Como
ya os he contado a través de este blog,
una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida ha sido dejar de fumar.
De eso hace nueve años y ya casi seis meses. Un 10 de abril de 2010, cerca de
la medianoche, me fumé mi último cigarrillo. Lo hice a pelo, sin ayuda
profesional, sin acompañamiento psicológico, sin reducir la dosis, sin fármacos.
Me lo propuse de un día para otro y lo conseguí con muchísima fuerza de
voluntad. Durante mi desintoxicación estuve conviviendo con
alguien que fumaba, aunque fuera en la terraza de casa, pelándose de frío.
Además trabajaba rodeada de gente que abandonaba su puesto de trabajo furtivamente
y volvía oliendo a tabaco. También sé lo que es salir de fiesta, ir a
conciertos o tomar unas cañas con amigos que echan humo y yo sin poder sujetar
entre el índice y el corazón el filtro de un Malboro. Superé eso, aguanté la
presión, engordé los kilos reglamentarios y agradecí la ley antitabaco
de Zapatero.
Por
eso saber que a partir del 1 de enero el Sistema Nacional de Salud español va a
incluir el Champix
en la lista de medicamentos financiados me ha jodido un poco, para qué os voy a
engañar. Porque si yo pude salir de ello y sobrellevar mi mono sin pastillas, cualquiera
puede. No estamos hablando de yonkis adictos al caballo, por favor.
Fumar
tabaco es un acto voluntario. Todos los fumadores están informados acerca de la
peligrosidad sobre la salud de este producto legal, pero deciden jugar a la
ruleta rusa y correr el riesgo. Igual que jugué yo en su momento. Regalarles un
medicamento que les ayude a pasar el síndrome de abstinencia mientras abandonan
ese hábito tan nocivo me parece una más que cuestionable manera de invertir el
dinero de todos. Máxime cuando no existen garantías de que en el futuro no sufran
una recaída y vuelvan voluntariamente a encenderse un pitillo. Seguro que
conocéis algún caso. Y como no está la vida para ir tirando los más de 200
euros que cuesta todo el tratamiento, si el ‘enganchado’ lo paga de su bolsillo,
esa cantidad tendrá un aliciente para poner todo su empeño en conseguir el objetivo
de dejar de fumar, algo que dudo ocurra si le sale gratis, por mucho que vaya
acompañado de consejos profesionales y una terapia supervisada por el médico de
familia. Dicen que la tasa de éxito de Champix en este momento es cercana al
40%. Me gustaría ver los datos una vez que la fiesta corra a cargo de todos.
Soy
consciente de que si lee esto algún médico de Atención
Primaria se echará las manos a la cabeza, porque lo de financiar los tratamientos
para dejar de fumar es una petición suya que viene de lejos. Una vez
conseguido, ahora reclaman que Sanidad no se quede solo en la Vareniclina,
principio activo de Champix, y amplíe la cobertura al resto de productos con
este fin que hay en el mercado. Consideran que son mayores los costes
sanitarios de las enfermedades que produce el tabaco de lo que supondrá incluir
en la cartera de servicios este producto contra la adicción a la nicotina.
Ya
puestos, entonces, que financien también las cremas de protección solar
pantalla total, para evitar los melanomas de la gente que se empeña en tomar el
sol a pelo aunque sabe que es perjudicial para la piel. O que incluyan los productos
antiobesidad para aquellos a los que les gusta darse atracones gastronómicos y terminan
poblando las salas de espera de los centros de salud con las patologías
asociadas al sobrepeso. Y también, por qué no, los preservativos para evitar el
contagio del sida y otras enfermedades de transmisión sexual. Ilusa de mí, iba a
añadir a mi perorata que también se incluyeran los tratamientos para la adicción
al alcohol pero ya he visto que existen varios y, sí, también están
financiados por el Sistema Nacional de Salud.
Lo
siento, pero preferiría que mis impuestos se invirtieran en curar enfermedades,
no adiciones que pueden o no derivar en una enfermedad. Estoy pensando en algún
fumador
empedernido que ha llegado a los 100 años sin desarrollar un cáncer mientras
que hay pacientes a los que se les diagnostica un tumor en el pulmón sin haber
fumado ni estado expuestos al humo del tabaco en su vida y habiendo evitado
absolutamente todas las prácticas de riesgo. Cosas de la caprichosa genética.
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