Juraría que soy feminista, aunque las etiquetas tienen el
inconveniente de acotar y simplificar demasiado. Digamos entonces que estoy en
contra de cualquier discriminación, en particular por razón de género, y que defiendo
la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Los chistes sexistas no me
hacen gracia, me molesta la condescendencia con la que algunos tienden a tratar
a las mujeres cuando reclaman reconocimiento y sigo sin comprender por qué cuesta tanto evolucionar y quitarse
la costumbre rancia de utilizar la figura femenina como comparsa en ámbitos muy concretos.
Una vez dicho esto, aclarada bien mi postura, creo que ya
puedo plantearos el asunto que ando rumiando desde esta mañana. La Manchester Art Gallery ha retirado de su exposición el cuadro 'Hylas y las ninfas', de John William Waterhouse, en el que se pueden ver varias jóvenes desnudas. Bueno, en realidad solo he llegado a contar cinco pechos como 'elementos sensibles'. El cuadro es este.
Todo forma parte de un experimento impulsado por otra artista, Sonia Boyce, con el propósito de abrir un debate con el público sobre el trato que recibe la mujer en la pintura. Y le ha tocado pagar el pato a Waterhouse. Este
pintor inglés, que desarrolló buena parte de su carrera a finales del siglo
XIX, tenía una particular fijación con los personajes mitológicos y las
deidades griegas y romanas de la literatura antigua. Si os tomáis la molestia
de ver algunas de sus imágenes comprobaréis que sí, aparece algún desnudo
femenino, pero todo en un tono muy naif. De hecho, Las tres Gracias de Rubens
exhiben mucho más que las mujeres de sus cuadros, pero nunca nadie se ha
planteado retirarlo ni como experimento, ni para provocar el debate sobre la
cosificación de la mujer, ni porque resulte poco estético. Quizá precisamente
porque las modelos de ese cuadro no se ajustan al canon de belleza actual, por estar entradas en carne y lucir orgullosas
su celulitis, nadie se ha sentido erotizado ni se ha atrevido a abrir debate al respecto. Es arte, simplemente, igual que el de Waterhouse.
No entiendo nada. Ni el experimento, ni la forma de poner el foco sobre la figura de la mujer en el arte. Cuando el señor Waterhouse le daba a los pinceles, el papel de la mujer no tenía nada que ver con el actual, y con esa perspectiva hay que analizar su obra. El mundo de entonces era distinto a este, la moda era otra, las tendencias eran diferentes y las costumbres no se parecían nada a las actuales. Por aquella época no había Twitter ni Youtube, así que la inspiración se buscaba en los clásicos. Eso no quiere decir que haya que hacer desaparecer nada del pasado porque no encaje con la sociedad actual. Al contrario. Es historia. Debería servirnos para entender quiénes somos, de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí. Por eso pienso que el debate se provoca mostrando el cuadro, no retirándolo. Ser conscientes de nuestra evolución es lo único que nos puede armar de razones para seguir avanzando.
No confundamos conceptos. No mezclemos. Una obra de arte es
un producto realizado con una finalidad estética y comunicativa, mediante el que se expresan ideas, emociones y una particular visión del mundo. Las obras que los
artistas han ido creando a lo largo de la historia nos dan muy valiosa
información sobre sus autores y las diversas épocas en las que vivieron. Cuando contemplo a estas ninfas con los pechos al aire tentando al bello Hylas para llevárselo al estanque no me enciendo ni tengo que contener mi vena feminista. La lucha está en otra parte, no en cuadros de hace dos siglos.
En todo caso, si cada tema de conflicto nos lleva a hacer desaparecer todo
lo relacionado con ese punto de fricción, con el objetivo de calibrar nuestra reacción, ¿qué será lo próximo? Supongo que
comenzaríamos por borrar del mapa cualquier obra que muestre más carne de la
cuenta; pienso en La Maja Desnuda, El origen del mundo, La Venus del espejo y
hasta en Las Señoritas de Aviñón, que aunque cubistas, también son cuerpos
femeninos sin ropa.
Ya puestos, no deberíamos quedarnos ahí; también abundan en
el arte los desnudos masculinos, y supongo que igualmente se podrían
interpretar como una cosificación del hombre apolíneo o de los niños, si
pensamos en todos los cuadros de Sorolla ambientados en la playa. Esta web, Reprodart, dedicada a
comercializar reproducciones de muchas de estas grandes obras, os puede dar una
idea de la cantidad de material que estaría en el punto de mira con ese discutible criterio de retirar para debatir. ¡Fuera todos de las paredes de los museos!
Imagino que en algún momento la corriente políticamente
correcta, como deferencia hacia las personas con discapacidad o 'diferentes', exigiría eliminar
todas aquellas pinturas en las que se apreciaran cojos, mancos, ciegos,
jorobados, enanos…
Después haríamos
desaparecer todos los cuadros relacionados con la tauromaquia, empezando por la
gran colección de Goya, porque hay una fuerte corriente antitaurina y un encendido debate en torno a si es fiesta nacional o salvajada.
Más tarde podríamos quemar todos los cuadros que muestran escenas de guerra, incluido el
Guernica de Picasso, porque en el siglo XXI no se puede ser más que antibelicista, aunque nos dé igual que sigan matándose en Siria y en una decena de países más del mundo.
Posteriormente encerraremos bajo cien llaves todos los retratos de reyes y
reinas, porque no deseamos disgustar a esa parte de la población que es republicana y no reconoce la
legitimidad de las monarquías europeas.
No se nos olvide seleccionar y ocultar
todos aquellos lienzos en los que aparece un animal muerto o sufriendo, porque
los humanos de hoy estamos muy concienciados con los derechos de esos seres
sintientes.
¡Ah! Y si pensabais que los bodegones iban a sobrevivir a la quema,
estabais equivocados. Seguro que los talibanes de la nutrición saludable
encontrarían algún elemento discordante en cualquiera de ellos, quizá el vino, el
pan, el tocino o el azúcar.
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