seguimos gastándonos dinero en tampax, compresas y
preservativos. Suelen ser los mismos que con 30 te preguntaba si estabas con la
regla cuando no les reías las gracias. Utilizando ‘menopáusica’ como ofensa,
buscan dejarte bien clarito que tu papel esencial, el de incubadora, el de
animal que procrea para garantizar la pervivencia de la especie, ha llegado a
su fin y ya no tienes sentido en este mundo; que tus hormonas te agriarán el
carácter a la misma velocidad que se te descolgará la piel; que has perdido tu
sex appeal, si alguna vez lo tuviste, y nunca más despertarás las fantasías
sexuales de nadie. Da igual el aspecto que tengas o lo bien que te conserves,
tu agilidad mental o tu sentido del humor, tu capacidad de aguante o tu
entrega. Tus 50 les pesarán como una losa y se encargarán de recordártelo.
¿Pues sabéis lo que os digo? De momento a mí los 50 no me
pesan. Afortunadamente al menos estoy viva. En todos los sentidos.
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